21.9.13

Muéstrame el jardín en tus ojos

Hay gardenias de blanco, crisantemos de naranja, y obviamente rosas de rojo; hay guijarros que combinan con estas últimas, además de grises y algunos pocos color morado; hay un par de colibrís revoloteando por todos lados; hay pasto alto lleno de catarinas rojas de siete manchas y amarillas de veinte; hay un par de sauces llorones al fondo, y entre ellos hay una pequeña banca a la que le da directo el sol, mas quien se siente ahí está a salvo de una insolación porque tiene un pequeño techo hecho de tejas rojas; y en  esa banca a veces veo a aquella chica con los ojos café caramelo más hermosos que jamás he visto. Ellos han visto atardeceres de tantos tonos de azul y rojo o la mezcla de ambos, han admirado los colores de cientos de cuadros (sobre todo los de Remedios Varo), han sentido al mar chocar contra las rocas y crear blancos imposibles, han estado frente a la música bailando con el agua de una fuente con la sonrisa de Louis Armstrong de fondo, se han aterrorizado ante grandes alturas (aunque a veces no tanto), y han llorado de dolor - aunque estoy seguro han sido más las veces en las que han sonreído ante lo pequeño o ante lo magnánimo del mundo. Los ojos ahora peinan algún libro pendiente, de aquellos que le han regalado, aunque podría ser algo que alguien le ha escrito; y si alguien le ha escrito algo seguramente será acerca de sus ojos, porque si me puedo robar una frase que leí hace poco y la transformo mientras la veo leer allá en aquella banca puedo decir que ella es sus ojos y sus ojos son ella. Camino tal vez un poco más deprisa a cada paso que me acerca a aquel rincón porque quiero llamarla por su nombre, sentir sus ojos brincando desde su libro hasta mi pecho y de ahí subiendo para posarse en los míos, y cual palmera pirotécnica explotar por sobre el hermoso jardín en sus ojos.

10.9.13

El sol es ella

Anda despacio pensando en cuanto le molesta que la gente se vuelva para mirarla. Anda despacio colgada de un libro acerca de personas y acciones hermosas, imposibles. Tan hermosas como el cielo que mira desde su terraza todos los días, y tan imposibles como la tristeza que siente cada vez que el pasado parece meterle una zancadilla nada más porque sí. Anda despacio saboreando un vasito de helado de vainilla -  es el sabor del alma, alguna vez escuché. Anda despacio elucubrando historias acerca de cada persona que se cruza en su camino, y ríe porque las situaciones más embarazosas que se le pueden ocurrir le ocurren a todos aquellos que cruzan su camino. Anda por el parque con la mente en un  lugar y con el corazón en otro, con las ideas atascadas en qué tiene por hacer esta semana, y con las palpitaciones por aquel y aquellos y también los demás. Busca un asiento para tomar su libro y perderse en el destierro de la casa sin techo que es techo y que es azul. Se arremolina en sí misma como hato de viento, a la vez que las hojas alrededor de su banca se levantan y flotan y crujen de felicidad. Es las palabras, es todos y cada uno, es los cantos y el pelo maravilloso de una mujer y la espera gratificante y cada uno de los objetos ahí. Es en las palabras. Es dentro del libro, pero también fuera de él. Porque el sol que calienta el techo azul y las hojas del libro es el mismo. El sol es ella y ella es el sol. El agua en la fuente borbotea, los niños ríen en los columpios, los adultos platican acerca de lo que sea se platique en un día así de soleado, y ella brilla por sobre sus cabezas. Las flores se vuelven para mirarla, y decir su nombre en voz baja, mientras ella sonríe. Las hojas de libro se van terminando, pero la sonrisa no mina porque siempre se puede volver a empezar.

4.9.13

Ajá

El objeto de mi afecto es el mismo que el de mi aflicción. Las cosas no son como pensaba serían. Es mi culpa. Mi maldita culpa. Siempre me hago una idea del sabor y el olor de las cosas. Del accionar de la gente. A veces acierto. Muchas veces. El día me sabe a dolor de cabeza cuando no. Me postro frente al computador con los audífonos a teclear hasta que se termina el café y el agua. Salgo a despejarme en vano porque sigo con esa punzada tan particular detrás de los ojos. O con la sensación de tremor y cansancio. Me da el aire fresco de un día nublado. Llorar aunque sea un poco no caería mal. No puedo. Es fisiológicamente imposible para mí. Suspiro. Río. Pero qué cosas me pasan por la cabeza. Pienso en la nota del día. En lo ridícula que será si escribo lo que me sucede cuando me duele la cabeza. Sueno más como un adolescente soso y malhumorado que como alguien que de verdad tiene problemas. Yo no los tengo. Sé que podría tomar una pastilla. No lo haré. Odio que mi orina huela a medicina. Un dolor de cabeza no es un problema real. Tampoco uno cada semana. Quiero ir a casa. Quiero tumbarme. Quiero pensar nada. Quiero ponerme una almohada debajo de la cabeza y otra encima mientras estoy bocabajo con la música de Shostakovich en los oídos. Quiero acostarme aunque me zumbe la cabeza por no hacer nada más. Posiblemente no lo haga. Solamente me sentaré a esperar que salga mi ropa de la lavandería. O solamente daré una vuelta por el vecindario. De cualquier manera escucharé algo de Shostakovich. Mientras los celos me corroen las entrañas. O mientras la frustración por algo torpe me rebota en la mente. No lo he decidido aún. Podría sentarme en la avenida y tratar de escribir algo lindo. Algo para mí. Y de rebote para alguien más. Para ella. Ya me jodí si llueve porque no se puede escribir bajo la lluvia. Cada una de las cosas que escribo sólo pueden ser escritas una vez. Con la tinta se corre la idea si nadie la ha leído. Mi memoria es pésima. Así que no creo poder llegar a teclear lo que sea se me ocurra. Siendo honestos muchas cosas que cruzan mi cabeza jamás llegan al papel. O a la pantalla. No importa. Lo valioso en esas ideas es lo efímero de su ser. Como yo. Porqué leo acerca de la edad del universo y de la materia oscura y me siento nimio. Pequeño. Está bien. Abrazo a Russell y pienso que este universo también se ira al carajo cuando yo me vaya. Es hora de una segunda taza de te.