17.12.13

Manifesto about nothing

Perhaps I write this in English as to using my not-mother tongue will make it sound more like an external point of view of that which I may not be but who I am, more as an obtuse yet objective reflexion of that which circumstance and causality have permeated into that which people call Joel Rojas. "At first it seems all like drama, but after a while you find the fun in it and becomes experience from which one learns." You see, it's easier said than done. I can't say it doesn't all seem fun now, and that it shall seem more in a couple of years, I can't say I don't amuse myself by recalling those silly occurrences which at those distant and not so distant times brought me to tears or to despair or to any other state that let's say I did not enjoy much, yet nowadays appear like comedic examples of self-inducted mortification. Nevertheless, if so, if they really are, how come that simple entertainment sometimes goes elsewhere but that point I just mentioned? By elsewhere of course I mean serious reflexion of what one has done and how to avoid those places which one has not loved at all, but I also mean that seemingly harmless time when one complains and complains and complains and complains and complains about stuff which most certainly can't be undone. Yeah, yeah, some may say it is simple reaffirmation of having made the right decision, but come on, being honest, one loves proving people wrong - even if it means oneself -, one loves saying oneself is right even though it is either clear oneself is right, or regardless of the outcome that decision is stupidly enough yet fairly impossible to change. I might add mortification is present due to dissatisfaction, jealousy, obsessive-compulsive neurosis, apprehension, underconfidence, having nothing better to do, or just plain stupidity. I get it, no one likes to go through the same shit again, especially if the wounds have been deep. However, if those wounds are still open, the problem is not in the events that left them, but in the wounds themselves. If there are only scars, yeap, wield them proudly, talk of them if you might, yet do not make a way of living or a life path out of them, or anything that more than pure mementoes, comes across as fetid proof that boasting is your thing regardless of the validity of such boasting. Scars and wounds - that's a pretty valid allegory if you do not take this analysis very seriously. Clearly I got scars, who doesn't?! Nonetheless, analogies of this sort are taken to the point of such utter seriousness that people take their problems with full solemnity and contemptuous lack of sense of humour that multiply things eightfold. And this is the whole point of writing this, to take that quote I typed before and put it into action, or so it seems. Perhaps this text sounded serious at fist, like drama, but now I can laugh off it, especially because I am laughing - although the one reading now, whether the author of it or someone else, might not be laughing cause there's a chance it's a spurt of the moment sort of joke - while I type it. Also, the music I'm listening does help - Takk..., by Sigur Rós. Well, all this because I sat thinking of nonsense while tying my shoe laces this morning, because tedious people recently tried to weigh their ways in, because the 300th entry in this blog had to be about, well, me - and here I do talk about me without any kind of metafiction that would make someone wonder, 'Hey, did that really happen to him? -, but, basically, all this is because I read that quote in a newspaper article this morning and, yeah, after a while you find the fun in it and you always learn. Well, except when you have stuck a fork under one of your fingernails.

So, this text must be read with an ironic, half-sardonic voice tone to it. This does not mean it shouldn't be taken kind of seriously. Well, it shouldn't. Actually, it is mostly mind-shampooing coming from the author's unexciting morning-early afternoon time at work. However, I like the quote, I do find the fun in stuff that at first seemed like mostly drama, and god gracious do I learn. Still, I ought to keep it mind more closely, and take life a bit more lightly, wholeheartedly lightly.

And, yep, there is always the chance to start over.

I was going to include, 'Why do we fall?', yet it is way too batsy and ridiculous - Rubén will get the joke.

13.12.13

Serotonine

¿Y si cantases acerca de los fuegos de artificio que asoman en tu ventana? ¿Y si lo haces en mi oído mientras dibujo ochos en tu cuerpo? Mi cuerpo es tuyo, ¿sabes? Contigo me comparto como el cielo lo hace con las nubes. Has de mí supernova, has de mí toda combinación posible de color, derríteme y crea después botellas de luz para iluminar los rincones más oscuros del mundo. Tu voz cala hondo. El vacío es poco menos que diminuta mancha de tinta negra en hoja blanca. Antes de conocerte me preguntaba constantemente si alguien sería capaz de probarme como muchas veces soñé en mi cama, si alguien podría tocarme hasta ser rocío evaporándose con el primer sol. Estás aquí, mirándome así, dándome eternidad y omnisciencia. Si los siete mil millones de personas que me rodean se enterasen, morirían de celos. ¿Sabes que me veo en ti? ¿Será que tú te ves en mí? Corrí por muchos años, ahora sólo ando, tomando tu mano y despreciando el frío.

Dopamine

El vacío me aterra. Demasiadas veces ya he despertado sintiéndome seco por dentro, con dolor en las articulaciones, añorando otra ciudad, andando como zombi hacia el baño y pensando en la otredad mientras orino. El vacío me aterra como nada más, aquí y ahora. Me he movido de casa, de trabajo, de puesto en tal trabajo, he conocido gente y la he mandado al demonio, he cantado y dejado de cantar, he escrito y destruido después cientos de esos textos, he pasado tardes durmiendo y noches en vela, y el asco no desaparece. A veces siento que soy un fantasma que camina y cae y se pone de pie sin sentido alguno. El universo es vasto, me digo, demasiado vasto, sin poder dejar de ser la partícula que todos los días he sido. Hoy me siento en mi terraza con una taza de café en la mano, los auriculares a todo, el Libro de sueños de Borges sobre la mesita de centro, pero no pasa nada. Hay un árbol navideño titilando en la distancia, verde y rojo y amarillo y algo de azul desde un lugar que no sé cuál es, y el viento sopla y hace cantar las hojas como la voz de una persona cualquiera tratando de inducirme al sueño, hay gritos risueños de una chica declarándole amor a alguien más, ladridos desde una ventana, está el vruuum de los autos y el pfiuuuuuuiiiiii de el carrito del camotero, y mi voz necia cubiéndolo todo. Recuerdo cuando me sentaba acá al inicio de esto, cuando comencé a vivir aquí, y sentía que por fin la nubes cruzando los cielos azules extendían los brazos y me decían adiós, adiós hombre de poca paciencia, los días venideros son nada más que tiempo para que tú encuentres la senda en el bosque, para que tus palabras refresquen al hombre sediento, para que tus ojos bañen la tierra y crezcan flores de aquí hasta el horizonte. Sé y sé y nada más, parecían decirme. Así es lo último, pero hoy el tiempo es sólo tiempo, segundos apilándose sobre segundos sin necesariamente darle trascendencia a los minutos o a las horas o los días, los años, los lustros, y los hombres sedientos no aparecen, y yo soy miope y no veo aquellas flores aunque yo sé que están ahí, no las veo. Siento hambre. Es mayor mi sueño. El vacío me aterra. Y a veces sueño con sus bocazas tragándome de sopetón.

3.12.13

Entonces la soledad se ha convertido en algo distinto,
En algo dependiente de tu ausencia,
O de tu presencia,
Las tardes frías eran un páramo disfrutable,
Llenas de café, o de té, o de vino o cerveza,
Lo son, lo siguen siendo,
Pero son un bien menor comparado con el calor de tu cuerpo,
Cuando nosotros, echados, desnudos, nos abrazamos en el silencio.

No es lo único, ¿sabes?, no es lo único,
Todavía los árboles susurran mi nombre cuando ando por la avenida,
Todavía el sol me saluda y los perros me sonríen,
Todavía el mundo me arropa cuando me siento a leer,
Pero ahora aquellos árboles me preguntan dónde te has metido esta mañana,
El sol se guarda esos rayos que ha tejido sólo para ti,
Los perros, estupefactos porque no vas de mi mano o brazo,
Y cualquier banca que escoja se siente incompleta.

No es que no pueda disfrutar mi propia compañía mientras los años se hacen viejos, no,
Sino simplemente que yo no soy tú,
Mi risa, mi piel, mis ojos, mi sexo no son de ninguna manera tú,
Tú tan tú como ningún otro ser sobre esta Tierra,
O sobre cualquier otra,
Tú tan intensa, tan loca, tan ordinaria como diferente,
Tan hermosa,
Tú, tus ojos, tus labios y tu sexo, y tus pechos y tus pómulos, tú y tu corazón.

26.11.13

can

Can you hear how them stars sing you a lullaby?
Can you?
Can you see how my heart has turned into an ocean?
For you to be bathed in a midsummer afternoon? Can you?
Can you come close and hold my hand?
So you can hear me tell you about all the colors I have seen, you can?
And can you tell how my body whole is yours truly?
Will you spend one a many night feeling my warmth?
Having dreams of autumn leaves happily crackling?
Can you take me in your arms and smile when I tell you that, yeah, the universe has conspired for you and me to be together?
Could you?
And will you believe me when I say that I have whispered to them stars how precious you are?
While teaching them that song about you?
Can you hear them singing now?

19.11.13

2

¿Sabes? Te voy a contar una historia acerca de un pequeño pato de hule que quería conocer el mar. El patito en cuestión vivía en la tina de una niña llamada Beatriz, quien siempre que tomaba un baño era acompañada por el patito y una ranita de esponja, quien era la mejor amiga del patín de entre todos los juguetes. Patito, ¿por qué quieres conocer el mar? Es inmenso y azul profundo, no apto para alguien pequeño como tú. Además, si te vas, Beatriz se pondrá muy triste. El patillo lo tenía en consideración, pero el deseo era grande en él. Una vez, en el trascurso de ese año, la tía de la pequeña visitó a la familia para despedirse antes de mudarse a la costa. El pato escuchaba la conversación desde el lavabo de la cocina ya que la madre de Beatriz los lavaba a él y la ranita después de un chapuzón de barro en el jardín. El patito pensó que era su gran oportunidad ya que la madre y el padre de la niña odiaban el calor de la playa y hacía mucho que no se acercaban al mar. Patito, dijo la rana, se cuidadoso porque será difícil escabullirte en la maleta a la luz del día, y la tía parte hoy mismo. Pero el patito no lo dudó. Cuando habíasen ido todos a la sala para disfrutar el postre, el animalito de hule saltó por los aires propulsado por una cuchara de madera sobre la que brincó la rana. Rebotó contra el piso fuerte, se golpeó la cabeza contra la pata del desayunador, lo arañó el gato de la casa, se raspó la alita al abrir el zipper de la maleta de mano de la tía, se manchó con un plumón de aceite destapado, pero se encontró en la pequeña maleta y se sintió feliz. Cuando fue hora de partir, la ranita hizo lo que pudo por estar en la puerta para despedir a su amigo, pero no lo vio. Adiós amigo, se dijo a sí misma mientras saltaba hacia el baño en el fondo de la casa.  La primera noticia que tuvo Beatriz de la tía fue cuando ésta les mandó fotografías de su primera tarde en la playa, acompañadas de un pequeño mensaje: Lo más maravilloso ha pasado; he encontrado este patito de hule en mi maleta de mano mientras buscaba cigarrillos  ya que me sentía un poco sola, pero al verlo y recordar a Beatriz y a ustedes, he sonreído y me he sentido mejor. Prometo cuidarlo y regresarlo tan pronto pueda. Beatriz al escuchar lo que su padre leía le pidió que le escribiera a la tía que el patito sería feliz allá, que ella lo sabía, y que de ahora en adelante sería su amigo cuando se sintiera sola, mas que cuando no también. Y mientras el padre tecleaba el mensaje, la ranita en la mano de la pequeña, quien acaba de tomar un baño, sabía que el pequeño pato de hule color amarillo sonreía, bañado en felicidad.

1

Esta es aquella historia que alguna vez escuché acerca de una pequeña niña que más que nada quería atrapar estrellas con su sombrero. Pequeña, oh pequeña, le decía su hermano, ¿por qué aquello de querer atrapar estrellas habiendo tantos problemas y cosas que hacer en casa? Hermano, ella contestaba, porque aquellas estrellas que miras a ratos son felicidad atrapada en el manto de la noche. Imagina cómo sería todo si las tuvieras a la mano. Pequeña, oh pequeña, él contestaba, dejarás de ser tan ilusa. Los días pasaban, y la pequeña no dejaba de pensar en cómo atraerlas a su sombrero. Tal vez, se decía, tal vez si las pienso con fuerza vengan a mí y las pueda atrapar en mi sombrero. La época de lluvias llegó al pueblo donde vivía la chicuela. Los cielos se tornaron más grises que de costumbre porque había huracán aquí y huracán allá. El negro del cielo tormentoso no dejaba los días. La gente se apretujaba por el frío y la lluvia, y casi no salían. El cumpleaños del hermano caía en tal temporada, así que estaban todos acostumbrados a una fiesta pasada por agua, menos el festejado. Siempre fue complicado para él, pero fue peor ese año porque ni un rayo de sol tocaba a la puerta. Es triste lo que está sucediendo, se dijo la niña, así que haré algo al respecto. Partió con su sombrero a lo denso del bosque a buscar aquellas bayas que su hermano tanto adoraba y así su madre pudiese hacerle un delicioso pastel. Anduvo sin suerte un rato ya que no encontraba los frutos, hasta que entre dos troncos viejos avistó el regalo. ¡He encontrado las bayas, con júbilo dijo, para el delicioso pastel! Recogió frutos rojos en una gran cantidad, sonrió enormemente y se puso a andar, mas cuando se dio cuenta perdida estaba ya. Busco sin resultado pista de sus pasos, y dio vueltas y vueltas hasta que no pudo más. Se sentó en el piso y echó a llorar. Escuchaba tantos ruidos que no reconocía, y el miedo crecía cuando a su oído llegaban. Si el cielo despejado estuviera, se dijo, si despejado el cielo estuviera no tendría que llorar porque las estrellas vendrían y conmigo estarían, y yo dormiría de felicidad. Esto se lo repitió tantas veces como pudo hasta que algo bajó del cielo, la cegase, y la durmiera de tajo. Al día siguiente, cuando la horrible resignación había tomado ya a la familia, y pensaban más en velorio que en fiesta porque la pequeña no aparecía, llegó ella con la canasta y sombrero en mano. Sus padres y hermanos estallaron en llanto, preguntándole todos dónde había estado. Por bayas fui al bosque, dijo, para tu cumpleaños hermano, mas me perdí en el bosque, y eso la noche ha durado. Supe se preocuparían pero por fin he llegado, con mucha fortuna y con mucho cuidado. Hermano, le dijo, las bayas he encontrado, pero un resultado mejor de esto he sacado porque cuando en el bosque he llorado algo hermoso ha pasado. Así mostró su sombrero y quinientas estrellas salieron a iluminar su aposento. Y así la fiesta tuvieron, celebrando al hermano, con esas quinientas estrellas y con aquella pequeña que nunca dejó de soñar.

12.11.13

On love, the wind chill, and the sun

I had forgotten how it feels, how it felt. I once wrote about the jealousy and haphazard of any common relationship. I raised my voice in contempt and laughed at those holding hands and smiling despite the growing spite in their hearts. I take that word back, for now I comprehend it may very well not be spite but plain fear. Fear might be looked-down-on, diminished, scorned, said to be an illusion, yet as vacuous as these words of mine seem I dare call it, more than anything else, essential as to no primal emotion has brought as much ill, or as much splendor to those who act upon it fear. Sad as this reads, not even love might carry such importance. Sickly as we are, treacherous as we sometimes become, afraid of chance as we lay, we hope for the sun not for its blessings, but for the black fate we believe the cold wind shall bring. I do not laugh now, you see. I rub my hands and once in a while blow in them trying to heat them up, while the drizzle and the chill gain on my wait. A hopeless wait since there is not a thing to be waited. And this all happens not to be wrong, savvy. Things are as they should. The wind is none but the wind, and the cold has no aim in creeping up my limbs, and the sole grey street is just a street among others in this weather. However, one sees it not, I see it not, so the world appears a darker place for a foolish reason. It is then when one may curse the sun for not being there, brushing my hair, caressing my skin, besweating my face. One shouts in silly might that so then the sun shall stay away because in absence one can fully understand how being lonely makes us strong. There is no pain if the source of it has gone, we tell ourselves, and we stupidly say it over and over inasmuch as we were once told that any sentence told a thousand times is undoubtedly a truth. How could you say you have loved me, sun, if many a day you have left me in the wind to feel cold, we utter, while you hold somewhere else in your arms of warm sunlight? Such folly. Why must it glow overhead day in, day out for you to be comfortable in a bed of mirages? It shall all extinguish some day for them acts of nature all die some day. And regardless of you, this is how life is, because some day you shall also go away. The clouds up there open just a little, a ray of sunlight finds its way out, rumbles down the street and crashes itself against my left hand. Pure joy it is and nothing else, I think. I get up, drop my scorn and my angst, yet keep fear in my chest, and walk holding hands with the sun.

10.11.13

Oda

Si me voy a tumbar a la cama y cierro los ojos tu imagen me invade. Hoy se siente como el mundo gira para ti, para que habites en él, para que seas en él, y para que en ese mundo yo pueda amarte. Cierro los ojos y siento tu cuerpo junto al mío, tu cabello bañando mis manos, tu respiración eliminando cualquier sonido circundante, tus labios quemando los míos. Los abro y sé que no estás mas estás aquí. Las nubes allá afuera se detienen porque no quieren que el sol me lastime, que trepe por las paredes de mi edificio, entre por la ventana y haga arder este cuarto. Ten calma, me dicen, ten calma. Toma al tiempo del brazo y cuéntale lo que has hecho con ella los últimos cinco días, dile de aquella sensación en tu cuerpo cada vez que ella lo recorre con sus dedos, embriágalo si puedes con aquel amor tan sencillo y hermoso que viene de verla despertar y decirle hola mientras la tomas en tus brazos, me dicen. Así que lo siento conmigo al tiempo y le toco una canción acerca del sol y de ella, le murmuro acerca del olor de su piel antes de dormir, del color de sus ojos cuando viste de rojo, del tono de su voz cuando ríe mientras habla y habla mientras ríe, del poder su sonrisa. El tiempo me abraza y dice que el próximo encuentro está cerca, y yo me quedo en mi cuarto enrollado en las sábanas, pensando en ella. No dormiré y soñaré con ella, me digo, porque una realidad a su lado es más que mil sueños en los que me visite. Así que tomo un libro y me pierdo en él, mientras que mi corazón se acelera cuando tu recuerdo me acaricia el rostro, y yo pienso en ti a más no poder porque eres prueba fehaciente de todo lo bueno que el amor representa. 

30.10.13

Lying down,
Hurt from what she's said,
Meant not to either way,
Yet,
Look up you do,
And whisper,
Please,
Please don't screw it up,
Not this time.

Arde

Andas. Andas y te pavoneas si se ven a los ojos. Eres, aunque a veces más que ser pretendes no ser. Porque hay cosas que en la vigilia no se deben mostrar. Eres y son. Se toman. Se funden. O será que el mundo es el que se funde mientras ustedes arden. El corazón arde. A veces de alegría. Aunque tú muchas veces de alegría. Debería de ser así siempre, te dices, ¿cierto? Pero si así fuese todas las veces esto no sería tan especial. Ardes. Arde. Los fuegos artificiales parecen no cesar. Hay días en los que más que arder, quema. Estás pero no estás. Está pero no. Eres pero más que no ser, eres a medias. El sol se enciende, el sol se apaga, y se vuelven a encontrar. Tú te juras, te prometes cosas, algunas vanas y otras serias, sabes que habrá algo que jamás cumplirás. Le ves y sientes como el resto del mundo es un borrón, para bien y para mal. El mundo se te encoge mientras el universo se expande. Le dices que le ves a través del cielo cual constelación, que su nombre parece estar en mucha de la música que escuchas, que un mar se desborda dentro ti cada vez que te saca una sonrisa. Puede que sea cierto. Independientemente de ello, tú sabes que lo es. No hay sensación como su cuerpo junto al tuyo. Le escuchas decirte que su vida no es igual desde que estás ahí. El tiempo se detiene. Su mano toma la tuya. El pecho se te hincha, tus ojos se humedecen, y el júbilo te inflama. Ninguna palabra parece adecuada. No es necesario que digas nada. Los rayos del sol y todas las flores se viran hacia ti. Sonríes. En fin, creo yo que así se siente estar enamorado.
Si pudiera cerrar los ojos, si pudiera, caería en sueños acerca de ti con el pelo desordenado, con tu mano recorriendo mi brazo, las yemas de tus dedos sintiendo cada uno de mis vellos, con tu esencia impregnándose en la almohada y las sábanas para poder hacerme compañía cuando te marcharas. Soñaría con aquella tarde noche que no es una sino muchas, en la que a oscuras nos mirábamos sin decir nada con la voz, pero sí con los labios, escuchando la respiración atrabancada del otro. Soñaría con aquellos ojos llorosos cuando el aire frío es demasiado mientras nosotros vamos por la calle después de habernos hecho uno.

23.10.13

Terraza

El clima es un poco frío el día de hoy. Hay huracán en la costa, dicen. La lluvia no cesa. Por cualquier parte de la ciudad se escucha el chisporroteo de las gotas castigando al pavimento mientras los autos le dan una última voz al agua que forma pequeños charcos en las avenidas. Las plantas y árboles sienten la caricia del cielo cuando son empapados en un día lluvioso. Un perro alegremente escondido debajo de un automóvil azul estira la lengua para beber del goteo de la defensa frontal. Los pájaros se apelmazan unos contra los otros para combatir el frío, y sus plumas se acomodan de tal forma que los pájaros dan la impresión de estar soriendo a pesar del clima. La gente corre a dónde sea porque por alguna extraña razón el agua que los toca de manera vertical los llena de algún miedo, y somos a veces tan tontos que creemos que correr es la solución. Nadie está hoy en la terraza. Las blancas sillas y mesas de este lugar están mojadas, inservibles se diría, con ceniceros llenos de agua hasta el tope en algunas. Sin embargo, la vista es la misma que en cualquier otro día: ahí está la interminable fila de edificios, distintos árboles salpicando las calles adyacentes, los cerros de verdes y marrones cimas, el vaivén del día de cientos de miles de personas que jamás conoceré yendo de un lado a otro y dándole un matiz distinto a la vida con sus sonrisas y sus alegrías y sus manos y sus creaciones y pasiones, y también con sus pesares. El mundo no se detiene porque las plantas no dejan de respirar, los pájaros no dejan de apretujarse, los perros no dejan de mirar la lluvia caer. Así que yo sigo sentado aquí, en una húmeda silla, bebiendo de una taza de café que es ya más agua que nada, y trato de acomodar todo el mundo que me quepa en la vista. Pienso en aquellos a quienes quiero, en las manos que me acarician y los labios que me tocan y los brazos que me toman, pienso en ella y en ellos y en los pequeños y en los viejos, en los colores que me han pintado todos los días, en ese vestido rojo, en la pantalla del televisor mostrando una película en domingo, en la calle en la que muchas veces me he sentado a hacer nada, en la música antes de dormir, en el olor del pan recién horneado, pienso en el sabor del mango y la cereza, en lo refrescante de una ducha fría, pienso en lo que no cabe en este texto porque el mundo no cabe en una hoja de papel, pienso en todo ello, y mientras veo este día frío pasar una sonrisa me nace en el rostro porque no podría ser de otra manera.

22.10.13

Mármol

Es el tercer domingo del décimo mes. Hay un incesante número de ciclistas, de gente que corre, que trota, de paseantes sin destino; gente que va a los brazos de alguien, que va tras de su perro, quien abraza la libertad de sentir como el aire le despeina el pelo; gente que ríe porque así son los domingos, que ríe porque algo inesperado le ha roto la rutina, que sonríe porque hay a quien llevar de la mano; el sol recorre las aceras, las nubes recorren el cielo, raptan la luz, y la calle se vuelve un lugar sereno sin paragón. Hay colores por doquier, en serpentinas y globos, la ropa de todos, las correas de los perros, los autos que cruzan lento, el sol y la sombra persiguiéndose por doquier, los helados haciéndose agua, haciéndose leche. Yo veo todo esto, mas no lo siento. La secuencia de notas de algún compositor ruso y la secuencia de palabras de algún autor francés están estacionadas en mis sentidos, reclamando mi atención, mi asombro, mi entusiasmo, y mi congoja. Pero no los atiendo, no en un día como hoy. Porque la soledad me ha atado a esta banca, y lo único que atiendo es el frío que me eriza el vello y el pelo. Me he hecho viejo. Alguien alguna vez me preguntó si yo le habría agradado cuando yo era más joven. Lo dudo, le contesté, era demasiado taciturno, y rara vez parecía que algo me importaba. Pensé en aquel momento que entonces parecía ser un ser más afable al trato, menos torpe socialmente hablando, y un poco más atento a las necedidades de los demás. Sin embargo, también que me había tomado demasiado llegar a ese punto, que había tardado tanto en caer en eso de querer ser mejor persona, como si fuese una meta inalcanzable los primeros, muchos de los primeros años de mi vida. Ignoro si acaso soy una mejor persona. Me he hecho viejo, y si bien creo haber hecho lo correcto, ahora no parece importar. Ah, eres un cascarrabias, me dicen. La gente no cambia, me dijeron algún día. Me he hecho viejo, ya no soy aquel que atraía a la gente con una sarta de sandeces, burlándose de todo lo que se atravezase por la mente, haciendo reír a quien fuera, irreverencia por todo lo alto. Ahora me siento a platicar de forma normal, pocas veces ya con extraños, o me siento y guardo silencio mientras escucho a los demás. No es que no tenga qué decir, pero he hablado tanto ya que escuchar parece una mejor idea. Tal vez tenga que ver con que en esos ratos en los que estoy solo, busco una banca cómoda y me siento a leer. Leer es en cierta forma escuchar. Hoy no lo hago. Atado a esta banca como estoy, con el frío atándose a mí, mis piernas y brazos descubiertos y erizados, la sordera me inunda y no me muevo. El viento sopla fuerte, las hojas crujen, la gente comienza a caminar rápido porque se viene la lluvia. Me levanto con trabajo porque no me quiero mover. Comienzo a andar trabajosamente porque quisiera quedarme sentado en este pedazo de mármol. El día está a punto de terminar, yo sólo pienso en el dolor de mis pies después de andar tanto. Sonrío, pero no de felicidad.

15.10.13

vacata

Then there is sunshine, there is breeze, there is waves, there is blue and blue holding each other til the horizon, there is palmtrees and sand, there is you, there is I.

I wake up. I am in bed. There is warmth coming opposite. There is a soft sensation in my fingertips, no matter in what direction I move them. Her eyes stare at me. A smile. A caress. A kiss. Another smile. A kiss that goes on infinite.

Then there is heavy rain. Still there is you, and there is I.

13

No entiendo como la belleza puede ser tan desgarradora. Luz y sonido, individualidad y soledad. La noche es algo fría, mas no sobria. Nadie se mueve, nadie habla, sólo escuchan. Escuchan a trece personas hacer del tiempo algo innecesario mientras le cantan a la alegría de brincar en los charcos de agua. Andar de la mano de alguien. Sentir como el agua cae y le corre a uno por todos lados. Explotar mientras se sonríe. Sonreír. Las hojas crujen bajo los pies y las gotas de lluvia. El agua haciendo splish luego splash. No hay otro sonido. No hay otras notas. No se es nada más que el momento. Si se detiene se escucha al viento riendo. Y todos se contagian de esa risa. Nadie se mueve, algunos canturrean palabras desconocidas. Saben lo que les susurra la música al oído. Yo lo sé. Tengo las manos en los bolsillos, me contoneo levemente de lado a lado con los talones despegados del piso, respiro rápidamente, y tarareo. Mis ojos se humedecen, y me desbordo. No importa quién soy, no importa a dónde voy, no importa si mañana será mejor. Importa dónde estoy y qué hago aquí. Chispas de belleza saltan por los aires. Hoppa í poll.

8.10.13

El libro y la ciudad

A veces se me cruza por la cabeza esto de que el sol no quema, sino sólo arde.

Bernabé está en la tercera banca del lado derecho, entre el Abedúl y el Monumento a la Revolución de Independencia, sobre la avenida más concurrida de la ciudad en la que vive. Está leyendo El Gran Inquisidor de Dostoievski mientras come un vasito de yogur natural con cereal. Si bien el sol no le da directo, siente el calor de una tarde precedida por nada más que lluvia de sol a sol. El sudor le corre por la frente, las sienes, las mejillas, y la barbilla. La camisa se le mancha en las axilas y en la espalda baja. Hay exhalaciones de aire de cansancio, de hartazgo, y sobretodo, de calor. Una mujer que vive en la calle le mira fijamente, pensando en cuánto del yogur que come ira a dejar en el vaso, y en si debería de pedirle su libro prestado porque a veces las tardes son muy aburridas. Él no la nota. Pasos van y vienen y van y vienen, conversaciones distintas llenan el aire, sonidos y olores invaden hasta lo ínfimo. Él sigue absorto. Rara vez despega la vista del libro. Alguien le pide la hora con aquella aparente prisa que se lleva al ir tarde al cine - si de verdad se puede llegar tarde a cualquier película. Bernabé no escucha. Ese es el tan mentado riesgo con las parábolas - sea la que fuere que se esté leyendo porque no todo cae en la exégesis -, la absorción de la atención de aquel que se la presta, quien cautivo ante capas varias de significado recobra su ser sólo cuando tal parábola deja de gobernar sus sentidos. Quien escribe esto sabe de lo que habla: fue en el verano de 2012 cuando la causalidad le llevó a una ciudad remota, donde había poco por hacer y nadie conocido, en la que las mañanas corrían lentas abrazadas de ese libro arriba mencionado. La música en el estéreo flotaba sin receptor alguno, al igual que los gritos provenientes de la calle, al igual que el olor a gas del calentador descompuesto y el hedor del retrete inservible. No estaba en la ciudad capital de cualquier estado de cualquier país arriba del ecuador, sino en Sevilla, rodeado de muerte y los autos de fe. Las sábanas a cuadros y el frío septentrional se peleaban por su tacto, pero eran tácitamente ignorados. La parábola le trepaba a tientas y lo envolvía con sus miles de patas, las cuales se alargaban infinitamente conforme avanzaba en el libro. Se asfixió inconscientemente, muerto en cama sosteniendo el libro y raspándose el alma con la del inquisidor y la del mesías y la del mismo Dostoievski hasta que el beso de la realidad le rozó los labios. Volvió a ser lo que alguna vez con cierto tino sospechó era, y guardó el libro en algún lugar del vetusto departamento al que no volvería. Bernabé bota el vasito de yogur vacío, el cual la mujer que vive en la calle lamerá hasta el hartazgo. Lee y es, se pierde en el libro y sus páginas y sus párrafos y sus sentencias y sus oraciones y sus palabras y sus letras y el alma del inquisidor y la del mesías y la del autor mientras el sudor cae en gotas en el pavimento, para después evaporarse y subir a las nubes y poder ser uno con el Señor. Bernabé cierra el libro, se pone de pie, y anda rumbo a casa.

7.10.13

Así

Ahora lo entiendo. Estoy tumbado en un camastro con palapas de palmera y el mar interminable frente a mí. Mientras la miro dormir en el camastro de al lado, pienso en que ahora lo entiendo. No se trata de mandar mensajes todo el tiempo, de saber qué hace y con quién está cuando yo estoy ausente, de cavilar en cuánto me necesita día con día, o de si quiere coger conmigo. Es acerca de los impulsos que la hago sentir, y de la felicidad que siente cuando estoy presente, de cuerpo o no. La seguiría al fin del mundo, le contaría mil y una historias mientras la tomo de la mano, pasaría todas las noches a su lado en cama, todo si su día se convierte en algo distinto, y hay felicidad en cada una de sus terminales nerviosas. Soy un hombre absorto a veces, berrichudo en otras, raro en muchas, pero no dudo ni por un segundo que aquello que me llena de sol las horas, que me inflama el pecho en sueños, y que inspira belleza cuando miro las blancas paredes de mi habitación proviene de ella. El mar hace su splish y su splash con el cielo de fondo, y ella duerme plácidamente, y yo me pregunto si será todo igual en un par de meses. No, me respondo, no porque habré visto más de ella, y por supuesto de mí. Sé que tal vez se habrá enfadado un par de veces conmigo, y yo con ella, y que se podrían atravesar un par de sinsabores por causa del inherente miedo que al amor acompaña. Mas la cantidad de minutos que haya pasado con ella será inconmensurable porque el tiempo pierde sentido cuando nos miramos, y no podré calcular ya cuánto hemos estado juntos. Alguien podrá argüir que tanta seguridad no es natural y que estoy en un error. Aún así estoy seguro de que estaré enamorado de forma más profunda, y que no le veré final a las cosas.

3.10.13

Porqué yo, y no tú

Has dejado de tomar mis llamadas, has dejado de contestar mis mensajes, y has dejado de querer hablar conmigo a pesar de todo lo que dijiste el año pasado. Sin duda crees que he cometido un error alejándome de ti, y tal vez tienes razón. Aunque, como con cada cosa que hago, hay un porqué. A pesar de la belleza entre tú y yo, de las noches en vela mirándonos sin hablar, a pesar de los tragos de vida que me has dado, y muy a pesar del sabor de tu sexo, la horrorosa sensación que me dejas en el corazón cada vez que te enfadas conmigo por yo no sé qué es suficiente para no tener convencimiento de querer estar contigo. No lo notas, y eso lo hace aún más duro. ¿Crees que de verdad quiero sentir ese desgarre que tus insultos rasos me causan? Tus excesos inconscientes son peores que cualquier daño que busques hacerme a propósito porque si te doy el menor indicio de una lágrima te ríes y me llamas "chilletas" de una forma tan calma, así que río de una forma que asocias con el sarcasmo, y cuando estoy en un rincón contigo lejos, puedo suspirar y pedir paciencia. Dices amarme, y no dudo que lo hagas, pero, siempre este maldito "pero", me amas al punto de querer asfixiarme con toda tu intensidad para que yo vea lo mucho que te importo y no pueda dejarte. No quiero dejarte. Me cuesta bastante trabajo hacerme a la idea de que puedo dejarte. Debo hacerlo. No tengo exceso de delicadeza, pero eres de un tono carmesí demasiado ardiente para mí. Tu piel raspa la mía sin tregua, tus demandas pesan más que todos los mares, y el desdén de tus ideas me llena de incertidumbre. Eres un ser hermoso, pero de una hermosura tan densa que más que indigna me siento abrumada. No tengo excusa para decirte lo que te digo, no tengo argumento para hacerte sentir mejor. Porque sé que te molestarás y pensarás en lo imbécil que soy, arrugarás esta hoja y la azotarás contra la mesa, darás vueltas por toda tu casa, te cruzará por la mente llamarme mas el orgullo te lo impedirá, y pasarás la noche llorando. Creerás que deberías de intentarlo una vez más porque me amas como a nadie más. Le pedirás fuerzas a dios para no irme a buscar. Mientras le sonríes a todo el mundo te irás desquebrajando por dentro. Y al final, me culparás de todo lo sucedido. No importa. No importa ya que yo estaré aquí sentada mirando la puerta y esperando a que aparezcas a pesar de saber que seguro te sentarás a contarle a alguien más cómo es que tan cobardemente me he alejado de ti. 

2.10.13

parte

Un suspiro junto al mar,
Una sonrisa en silencio,
Tu risa a veces rompiéndolo,
Esas dos palabras antes de un beso,
Tu mano recorriendo mi pelo,
Mis labios contra los tuyos,
Tu aliento en mi oído,
El mío en tu cuello,
Las tardes en una suave lluvia,
O parados en una estación de tren,
Andar tomados de la mano,
O con tu cabeza en mi hombro,
Los cuerpos atados, desnudos,
Y tus labios contra los míos,
Tus ojos de mañana soleada,
Tus ojos en un cuarto oscuro,
Un abrazo al reencontrarnos,
Un beso antes de irnos,
Tu voz pronunciando mi nombre,
Tu nombre cual estrella en un sueño,
Las flores que te he regalado,
Y también las que no te he dado aún,
Aquel chocolate en Reforma,
Y aquel que dejé en tu barbilla,
Fotografías de ayer y de ahora,
Notas de cumpleaños y notas porque sí,
Canciones que dicen lo que uno no habla,
Y un mono rojizo que me abraza al dormir,
Todo esto atesoro en mi pecho,
Y esa parte de ti que vive en mí.

5

Cuando me asomé desde el quinto piso del edificio vi a Emmanuel como nunca antes lo había visto, mas como siempre lo recordaría. Hubo mañanas en las que platicamos de la tan cacareada nada, y otras en las que hablamos de nada, y un par de momentos en los que hablamos de todo: de los miedos sin nombre, de nombres sin miedo, del porqué y del cuándo, y de música. Recuerdo que alguna vez me invitó a verlo tocar no sé qué instrumento, de seguro canciones viejas de alguno de sus grupos favoritos, mientras su novia tal vez sonreía en algún rincón, y su amante de seguro brincaba justo en frente del escenario. Cervezas imaginarias, y algunas cervezas reales se cruzaron por doquier en las pláticas debajo de las escaleras de cierto edificio de nuestra época de pubertos, y en cafés que para nada eran como el lugar en el que nos imaginábamos charlando cuando estábamos sentados debajo de aquella escalera. Poco pasó como pensábamos porque lo que uno piensa sucederá rara vez sucede y uno tiende a la malsana maña de pensar que se cebó porque uno contó sus sueños, entonces uno se los guarda sosamente gracias al enfermo miedo. Él y yo soñamos cosas tan distintas, tan distintas y hasta cierto punto lejanas que el achacoso y embrolloso desenvolvimiento del pasado en presente ha borrado muchas partes de aquellos sueños, y las imágenes tienen cochambre ya en ciertas partes. Y algo de lo que recuerdo, y sé por consecuencia, es que él no se imaginaba contra el piso frío de un edificio cualquiera en un charco de sangre cálida. Esto me hace ver que no tengo nada de qué quejarme, que todo el malestar que pueda sentir es poco, magro, tibio, comparado no con el hecho de ser una desgracia en la forma de un estúpido accidente, sino porque hoy todavía puedo decir que soy. Alguna vez escribí que me cuesta trabajo entender lo que la gente me espeta de lejos, mas lo que me soltó una mujer de ojos cobrizos el verano pasado lo tengo muy grabado en la cabeza: tienes tu salud, así que, ¿qué demonios? No me lo espetó a mal, y mucho menos lo tomé a mal - fue simplemente un comentario con la sobria intención de hacerme sentir mejor. Sin embargo, el amargo suceso de esta tarde dimensiona aquel comentario de otra forma. La intención y el objeto de esta misma se mantienen, pero yo no soy el mismo, y el sabor que me deja es de otro tipo, sobretodo después de escuchar la voz de la madre susurrando primero, y gritando al final que no era cierto lo que acababa de ocurrir, que su hijo seguro estaba riéndose de ella mientras yo le hacía una broma cruel, y que su hijo pagaría esa noche. Pero no hubo broma, así como no hubo más charlas, como no hubo más lágrimas de desesperación por no saber Emmanuel qué hacer, y mías por saber qué hacer. Alguna vez me habló de su indecisión para con el camino a tomar. Me dijo, Joel, sé qué quiero, pero no si me atreveré. Sé a dónde voy, pero me obstino en posponerlo. La presión de los demás me ahorca hasta un punto en el que ya no soy yo quien se acobarda, entonces ya no soy yo quien decide, y yo sólo veo la vida pasar sin saber si quien quiere algo es yo o el otro. Puede ser que ahora mismo no sea yo quien se queja contigo. Y lloró. Yo lloré tan secamente como muchas veces lloro. Alberto siempre me reclamó que con tal cara seca la empatía que digo sentir se va por el retrete porque no hay forma de compartir el dolor si no se puede compartir el llanto. Lo más que puedo hacer, le conteste, es sentarme a escribir algo melancólico independientemente del resultado. Lo hago, lo hago de forma brusca e intolerante, buscando palabras cursis y comunes, consciente de que poco he logrado, de que no puedo sentirme mejor, de que la catarsis que busco está lejos, en un lugar tan distante que cada letra que tecleo me aleja de ella. Pienso en la madre de Emmanuel y en aquel hermano mayor que lo introdujo a la música de los setentas, pienso que no les haría demasiada gracia lo que escribo y que con la cabeza gacha me dirían que lo extrañan. Yo lo extraño, como a todos los otros que se sentaban a mi alrededor, como a los que me dieron de beber hasta el cansancio, y al yo que se sentaba con todos ellos, y al que bebía con todos aquellos. ¿Qué tan soso es todo esto, este aparente ejercicio de auto compasión? No lo es, eso lo sé de sobra. Partir es morir un poco. Morir es partir. Esa parte de él en mí ha muerto, y esa parte mía en él ha partido. Así ha sido con los demás que se han ido, muertos o no. Estoy desquebrajado, destartalado. Ignoro cuánto queda de mí. Ignoro si yo hubiese aguantado el golpe. Ignoro si contarles esto roza siquiera la catarsis. Porque, saben, esto es más que nada un ejercicio acerca de lo que llamo perdida.

21.9.13

Muéstrame el jardín en tus ojos

Hay gardenias de blanco, crisantemos de naranja, y obviamente rosas de rojo; hay guijarros que combinan con estas últimas, además de grises y algunos pocos color morado; hay un par de colibrís revoloteando por todos lados; hay pasto alto lleno de catarinas rojas de siete manchas y amarillas de veinte; hay un par de sauces llorones al fondo, y entre ellos hay una pequeña banca a la que le da directo el sol, mas quien se siente ahí está a salvo de una insolación porque tiene un pequeño techo hecho de tejas rojas; y en  esa banca a veces veo a aquella chica con los ojos café caramelo más hermosos que jamás he visto. Ellos han visto atardeceres de tantos tonos de azul y rojo o la mezcla de ambos, han admirado los colores de cientos de cuadros (sobre todo los de Remedios Varo), han sentido al mar chocar contra las rocas y crear blancos imposibles, han estado frente a la música bailando con el agua de una fuente con la sonrisa de Louis Armstrong de fondo, se han aterrorizado ante grandes alturas (aunque a veces no tanto), y han llorado de dolor - aunque estoy seguro han sido más las veces en las que han sonreído ante lo pequeño o ante lo magnánimo del mundo. Los ojos ahora peinan algún libro pendiente, de aquellos que le han regalado, aunque podría ser algo que alguien le ha escrito; y si alguien le ha escrito algo seguramente será acerca de sus ojos, porque si me puedo robar una frase que leí hace poco y la transformo mientras la veo leer allá en aquella banca puedo decir que ella es sus ojos y sus ojos son ella. Camino tal vez un poco más deprisa a cada paso que me acerca a aquel rincón porque quiero llamarla por su nombre, sentir sus ojos brincando desde su libro hasta mi pecho y de ahí subiendo para posarse en los míos, y cual palmera pirotécnica explotar por sobre el hermoso jardín en sus ojos.

10.9.13

El sol es ella

Anda despacio pensando en cuanto le molesta que la gente se vuelva para mirarla. Anda despacio colgada de un libro acerca de personas y acciones hermosas, imposibles. Tan hermosas como el cielo que mira desde su terraza todos los días, y tan imposibles como la tristeza que siente cada vez que el pasado parece meterle una zancadilla nada más porque sí. Anda despacio saboreando un vasito de helado de vainilla -  es el sabor del alma, alguna vez escuché. Anda despacio elucubrando historias acerca de cada persona que se cruza en su camino, y ríe porque las situaciones más embarazosas que se le pueden ocurrir le ocurren a todos aquellos que cruzan su camino. Anda por el parque con la mente en un  lugar y con el corazón en otro, con las ideas atascadas en qué tiene por hacer esta semana, y con las palpitaciones por aquel y aquellos y también los demás. Busca un asiento para tomar su libro y perderse en el destierro de la casa sin techo que es techo y que es azul. Se arremolina en sí misma como hato de viento, a la vez que las hojas alrededor de su banca se levantan y flotan y crujen de felicidad. Es las palabras, es todos y cada uno, es los cantos y el pelo maravilloso de una mujer y la espera gratificante y cada uno de los objetos ahí. Es en las palabras. Es dentro del libro, pero también fuera de él. Porque el sol que calienta el techo azul y las hojas del libro es el mismo. El sol es ella y ella es el sol. El agua en la fuente borbotea, los niños ríen en los columpios, los adultos platican acerca de lo que sea se platique en un día así de soleado, y ella brilla por sobre sus cabezas. Las flores se vuelven para mirarla, y decir su nombre en voz baja, mientras ella sonríe. Las hojas de libro se van terminando, pero la sonrisa no mina porque siempre se puede volver a empezar.

4.9.13

Ajá

El objeto de mi afecto es el mismo que el de mi aflicción. Las cosas no son como pensaba serían. Es mi culpa. Mi maldita culpa. Siempre me hago una idea del sabor y el olor de las cosas. Del accionar de la gente. A veces acierto. Muchas veces. El día me sabe a dolor de cabeza cuando no. Me postro frente al computador con los audífonos a teclear hasta que se termina el café y el agua. Salgo a despejarme en vano porque sigo con esa punzada tan particular detrás de los ojos. O con la sensación de tremor y cansancio. Me da el aire fresco de un día nublado. Llorar aunque sea un poco no caería mal. No puedo. Es fisiológicamente imposible para mí. Suspiro. Río. Pero qué cosas me pasan por la cabeza. Pienso en la nota del día. En lo ridícula que será si escribo lo que me sucede cuando me duele la cabeza. Sueno más como un adolescente soso y malhumorado que como alguien que de verdad tiene problemas. Yo no los tengo. Sé que podría tomar una pastilla. No lo haré. Odio que mi orina huela a medicina. Un dolor de cabeza no es un problema real. Tampoco uno cada semana. Quiero ir a casa. Quiero tumbarme. Quiero pensar nada. Quiero ponerme una almohada debajo de la cabeza y otra encima mientras estoy bocabajo con la música de Shostakovich en los oídos. Quiero acostarme aunque me zumbe la cabeza por no hacer nada más. Posiblemente no lo haga. Solamente me sentaré a esperar que salga mi ropa de la lavandería. O solamente daré una vuelta por el vecindario. De cualquier manera escucharé algo de Shostakovich. Mientras los celos me corroen las entrañas. O mientras la frustración por algo torpe me rebota en la mente. No lo he decidido aún. Podría sentarme en la avenida y tratar de escribir algo lindo. Algo para mí. Y de rebote para alguien más. Para ella. Ya me jodí si llueve porque no se puede escribir bajo la lluvia. Cada una de las cosas que escribo sólo pueden ser escritas una vez. Con la tinta se corre la idea si nadie la ha leído. Mi memoria es pésima. Así que no creo poder llegar a teclear lo que sea se me ocurra. Siendo honestos muchas cosas que cruzan mi cabeza jamás llegan al papel. O a la pantalla. No importa. Lo valioso en esas ideas es lo efímero de su ser. Como yo. Porqué leo acerca de la edad del universo y de la materia oscura y me siento nimio. Pequeño. Está bien. Abrazo a Russell y pienso que este universo también se ira al carajo cuando yo me vaya. Es hora de una segunda taza de te.

31.8.13

Acknowledgement

Rubén
Beto Goo
Kari
Juanqui
Ale
Yatza
Claud

Ibrahim Ferrer

Sergei Rachmaninoff

Mogwai
Radiohead
New Order
Caribou

Jorge Luis Borges
Bertrand Russell
Roberto Bolaño
Fiodor Dostoiewski
Isaac Asimov
Marjane Satrapi
Kurt Vonnegut
José Emilio Pacheco

Guillermo del Toro

Regina & Jona
Charlie & Richie
Zu
Iván Cáceres
Bere
Moni
Karla
Israel P
Diego C
Michel
Adrián
Iris & others down at Toluca (Lake)

Those infamous bits of past

Fuck you for what you have done to her

We are some sort of sunshine

Hooray, red rabbits!

Puente

Hoy vi el amanecer desde el puente que toma el camión en el que voy a la escuela todas las mañanas. Las nubes se deslizaban en jirones grisáceos de sur a norte, el sol era una bola roja y enorme asomándose entre las nubes, y el cielo se pintó de tonos azules y naranjas. Nada importó en ese momento: ni la falta de sueño, ni el hambre, ni el dolor en los pies. Fueron seis segundos de pasmosa belleza, de increíble soledad. Seis segundos suenan como una nimiedad, como un suspiro en medio de una ventisca; pero si se olvida el todo, y a veces la nada, el tiempo se ahusa, se hace hebra con la que se teje un recuerdo que permanece. Seis segundos entonces son la eternidad de una imagen que provoca que se flote sin amarras en el momento. La piel a veces se deshilacha o rasga, y yo uso esos momentos de parche para no perder forma. El sol rojo a la distancia está en la materia de mi cuerpo, lo puedo llamar cuando lo desee. Soy de cierta manera un amanecer.

24.8.13

Idea

La idea pocas veces representa al objeto real. Se ha escrito que el hombre idealiza todo lo que se presente frente a sí. Poco se brinca esta proposición. Los días lluviosos se ven como nostalgia, como un plan arruinado, como catarsis, como el escenario perfecto para sonreírle a alguien, como motivo de mal humor. Las fresas se notan como algo delicioso, como un mal día en el sanitario, como felicidad en forma de algo engordador, como algo a evitar, como la prueba de que el amor existe. Los libros se piensan como algo imprescindible, como algo caro y estorboso, como fuente de la vida, como artilugio para crecer, como algo del pasado. Y así con la vida y sus vicisitudes, sus días y noches, su gente y su sueño, su sabor y su olor, su textura, su pesar, sus momentos malos y buenos y peores y mejores. La tonada que me hace sentir perdidamente enamorado puede ser el dolor de alguien más, y sus lágrimas pueden ser lo que riega el pasto en el parque. Lo real está detrás de una cortina gruesa que el ser humano ha tejido por años. Las estrellas lejanas son alimento de algo desconocido. Las hojas son cobija de un insecto perdido. La música es leyes físicas en concordancia. El corazón es un músculo. El alma es sólo 21 gramos menos. Yo lo percibo todo al revés. O al derecho. No estoy seguro de qué forma. Tal vez, muy tal vez todo lo siento real, tan real que se me incineran los nervios. Y que al final, la idea del resto de todo y de todos sea infame porque en nada se parece al mundo en el que vivo.

Remanence

Life is a cliché. Endless repetition. Over and over. People wake up. People shower. They have breakfast and lunch and dinner, then go to bed. They dream silly, nuts, romantic, nonsense, horror. They shit and they fuck. They make love. They piss. They diss. They praise and reward and exaggerate and award. They talk endlessly. They shut up. They die. People are born. Then they die. People walk. People run. They deny. Sometimes admit. Or acknowledge. They shoot or stab or hit or beat over. They kill. They rape. They hide. They say they have done shit. People blame it on anyone else. They blame media. Their parents. Their friends. Drugs. Alcohol. The environment. Mostly their parents. They are never guilty. They flee. They blabber. But at times they say something meaningful. They write. They recite. They sing. Paint. Carve. Create in general. They beget beauty. They are beauty. They depict it all. The universe. God. Sex. The mind. The one they love. The ones they don't. They burst. They burn. They vanish. They are one and one only. And so on. Because life is the endless repetition of worthless or divine patterns. Here and there and everywhere and nowhere. Because we barely understand anything. Spacetime is immense so we think of the infinite. No such thing. Because I am just particles. And when I decompose, when I fuse, there is no possible way I shall remain. There is no bliss in nirvana, so why would I?

¿Hola?

He venido a tu puerta con el puño cerrado para tocar y tocar, decir tu nombre en murmullos que nadie escuche salvo tú y tal vez yo, tomarte entre mis brazos y besar tu frente, contarte el sueño que he tenido noche tras noche, sonreír como en aquellos días fríos en los que te he dado mi cuerpo desnudo, peinar tu pelo detrás de la oreja, sacar un trozo de papel de mi bolsillo y leerte aquel poema del que te hablé en la avenida mientras veíamos la tarde pasar, platicarte un par de tonterías y verte reír, y dejarte ir a la cama con otro beso - este en los labios; he venido y después me marcho diciéndote que aquí estaré mañana, y el día siguiente, y el que le sigue a ese también, y así hasta que ya no nos queden días. He venido a buscarte en un día lluvioso. He venido a tocar a tu puerta con la mano derecha porque en la izquierda llevo el corazón.

19.8.13

A veces

A veces cuando camino por la calle de noche me da aquella nostalgia que sólo da cuando uno sabe que no se dormirá bien por el simple hecho de sentirse tullido y cansado después de escuchar a los congéneres quejarse de lo insensato de la vida, y uno caer dormido en un sillón incómodo y con olor a perro. Le subo a todo al reproductor de mp3, el cual indudablemente logra que el mundo le quepa a uno en el bolsillo porque se puede brincar del soul al doo wop y de ahí al rock de los 50's y terminar en música en español, no sin antes escuchar a Mstislav Rostropovich rasgándole el alma al chelo. La música va a tope y toda la gente que va por la calle parece sincronizar sus pasos con el ritmo en mis oídos, y yo muevo los labios si es que hay letra o muevo las manos y brazos si es que sólo hay música, y tontamente hago gestos a la par. Todo se reduce a ese momento en que nada más parece importar salvo la consecución del clímax de cada una de la piezas que puedan sonar. El mundo, mi mundo, como lo dijo Tesla es una caja de resonancia. Tiemblo y ando, y ando y tiemblo, y quisiera no tener que llegar a casa porque no quiero dormir, no hoy, porque no quiero soñar con imposibles o con lo que de seguro me pasará uno de estos días. Camino despacito, sin mirar el reloj, bamboleando la cabeza y evitando las fisuras del pavimento, evitando pensar en ella y en ellos y en todos y en nadie al final. Cuando ya estoy por llegar a casa y a la idea de que mañana será uno de esos días que no quiero vivir, escojo una lista de reproducción y toco las últimas canciones de esta y me topo con aquella voz que me canta suavemente que no me pierda en el cielo, que no me pierda en el cielo porque cometeré un gran error. Absorto voy, siento como un par de manos me tocan la pierna pidiendo mi atención por cualquier razón, pero ni me inmuto, mucho menos me detengo porque hoy el egoísmo me hace hervir la sangre, y lleva la voz principal en esta tonada rota que ha sido este día ya que no importa cuanto reme a contracorriente, el mal humor me seca los labios y el alma de forma impermutable. 

9.8.13

Earnest tumbling round the room,
Daisies bloom when her eyes open,
Them lids burnt cause night was longest,
For dreams of shore then went asunder.

Bright hot tea awaits for 'er lips,
Shakings hips to tunes of wonder,
Trouble yonder in the warm shower,
Sing to self and be star cluster.

Painted soul on smiles and candor.

8.8.13

hoja de papel

la certeza de que algo grande vendrá de esta tensión. Algo que me relaja es contar los pasos de la escuela al café y de regreso, tratar de recordar los que me tomó el día anterior, y sacar el promedio, mientras escucho algún cuarteto de cuerdas o concierto de piano que llevo siempre en el mp3. La persona detrás del mostrador me sonríe por alguna extraña razón, pero yo hago la matemática de los pasos, y solamente arqueo mis cejas lo más amistosamente posible. Por la tarde algunas veces tomo una caminata por la avenida principal, buscando una fuente distinta a la de la vez anterior, y sentado con libro frente a los ojos escucho el golpetear del agua. El libro puede ser poesía, o un cuento laberíntico o uno más acerca de interminable alienación, o una novela que he tardado demasiado en terminar, o uno con palabras tan perfectamente ensambladas con otras que pienso en todo lo que estúpidamente creo que he hecho mal, y en ocasiones me froto los ojos para evitar llorar. Lo maravilloso del agua en la fuente es que hace su splish y su splash indiferente del clima, del tráfico del día, o de todo lo que cruza por la mente de aquellos que sientan a su alrededor. Si el sol me lo permite, recargo la cabeza en el respaldo de la banca en la que estoy y cierro los ojos, y perdido en el arrullo de aquel sonido que discretamente imita el golpeteo de las olas, vago sin moverme un centímetro. Ciertos días es imposible porque el sol da fuerte y lo único que se siente es esa ceguera lechosa de la que escribió Saramago, entonces pongo el reproductor en reproducción aleatoria, y veo la gente pasar. Una vez una chica me preguntó si me podía fotografiar mientras leía a Melville en una banca, a lo que dije sí. Enfocó y me pidió que siguiera leyendo, lo cual hice según yo como un segundo antes, pero ella dijo que yo no estaba sonriendo como hace un momento y que debería de hacerlo. Suspiró y se fue después de que la miré por encima de mis lentes, completamente perplejo. Desde diez metros me gritó que era una pena. No entendí qué quiso decir. Rara vez lo hago, es decir, lo que me espetan de lejos los demás. No por sordo, u obtuso, u obstinado, sino por abstraído. Como hoy que soñé en imágenes sin sonido, con una quemadura de cigarro en la esquina de vez en vez, sueño en el que andaba en bicicleta mientras comía helado de vainilla que alguien desde los diablos de la bici me ofrecía. Toda la mañana he pensado en esto, recordando la textura del helado y de la mano que lo sostenía, el olor de los sauces en el parque, y el vaivén de la mano de aquella niña que me saludó desde el columpio. Pocas mañanas recuerdo

3.8.13

Matilo 3

Matilo Asdrúbal se encontraba en la silla de su oficina comiendo lentamente cacahuates japoneses y escuchando a Mogwai cuando sonó el teléfono. A diferencia de lo que él creía, no sería el tono del espinosaurio lo que llamaría su atención, sino la hermosa voz de Mahalia Jackson cantando Come Sunday accapella. Tan perdido estaba mirando la pantalla en la que escribía un entrada acerca de sí mismo en su blog que no le extrañó en lo más mínimo que una canción que no había subido a su celular sonara como el timbre estándar. Matilo no reconoció el número en pantalla, así que lanzó con desdén el teléfono sobre el libro verde sobre su escritorio. Pensó que era buena idea escuchar la canción que sonó del celular, así que buscó la canción en su reproductor y la tocó. Mientras la escuchaba e intentaba contar la historia de sí mismo sentado en su oficina comiendo cacahuates con Mogwai de fondo, el teléfono se escuchó una vez más. Reconoció las trompetas al principio de una canción de Edith Piaf. Non, je ne regrette rie, se dijo a la vez que tomaba el celular y lo descartaba a la vista del mismo número de hace un momento. Vale decir que tal canción se encontraba en la memoria del teléfono, mas asignada como la alarma de lunes a viernes a las cuatro y cuarenta de la mañana. Matilo siguió masticando los duros cacahuates, tronándolos con singular placer mientras buscaba el último disco que había conseguido de la Piaf. El teléfono comenzó a hacer ruido una vez más, ahora con What a wonderful world. Matilo, un poco enfadado, tomó la llamada. Escúchame cabrón, se escuchó desde el otro lado de la linea, cuando marco es porque hay algo que debo decir no importando si sabes quién demonios habla y si lo quieres escuchar. Esta tarde, después del trabajo, necesito que vayas a la esquina donde tomas el transporte público cada mañana y me esperes allí. Iré en un automóvil rojo, y cuando esté cerca te llamaré con el índice de la mano derecha. Sí, así como tú tan groseramente haces con tus empleados. No dudes en subirte porque dudo que quieras estar en llamas frente a tanta gente, ¿cierto? Esto último es prueba de que debes de tomarme en serio porque a nadie le has contado el temor que te da morir quemado, ¿no es verdad? Bueno, allá te veo, y no dudes en llevar una botella de agua porque hará calor. Sí, es buena idea que lleves esa con tapa deportiva que tienes sobre tu escritorio porque iremos rápido. Respecto a la entrada, deberías de escribir acerca de esta llamada. Te gusta la metaficción, ¿no? Supongo que tu primo el fan de Gainsbourg la encontraría graciosa, así que no lo dudes. Y por cierto, yo usaría el cover de Charade de Fantômas como tono de llamada definitivo. No es necesario que la subas al celular, ya está ahí junto con Come Sunday. Posdata, no uses punto y coma en este texto porque comenzarán a arderte las mejillas. Nos vemos. Matilo presionó el botón rojo de colgar mientras frenéticamente comprobaba que la canción de Duke Ellington y Mahalia Jackson estaba ya en la memoria.

Mi padre, mi rey

-Ok, escucha: el fantasma de mi padre me visitó ayer por la noche. Pensé en todo los infortunios que me han pasado de tres meses para acá, y el hecho de saber que mi padre no está entre ellos me llenó la boca de rabia. Estuve a punto de gritar, pero me detuvo que mis vecinos también gritarían cual pequeños de cinco meses que han perdido el sueño. Di vueltas en la cama una y otra y otra vez, pero no pude conciliar el sueño. Y cuando por fin me fui perdiendo poco a poco gracias al sonido de las hojas meciéndose en el viento, la alarma se activó.
-Ya veo...
-No es que me queje de que visite mi pensamiento, pero sabes que no es muy grato saberse perdido en una noche en la que se supone yo abrazaría la calma y podría soñar otra vez. Esperé con gran anhelo a que llegara el día de ayer: no tenía que trabajar, podía disfrutar de música y un libro y la bebida ocasional mientras veía el atardecer caer sobre la nada de un día como esos, de los que ya no tengo muchos. Pero volvió a ocurrir... Tengo que advertirte que lo que te cuento está lleno de peros, peros porque no ocurrió lo que debía y lo que quería, peros de que la limonada no estaba tan fría, peros de que esas canciones que sonaron en el estereo gracias a lo perverso del shuffle me hicieron gravitar consecuentalmente hacia la figura de aquel al que no pude decirle que lo quería hasta que fue ya demasiado tarde.
-Me dijiste que tuviste un mal sueño...
-Sí. En él yo estaba sentado en la sala de recepción de una oficina en la que hace mucho tiempo que no pensaba. Tenía cinco años de edad, y por la puerta de salida cruzaban hombres en batas azules y cascos rojos que se cuchicheaban cosas y reían entre dientes después de mirarme. Yo sabía que esperaba a alguien que conocía aunque no recordaba precisamente a quién. Mi padre salía en el mismo atuendo hacia la sala y me preguntaba qué hacía tan tarde ahí si eran pasadas las ocho y yo debía estar durmiendo. Le pedía que me llevara a casa porque al parecer a quien esperaba no vendría. Él tranquilamente me decía que no era su problema si yo solo me había metido en tal embrollo, y que lo único que podía hacer era regalarme un boleto del metro. ¿Sabes? Él siempre me dijo que si llegaba a perderme lo que debía buscar era la estación del metro más cercana y de ahí largarme a mi casa. Mi padre me daba el boleto, estoy hablando del sueño, y me decía que esperaba que no me pasase nada malo en la caminata de la estación al edificio donde vivíamos. Yo le decía que fuera comprensivo ya que tenía cinco años, mas él respondía que la edad era una excusa, y que si había llegado solo, me podría marchar solo. Yo comenzaba a llorar, a lo que mi padre respondió con una paleta y un abrazo de despedida. Espero verte otra vez, me decía. Y yo lloraba sin consuelo.
-Ya veo...
-De cualquier manera, fue un sueño nada más.Es un maldito pellizco en la pierna al lado de los espasmos que sentí ayer cuando la voz de mi padre diciéndome lo mucho que lo he decepcionado rebotaba por los rincones de mi alcoba, susurrándome que si estoy encerrado en este hospital es por mi culpa, y que si él me a veces me mira dormir es porque no tiene otra opción. De verdad que quiero recuperar el sueño, de verdad que quiero vivir otras imágenes, de verdad que anhelo demasiado tener un día de calma, pero todo se empecina en que yo no pueda ser alguien normal otra vez, se empecina en que no sueñe con campos de tulipanes morados y naranjas, y en que la gente que se sienta a mi lado no sonría sin burlarse de lo estúpido que me veo después de que me medican y  yo sonrío plácidamente. No va a ocurrir, ¿cierto? Tú no vienes a visitarme porque quieres sino porque debes, ¿cierto? Tú y tu imbécil sentido del deber... Y tu imbécil obsesión por atenderme mientras te escondes detrás de tu tabla en la que escribes lo jodido que estoy. Óyeme... ¡Óyeme, con un carajo! Eres un puto doctor que se esconde tras sus papeles y sus méritos y sus credenciales, y que busca demostrarle al mundo lo chingadamente bueno que puede ser porque es capaz de atender a su hijo sin derramar una piche lágrima... ¿Me escuchas, padre? Seré un demente, pero sé que estás ahí, detrás de esos lentes redondos y esos ojos tristes... Y que lo único que esperas es que me joda cada vez más para tenderme la mano, salvarme, redimirte, y dejarle ver a tus colegas lo increíble que eres. ¡No! ¡La jeringa no! ¡Desátame y verás como no puedes controlarme! ¡La puta jeringa no! ¡Déjenme con un carajo! ¡Escúchame! ¡No te vayas! Ven... Ven...

-Sabe, doctor Sullivan, aún no entiendo por qué sigue tratando de ayudarlo.
-Es lo último que puedo hacer por él y su familia. ¿Qué haría usted, Drake, si pudiese tratar de auxiliar a su propio nieto despúes de que este mató a su propio padre?
-Lo mismo. Eso creo...

Diario

Le dije que lo amaré por siempre, y un día más. Russell escribe que, "todo lo que conozco es parte de mi "conciencia" y que las inferencias por las cuales yo llego a la existencia de otras cosas no son de ninguna manera concluyentes. Por consiguiente, puede ser que nada exista, excepto mi mente. En ese caso, cuando yo muera, el universo desaparecerá". Así que puedo argüir que no le he mentido. Siempre es siempre dentro de la concepción del tiempo, y cuando este se esfume se habrá cumplido lo que le he dicho. Sé que siempre es una palabra hueca porque los amantes en la vigilia, o en la confusión del comienzo de todas las cosas la usan sin cesar. Pero yo jamás me había atrevido a usarla, como jamás había usado jamás antes de lo que ahora escribo. Mi madre me ha preguntado cómo es que puedo estar tan segura de que amo a aquel hombre de dientes disparejos y mal humor por la mañana, que si es posible que esté cegada yo por la inconmensurable cantidad de atención que él me pone, y que si soy consciente de lo obstinada que se puede ser cuando una está enamorada. Mas a mí no me importa lo que ella piense de todo esto, yo sueño con su nombre escrito en las estrellas, yo vivo con sus ojos torpedeándome cada vez que estamos desnudos en la cama, yo anhelo la fortuna y el infortunio a su lado porque saberme parte de él es ser un rompeolas que da la bienvenida al mar no importando la dureza de las olas. Mi universo soy yo, puedo interpretar de lo dicho arriba, y el hombre del que hablo es la fuerza de gravedad que hace que todo sea relativo dependiendo de donde se está. El arriba y el abajo desaparecen porque ambos estamos en todos lados. Quiero cerrar los ojos e imaginar como su mano toma mi muslo y poco a poco va subiendo mientras se vuelve ligera, para terminar tocándome como sólo él sabe hacerlo, y yo convertirme en supernova. Quiero cerrar los ojos y sentir como el sonido de su respiración se acerca a mis oídos y muerde mi oreja mientras su otra mano juega con mi pelo. Quiero cerrar los ojos y no poder decir nada porque sus labios están contra los míos. Quiero cerrar los ojos y saber que jamás me dejará.

Muro

La vereda sueña con ser andada, y el vagabundo sueña con andar de aquí a allá. El sol hacer crujir la madera, y la madera no quiere crujir porque odia el dolor que le provoca. El mar azota contra las rocas de un rompe olas, y las rocas después de tantos años están agotadas. El vaivén del mundo no es tan fácil como se quiere pensar. El ser humano idealiza absolutamente todo lo que se le presenta frente a los ojos, y la simpleza con la que aparentemente se desenvuelve todo es una idealización más ante el miedo de que algo perversamente oculto nos lleve al abismo. Claro, el universo es un lugar complejo contenido en una serie de acaecimientos correlacionados entre sí en una forma vasta y matemática. La vida debe de tomarse con levedad no por el hecho de creerla fácil y sencilla para sentirse bien con uno mismo, sino por el llano hecho de que es tan inhumanamente complicado saber qué es lo que sucede por todos lados. Alguien se sienta a llorar sin consuelo en la banca roja de determinado parque, y trata de entender el dolor en vez de simplemente abrazarlo, sentirlo, y drenarlo poco a poco cada vez que es demasiado. Así como el río fluye sin saber por qué lo hace, así debería ser con los malos ratos con los que uno debe encontrarse. Andar entre algodones es vacuo e inservible ya que el asco siempre acaba por alcanzarlo a uno. Yo intenté correr lo más rápido posible para no sentir el desgaste de todos los adioses que he tenido que vivir, pero para mi fortuna me di cuenta de que la fricción del viento contra mi rostro acabó quemando mi piel por todos lados, y ahora vivo avergonzado no de mis cicatrices, más bien del atrevimiento que vehemente se refleja en mis ojos. Hoy tomo este pincel y reclamo este muro como el lienzo donde trato de contarle al mundo lo que un insensato hombre como yo hizo aquel mes de julio de mil novecientos setenta y cinco.

Encontré una foto del muro que tenía ese mensaje transcrito en letras rojas mientras lloraba por el amor perdido. La guardé en mi bolsillo, y ahora la leo cada vez que mi ojos estallan. Lloro por horas, y al final me puedo sentir un poco mejor.

3 de agosto del 2013.

2.8.13

sweet and sour fucking friday

i appeal to not using capital letters the way i appeal to not actually saying why the fuck i write this entry. you see, all in all the deeper the hole seems to go, the more entangled i happen to want to be. the hole is not irremediable, my jump was not irremediable, the outcome is not irremediable - i for some fanciful reason know how to float and stop the plunge. i chose, i have made every single damned choice which has lead my atoms to this point, so why should i run away? fuck your answer to that, and fuck their answer to that, too - i stand up to my decisions, to my errours, to my horrours and to my moments of joy. so, do not come up with words of fear and prevention and wield them as wisdom. you are not i and i am not you, and all you may do is think and spit, and i shall listen. so, yeah, i am angry, so, yeah, i listen to the same old song over and over and over and over and over again, so, yeah, i talk to myself and think to myself and write these lines to myself without contemplation to anyone else because as i said in common words which are all a colossal cliché i am my worst enemy. o you, and all you, have nothing to do with nothing of this since i have no control of nothing regarding you. this is a bodacious and vulgar rant meant to say i see the path ahead and despite the fear which blurs my whole perspective i won´t turn away. my lord has left me, my brother has turned his back on me, but the constant drama i dare wrap myself up simply washes away when i boil in the red sea. make sense not of this, just read it and lick it as you would your sweaty index finger. look at me. feel how i look at you. this is all that matters. these words are just words. these sentences are just sentences. angry sentences. dispose of them. please, do not do so with me. have you ever seen a man burn? any day of the week? how about seeing him burn on a sweet and sour fucking friday?

30.7.13

Catatonia

Luis ha tenido un día pesado, de largas horas en la oficina, de esas en las que el tiempo parece no sólo detenerse, sino desaparecer y así uno está varado en un limbo en el que las hojas de un reporte no tienen fin, donde los cigarrillos no se apagan, y donde las palabras no dejan de salir de la boca de aquel que se encontraba hablando en aquel instante. Él llega a casa, se tumba frente al televisor y hace un zapping continuo hasta dar con el juego de béisbol de esta noche. El poco interés que le despierta la transmisión lo sume rápidamente en un vórtice de sucesivas memorias en forma de sueños, que van desde el columpio afuera de su casa hasta su cafetería favorita estos días. El último sueño que tiene lo lleva a la casa de su vecino de muchos años. Ahí está la puerta con la pintura descarapelada, la mecedora café que el hijo del vecino le compró a su padre, y el triciclo del nieto con algo de óxido por el desuso. Camina Luis hacia la casa mientras cuenta las hojas de pasto en el jardín. Cruza la puerta hacia la estancia, observa los muebles, los ornamentos y cuadros en las paredes, los retratos en la mesa de la esquina, y todo aparenta ser igual, salvo un detalle: el futón al fondo del cuarto. No recuerda haber escuchado al vecino mencionar la compra, ni siquiera conocía que aquel viejo supiera lo que era un futón. Lo mira con más atención, y descubre que alguien aparentemente dormita en él.
Mientras tanto, Jorge llega a casa después de las obligatorias compras del día, de frutas y verduras para el resto de la semana, de la anti higiénica comida del día, de los bocadillos del perro, y de aquel regalo que quisiese no tener que comprar. La noche va entrando a rastras, como no queriendo porque el día está de malas ya que hizo un calor de los mil infiernos y de seguro le recriminará acerca de la frescura de la noche y como los amantes desnudos la prefieren. Jorge evita cualquier pensamiento acerca de todo, y se acurruca en aquel viejo futón que su amigo Sa Meng le ha traído. Se acuesta hacia la pared, donde encuentra figuras absurdas en el tirol planchado que su hijo colocó a regañadientes ya que sufría con la idea de su hija raspándose los nudillos cada vez que visitara a su abuelo. En el muro encuentra leones de irregulares cabezas, personas con miembros cercenados, constelaciones, manchas inexistentes del test de Rorschach, y un sin fin de cosas que lentamente le acercan al sueño. Comienza a musitar que no quiere dormir porque sabe que hoy tendrá su último sueño, y que quiere despedirse de la mujer que le corta el cabello y darle ese compacto con canciones de amor que nunca se atrevió a darle. Cae dormido profundamente, y poco a poco comienza a visualizar la pared frente a sí.
Luis se acerca al hombre que dormita en el futón y nota el suéter azul a rayas que lleva. Se dice que le recuerda a uno muy parecido que tuvo de chico, a los diez años más o menos, pero con los tonos inversos - las lineas delgadas eran azul argentino, y las anchas azul rey. Continúa acercándose, cauteloso para no perturbar al hombre, pero cuando está a tres pasos algo le impide moverse. Una sensación de pánico le recorre el cuerpo, como aquella que sintió aquella vez que volvía del establo del rancho del abuelo con una cubeta de leche fresca y un toro de lidia que escapó del rancho vecino vino a plantarse en la entrada de la casa para correr desenfrenadamente hacia él antes de que el viejo le metiera un escopetazo. El Luis del sueño, engarrotado de pies a cabeza, piensa en miles de palabras que decir en caso de que el hombre en el futón despertase y se volviese fúrico contra él a reclamarle por el mal gusto de su intromisión.
Jorge ahora simplemente mira consternado las figuras en el tirol planchado. Se dice a sí mismo que no es lo usual, sino pinturas que ha visto recientemente en libros. Ahí están cosas que vio en uno de Vermeer, y ahí también se pueden ver los colores de Basquiat y el dolor de Orozco. Los ojos se le iluminan porque nunca había podido ver tan de cerca todas esas obras. Sonríe ampliamente y le cuesta trabajo respirar porque nunca imagino que las tendría frente a sí, y mucho menos en el mismo lugar. Sus ojos peinan y peinan las pinturas, maravillados ante la curiosa improbabilidad de estar en su casa, y escondidos tras algo tan mundano como el blanco yeso. Trata de tocar las pinturas, mas un suspiro que aparentemente alguien detrás de él suelta lo distrae. Piensa en que tal vez alguien ha notado que guarda las valiosas obras, y que ha venido a robarlas. Siente como el corazón se le contrae, y y como el sudor frío le corre por las sienes. Suspira y murmura que no dejará que se lleven un trozo de su alma, así que del bolsillo del pantalón saca lentamente la barreta que algunas veces lleva ahí y se para del futón de un salto.
Luis lo mira de una forma incrédula y hasta un tanto estúpida. Piensa que era obvio que es el viejo quien yacía en el futón porque quién más llevaría un suerte tan ridículamente azul en un clima como este. Poco a poco gana control de sus extremidades y se mueve hacia el anciano, aunque la torpeza con que lo hace recuerda a aquel monstruo de Frankenstein que tan bien representaba Karloff. Estira la mano derecha tratando de saludar al viejo Jorge, pero sólo atina a agitar su brazo de una forma que maravilla a ambos porque de la tela de su chamarra carmesí caen semillas de ajonjolí a raudales. Luis sonríe y pide que le cuente la historia de aquella vez que Jorge estando totalmente pacheco imitó miles de veces la voz de Heath Ledger haciendo del Guasón y diciendo "Why so serious?", a lo que Jorge le responde que fue Luis quien hizo la voz hasta el cansancio una noche que los vecinos del edificio entero se juntaron en su departamento a beber cerveza, y que alguien repartió churros de mota cuando la bebida se acabó. Luis sonríe ampliamente más y más hasta que siente las comisuras de los labios rasgarse lentamente, mientras Jorge le da palmadas en el hombro y lo invita a sentarse en el futón. Le dice que ha grabado un cd de música para alguien que conoce, pero que su falta de agallas ha evitado que se lo entregue ya que hacerlo sería como entregarse a sí mismo, y que uno debe de ser cuidadoso con esas cosas. Luis asiente con la cabeza sin dejar de sonreír, y como siempre es capaz de inquirir por qué con los ojos, a lo que el anciano le dice que el tiempo que le queda es corto y que sería algo patético confesar amores en una situación como esa. También le cuenta que lamentablemente no tiene el compacto a la mano, mas recuerda bien las canciones y el orden en que las acomodó una noche que los grillos tenían algo mejor que hacer que arrullarlo, y que quiere que Luis las anote en una hoja de papel amarillo por si las dudas, además de unos sonetos que un día escribió en la pared de su cuarto y que decidió borrar porque no había nadie a quien recitárselos. Jorge dicta el nombre de las canciones y el intérprete de cada una, para después de forma parsimoniosa decirle aquellos sonetos rotos, mientras Luis asiente y fervorosamente mueve los labios repitiendo en voz baja las palabras, causando una mueca que le eriza los pelos de la nuca a ambos, quienes tontamente aprietan los ojos porque los saben que la mueca no se irá hasta que Jorge acabe. El tiempo se estira tanto como es necesario porque la lengua del viejo no cesa de moverse, y al final se contrae tanto como es necesario porque este sueño no debe de durar tanto como para que alguno de los dos sospeche que esto es eso y nada más. Jorge se pone de pie camina hacia el pasillo que lleva a la parte trasera de la casa. El pasillo está en llamas, y con cada paso que el viejo da hacia él, la sonrisa del otro disminuye. Brasas comienzan a saltar hacia la estancia, prendiendo mobiliario, fotografías, libros y aparatos, aunque el futón en el que Luis todavía está sentado está indemne. El anciano se detiene a pie del fuego y le pide a su comparsa de tantas charlas que no le olvide. Y mientras este se recuesta a mirar las pinturas que maravillosamente habitan en el tirol planchado, el otro tranquilamente entra en el infierno que es ya el pasillo.
Luis despierta en el sillón de su casa con el juego todavía corriendo en el televisor. Se levanta y va a su escritorio, donde saca un block de hojas amarillas y una pluma color azul y lentamente escribe los nombres de las canciones de aquel cd, además de los setenta y ocho sonetos que su vecino le compartió. Pensó en las penúltimas palabras del viejo. Quema el disco y trascribe el poema para la chica que me cortaba el cabello, le dijo. Y así trabaja toda la noche, mientras la casa de al lado arde calladamente.

17.7.13

Creación

Como se ha propuesto en entradas anteriores, la narración de ficción es creación pura, independientemente de que algunos hechos ahí mostrados se puedan contar como recreación de los mismos. Que yo mencione que me ha sucedido tal o cual cosa, o que tal o cual cosa le ha sucedido a alguien más, siendo estos sucesos ocurrencias de la vida "real" no quiere decir que la forma que toman en el universo creado en la historia sea ajena a tal universo. Por ejemplo, tomar una vivencia mía y achacársela al hombre o mujer protagonista de la historia, o por qué no a un secundario de tal, no le quita valor o preponderancia o hasta cierto punto validez a mi experiencia o a la del personaje. Esa vivencia es y seguirá siendo mía, pero también de la persona "ficticia", quien al final la vivirá y resolverá de otra manera, y quien será afectado por ella de otra forma porque rara vez aquel personaje será el mismo que uno. Todo esto no es un punto sin bases ya que lo mismo se puede apreciar en la vida cotidiana, como cuando dos personas cercanas que tienen un gusto muy similar por cierta banda y acuden a uno de sus conciertos. Podrán tener la misma canción como favorita, mas el efecto en cada uno será distinto. De cualquier manera, el universo en el que se mueven tales ellos es un anacronismo, alegoría, analogía de este en el que nosotros nos movemos, pero casi nunca una recreación. La teoría de los universos paralelos aplica perfectamente en el mundo literario, y la posibilidad de que lo que yo retrato en un texto ocurra en algún lugar físico fuera de una hoja de papel o de una pantalla de ordenador está ahí, así como cabe también que yo sea la creación en papel de alguien en algún otro universo. Lo anterior suena hasta cierto punto complejo si uno quiere empatar una visión clara de la existencia misma, pero el hecho de poder sentarse a crear personas y experiencias de la nada, y conjugarlas con algo sucedido aquí en este plano para crear personas y experiencias nuevas, hace mucho por hasta cierto punto darle validez a lo expuesto. Si se duda al respecto podemos usar algo tan simple como la procreación para expandir la posible explicación. Los padres de cierta persona son la conjugación y correspondencia de miles de eventos anteriores a ellos, más la adición de las experiencias del día a día. Estos eventos marcarán indudablemente a la persona por nacer, quien en turno será la conjugación y correspondencia de miles de eventos tanto anteriores como presentes, y esa persona a su vez será un universo propio y distinto al de la persona de al lado. A diferencia de los personajes de ficción, el narrador del entorno y vivencias de esta persona es implícito, aunque no podemos negar la existencia física de tal en un plano distinto. La creación pura en forma de una narración o de que nosotros llamamos vida "real" es inherente a la existencia de hechos de cualquier tipo, y eso se traduce en un propósito inherente a sí mismo en tal existencia.

15.7.13

Sanremo

La casa a la cual llegó en aquella callezuela de Sanremo era blanca y pequeña, de piso de tablero de ajedrez, con amplias repisas negras, suaves sillones en la sala, y con una cocina apretada mas con todo lo suficiente para cocinar lo que se quisiese. Tal casa reposaba en una pendiente, por lo cual la vista de la ventana en la pared izquierda de la única alcoba era inmejorable: mar hasta donde alcanzasen los ojos. Era el primer mes de la primavera, y a pesar de la reciente tormenta en el Golfo de Génova, el clima era increíble. Él llego con el ánimo por los cielos, como si atado a cientos de globos dispersándose por una ciudad en día de los Reyes Magos, porque lo impensable había ocurrido, y el prospecto de que todo mejoraría le hacía andar ligero. Sabía que ella estaba en la misma ciudad, respirando el mismo aire, sintiendo el calor del mismo sol, viendo tal vez el mar que él en ese momento veía. Sabía que su casa estaba en la misma calle, sobre la acera de enfrente cuatro cuadras más abajo, que podía despertarse al día siguiente después de ese cansado viaje en tren y tomar el desayuno y al terminar ir a buscarla. Sabía que nunca había estado tan cerca de volver a mirarla y si encontraba el valor suficiente decirle todo lo que había sentido todos estos años después de haberla conocido en Arenys de Mar al principio de la primavera cuatro años atrás. Sabía que la idea de buscarla era un riesgo pantagruélico ya que sabía nada de su presente. Pero como con cualquier gran idea, tal riesgo es implícito a tal idea, y él estaba dispuesto a no desechar tal oportunidad. Llegó a su casa, desempacó, hizo espacio para el equipaje desde Arenys, puso la cena para ese día sobre la mesa del comedor, y se tumbó a esperar la noche con los ojos cerrados y tarareando canciones al azar. Se levantó del camastro en la sala a las nueve de la noche con los brazos y piernas entumidos, cenó ligero, y se fue a la cama. Antes de dormir pensó en las suaves curvas del rostro de la mujer, en el limpio aroma de su piel, en la forma en que se alargaban sus labios cuando sonreía, en como fruncía el ceño y mostraba los dientes cuando reía, y en lo terso de su cabello aquellas veces que tuvo el placer de tocarlo cuando ella le pedía que checara si estaba seco ya. Lo pensó todo esto sin palabras, sólo recordaba en imágenes y sensaciones; pensó en como sentía que ella le hinchaba el corazón y que tenía que contener los suspiros porque ella le preguntaría por qué suspiraba y él no sabría qué responder, y pensó en cómo fue que alguien que se iría lejos después de un mes le atrapó tanto; pensó en lo fabuloso de todo esto a pesar de ser un grandísimo cliché. Durmió y soñó con la cabaña en Escocia en la que había estado el último año. A la mañana siguiente salió a caminar por la calle sin saber la hora, andando lento en sus alpargatas verde olivo, mirando las flores y plantas en los pequeños trozos de césped frente a las casas, mirando a la gente que venía en contraflujo e imaginando qué pensaban, si alguien de ellos entendería su nerviosismo ya que algo parecido les pasaba, si alguien se sentía tan estúpidamente enamorado como él, si el miedo de encontrarlo todo menos una ella que tal vez quisiese estar con él sería motivo de mofa. El viento y la mañana andaban con él como si con la misma premisa de saber a donde ir sin necesariamente querer llegar cuando el lugar ya está a la vuelta de la esquina y una extraña sensación de mariposas en el estómago aletea por todo el cuerpo. Vio la casa. Era exactamente como en aquella Polaroid que le mandó en cuanto ella regresó a su hogar después de las vacaciones con él en Cataluña: la casa verde aqua, con una pequeña cerca blanca en el frente, y con tres sillas de ratán que le trajeron de México. Sintió escalofríos por el cuerpo, quiso levantar cualquiera de sus pies para comenzar a cruzar la calle para acercarse a la casa, y a ella si es que ella estaba ahí, pero únicamente logró hinchar la nariz como si pudiese notar el aroma de la mujer en la casa, en el pasto, en la acera y en el pavimento que lo separaban de ella si es que ella estaba ahí. Diez minutos pasaron antes de que diera el primer paso, pero no a la casa verde aqua, sino al puerto donde buscaría qué comer. Pasó el resto de la mañana y toda la tarde caminando en círculos por la ciudad, perdido en sí mismo, contando sus pasos, contando los de ella, preguntándose si los pasos de ella llevaban compañía, y si los pies de los pasos que le hacían compañía a veces se tocaban descalzos con los pies de ella, y si las manos que acompañaban a esos pies también se tocarían con las manos de ella, y si pasaría los mismo con los rostros, con los labios, con los torsos desnudos, preguntándose también si valía la pena mortificarse así, si ella entendería todo esto, si ella lo querría un poco más por él sentirse así. Cuando decidió que había que regresar a casa, incurrió en hacer lo imposible por no subir por donde había bajado, porque estaba demasiado nostálgico por los cuervos que había dejado en la cabaña, por los libros que aún no le llegaban, por Arenys de Mar y por su abuela que aún vivía ahí. Sabía que si se la encontrase entrando o saliendo de la casa verde, o subiendo o bajando por la calle, echaría a llorar, y ese momento sería manchado por lágrimas, y ese momento en el que se encontrasen debía ser todo menos triste. Dio una vuelta gigantesca por el vecindario, abusando de su memoria prodigiosa que le había permitido aprenderse las calles de la ciudad en el camino allá. Llegó, vistió su pijama, y recargando los brazos en el marco, miró por la ventana lejos, entrecerrando los ojos un poco como si tratase de mirar allende el mar. Fue al principio inconsciente, mas el esfuerzo que hacía por ver cada vez más lejos le irritó los ojos y tuvo que frotárselos. Algo había allá en el horizonte, no, de hecho más allá, que lo impulsaba a entrecerrarlos e incluso mover la cabeza hacia adelante. Por muy descabellado que a él le pareciera, podría jurar que lograba ir profundo en la noche, por sobre el mar primero y por sobre la tierra después, cruzando desierto y jungla y mar después, para atravesar el frío de los hielos perpetuos del sur y sentir la luz del sol rebotando en ellos, y después cruzar un océano tan extenso como el alma de Dios, y sentir frío otra vez y cruzar más hielo y agua y tierra y sentir el cansancio de un viaje tan largo, y cuando parecía que no se llegaría a lugar alguno encontrar unos ojos color café claro, y al encontrarlos acariciarlos y contarles historias acerca de conejos rojos y campos interminables de rosales de tal color, y arroparlos si el frío los hacía tintinear, y dibujar constelaciones en ellos. Así estuvo un par de minutos cuando la visión fue demasiado y tuvo que parpadear y el momento se esfumó. Se fue a la cama en automático, sin querer pensar en nada más que en aquellos ojos. Era sábado la mañana siguiente cuando partió para el mismo restorán en el que había desayunado huevos y tocino la mañana anterior. Hojeaba con trabajo el libro de Russell que llevaba en la mano izquierda, leyendo frases aquí y allá tan al azar que el texto que había leído ya en varias ocasiones parecía ser nada que jamás hubiese entendido así. Se sentó exactamente en el mismo banco de la barra, ordenó el mismo desayuno, pidió un par de tazas extra de café negro, y como si quisiese que algo lo detuviera por otro rato, pidió postre y el periódico del día, en el cual grabó unas de las palabras que leyó del libro de Russell. Cuando el café estaba demasiado frío para ser bebible, y el hombre de la barra lo miró con desprecio por haber rayoneado uno de los periódicos del lugar, él se puso de pie e hizo por la puerta mirando sus tenis de lona verde, pensando en si algún día podría saber el por qué de las cosas. Alguien más abrió por él la puerta, y cuando alzó la vista vio aquellos ojos cafés de la noche anterior frente a sí. Sintió un impulso que le corrió de los pies a la nuca y de ahí a las rodillas y el estómago; pestañeó tan rápido como aletea un colibrí, separó los labios e intentó hablar aunque sólo exclamó un débil "ah". Ahí estaba ella, en un vestido tan blanco como la arena en la que se sentaron a comer helado de café, tan blanco como sus mejillas y su frente y sus manos y sus muslos. Ella se acercó, lo tomó de la mano, y le dijo al oído, Sabía te encontraría aquí, mientras lo conducía al interior del restorán.

12.7.13

Transnebular

Hay ciertas cosas un poco extrañas y sin explicación en este mundo. Automáticamente se intuirá de esta última oración que por no explicación me refiero a algo sobrenatural, pero no es el caso de todos los acaecimientos que no la tengan. Por ejemplo, el hecho de que mi hermana un día de la nada decidiese golpearme en la cabeza con el canto de una regla de plástico no tiene en lo absoluto algo que ver con lo sobrenatural. El hecho de que haya sido yo quien lo hizo y ahora lo cuente al revés, tampoco. Sin embargo, hay algo que ocurre, sobre todo cerca del mar, que cae demasiado lejos de lo racional y comprensible para 99.8% de la población de este planeta, y que muy a mi pesar categorizaré así. Sucede que los sueños de algunos pueden afectar la realidad de otros. Por sueños no me refiero a la panteísta ensoñación de algunos por lograr algo que va desde poseer algo (o a alguien, aunque en realidad lo que se busca es poseer algo a través de alguien), hasta convertirse en amo y señor de una relativamente grande parcela llena de una también relativa cantidad de seres humanos; por sueños me refiero al azaroso acaecimiento de imagenes, ideas, emociones y sensaciones en un entorno tan malévolamente inexplorado como lo es el dormir. Muchos se empecinan en decir que dormir es una pura función fisiológica diseñada para que uno descanse sin mayor prueba que su propia bola de patrañas. No quiero decir que están en un error, pero jurármelo por la biblia mientras lo único en mano es un hato de resultados magros de pruebas aún más magras es tan insulso como decir que las aves vuelan por obra del señor. Si el dormir es inexplicable, la hecatombe de sucesos que el soñar conlleva lo es por tres.

Dejaré de desvariar para contar una historia que escuché aquella vez que esperaba un vuelo hacia la Ciudad de México. Una mujer de alrededor de setenta años le comentaba a su nieta que alguna vez mientras cierto chico la cortejaba, ella una tarde soñó que él le regalaba no una ni dos rosas, sino un campo entero de rosales rojos. En el sueño el chico le decía que sentía mucho ser tan obstinado en muchas cosas, y que esperaba que el campo fuese suficiente para perdonarle cualquier malestar que eso le pudiese causar. Mientras tanto, en una floristería cualquiera, el pretendiente intentaba comprar un ramo de gladiolas para la chica de sus sueños. El dependiente lejos de mostrarle gladiolas, le comentaba que tal vez lo que buscaba eran rosas rojas. El obstinado chico le repetía por enésima ocasión que lo último que quería era el mal gusto de tener que ver como su enamorada se pinchaba el dedo y llenaba sus ropas de sangre, mientras el dependiente le recomendaba que era más seguro llevarle rosas. El chico no vio mayor opción que levantar la voz de mala forma, y le espetó al hombre que quien pagaba era él y que si él quería llevarse todas las gladiolas de su floristería en vez de un hatajo de estúpidas rosas rojas, este era muy su problema. El florista se encogió de hombros y le respondió que las rosas eran más bonitas mientras le alargaba el ramo que inicialmente el chico quería comprar. Al salir, el camión del hombre que repartía rosas a la gran mayoría de las floristerías de la ciudad arrolló al chico quien se había detenido a limpiar la sangre que manaba del dedo que se lastimó al tomar el tallo de una de las gladiolas del ramo que el florista le ofreció. Mientras tanto, en el sueño, la chica tomaba las rosas sin quebrarlas de los arbustos para mirarlas, olerlas, y darles un pequeño beso. El chico se sentía un poco celoso de todo eso ya que ella no parecía querer hacer lo mismo con su rostro, así que se acerco a un rosal para tomar una rosa y tratar de celar a la chica. Ella le dijo, tómalas pero no las quiebres porque encontrarán la manera de vengarse. El chico no hizo caso, y arracó una de las rosas, para después soltarle a la chica que era imposible le sucediese algo por obra de una simple flor. Al tratar de arrancar una segunda, se espinó el dedo índice de la mano izquierda, y la rosa lejos de marchitarse como la primera ganó intensidad de color mientras el pretendiente se contraía y arrugaba frenéticamente. La chica sólo pudo preguntarle si ahora podía ver como las flores podían encontrar la forma de vengarse antes de que él se deshiciese con una bocanada de viento que pasó en ese instante. La abuela terminó la historia diciéndole a su nieta que cuando despertó, ella con extraña certeza sabía que el chico había muerto. En alguna otra ocasión, durante la fiesta de cumpleaños de quien era mi mejor amigo, escuché a un par de españoles hablar de aquella vez que que el padrastro de su primo Mikel dejó de golpearlo. Todo comenzaba con la madre de este casándose por segunda vez con un dueño de una relojería de la calle principal del centro de Bilbao. Aquel hombre no era malo per se, pero cualquier cosa que el consideraba externa a su propia realidad lo atormentaba en demasía, y ese era el caso de Mikel. El relojero obviamente no podía perdir a la madre que dejara a su hijo en custodia de alguien más ya que el padre había muerto un par de años atrás en un accidente ferroviario, la familia de él nunca fue unida a la mujer, y la única familia que ella tenía era una anciana tía en Extremadura. Toda esta situación estresaba al hombre en sobremanera, hasta que un día no pudiendo más azotó a Mikel con una regla de dibujo técnico que tenía en el despacho de su casa, y así descubrió el desahogo ideal. Un año de golpes pasó antes del sueño que un Mikel de veintidós años completamente ebrio contó a sus primos una noche de campamento. En el sueño, la madre le decía al pequeño Mikel que su padrastro se iba indefinidamente de viaje ya que abriría una nueva tienda y taller en el sur de España, y que para que lo recordase, el padrastro había mandado tallar una figurita de madera que se pareciese a él, y con la que el pequeño podría jugar. Mikel miraba la figura sin saber que hacer con ella, si tirarla al cesto de basura o incluirla en las filas de sus soldados. Cuando estuvo a punto de lanzarla por la ventana, le vino en mente una mejor idea: maltratarla así como aquel tipejo lo había hecho con él. El niño corrió al desván, de donde extrajo un martillo, un par de pinzas, y una pequeña segueta. Llevó la figura y las herramientas al pórtico, y comenzó el martirio. Golpeó todo el cuerpo con el martillo, utilizó las pinzas para astillar la punta de la nariz, y la segueta la uso para hacer una incisión en el vientre del muñeco. Mientras tanto, en el callejón contiguo a la relojería, el relojero era salvajemente golpeado por un par de hombres que aparentemente no buscaban dinero o algo parecido, sólo ponerle una tunda de la que se acordaría toda su vida. Ellos le golpearon el cuerpo entero con un par de barretas, uno de ellos le rompió la nariz con el índice y pulgar después de haberle dado puñetazo, y al final el otro sacó una pequeña navaja de su chaqueta y le hizo un corte en el vientre mientras le decía que jamás volviera a tocar a Mikel. Obviamente, no fue tanto la golpiza como lo fue esa frase al final lo que evitó que le volviese a poner un dedo encima. Tengo que aclarar que este fenómeno no tiene necesariamente que ver con sangre y muerte, y la última historia que menciono es prueba fehaciente de ello. Barbara tenía un hermano quien por trágicas aunque típicas razones de trabajo se tuvo que marchar a una ciudad cuyo lenguaje no entendía, cuyos habitantes no comprendía, cuyas costumbres no conocía, así que lo que mayormente hizo fue encerrarse en el cuarto de hotel a ver películas subtituladas. Por circunstancias desconocidas a este autor, el que fue el día más soleado de aquel año, el hotel en el que se hospedaba se quedó sin electricidad, por lo que no tuvo más de otra que salir a la calle. Encontró un parque de rojas bancas donde sentarse a leer por enésima vez la revista que había comprado en el aeropuerto. Ninguna de las bancas tenía tipo alguno de sombra, así que comenzó a sudar por todos lados, sintiendo el bochorno de las doce del día, cuando súbitamente comenzo a llover sin nublarse. A pesar del calor, las gotas de lluvia que le bañaban el rostro estaban completamente frías. Mucha de la gente que en el parque estaba corrió desesperadamente a taparse bajo lo que fuera, pero no él, quien se puso de pie sonriente mientras bailoteaba los pies. Resulta que su hermana a miles de kilómetros de él soñaba con aquella vez que ambos a los siete años se encontraban en un balneario cerca de la casa de la abuela. Las albercas tuvieron que ser cerradas por una alerta médica, por lo cual los niños estaban aburridos comiendo emparedados que la abuela había preparado. El calor era inclemente, así que el encargado del parque ordenó que se activarán los aspersores, con lo cual los niños gritaron de júbilo y comenzaron a bailotear de pie en el pasto.

Y como éstas puedo contar bastantes historias acerca de aquella interesante propiedad de los sueños de la gente, pero hay que decir que la posible explicación de todo ello se queda corta respecto al maravilloso efecto que ese fenómeno tiene en aquellos involucrados. Tal vez debería de parar aquí porque ahora que he recapitulado todo esto una vez más, creo entender algo de aquello que lo causa, mas el temor de arruinar las cosas como son es demasiado; y el temor de que alguien esté soñando conmigo y la razón del por qué de todo esto es aún mayor. De cualquier manera, dudo que tenga las palabras adecuadas para expresar lo que me pasa por la mente, y pueda decir algo coherente.