14.2.12

Sobre un hombre eternamente retrasado

Todo ocurre por alguna razón. Los edificios pueden caer de un momento a otro y aniquilar a un puñado de gente inmersa en lo inerte de una mañana cualquiera, completamente abstraídos del hado que los acecha. Yo ya no corro, no importando la imperatividad de quien me espera. Paso a paso, cual reflejo de nube cruzando los cristales de cualquier cara de cualquier construcción, me acerco al pedazo de raciocinio al que me dirijo por tal o cual motivo sin urgencia. El tiempo me contrae y me expande, roza mi piel, me susurra o me canta o simplemente me grita, dependiendo de su humor, que corra, que qué desconsiderado, que ella espera, que él mira su reloj como a punto de soltarle un "para por favor" a la manecilla larga. Yo no hago nada. No soy la tierra con su aparentemente parsimonioso andar a pesar de su frenesí por girar sobre sí y alrededor del sol, dando tumbos por un curvo universo; yo, alérgico a la prisa y y al desboque, dubitativo del provecho de la zancada larga, temeroso de soñar a bordo de un bólido tornado, ando lento. Y si acaso la torpeza del día por avalanzarse contra el reloj hace mella en mí, simplemente me planto en algún lugar, desarmo mi cuerpo hasta los átomos, y olvido el momento. Yo no morí aquella vez. Todo pasa por algo. Y tal vez será porque mi tardanza es la cúspide de mi existencia.

Corpus

Todos me miran, de forma peculiar, mas me miran. El Señor posa sus manos sobre mí, sobre mis hombros, asiento a su mandato, miro al cielo, y riego sobre los hombres que me miran su palabra. La noche cae, los ojos de la gente caen abatidos por el tic-toc de un día cansado, de un día adusto, árido, falto de pertenencia. Pero mi voz surge como el trino de un pájaro que se atreve a cantar primero cada mañana. Mi voz, honesta, ardiente, se alza ante el silencio y las cabezas gachas. El Señor se cierne sobre ustedes a través de mi carne y sangre. La compasión y el amor están tan a su alcance que podrían nunca darse cuenta que acaban de ser salvados. La salvación no es ir de rodillas por el mundo, autoflagelándose sin miramiento, arrastrando las penas sobre calles pavimentadas con sal y arena. Escuchen al Señor en la tímida voz de su rebaño y encontrarán el portal que une al cielo con la tierra, voz que los llevará lejos de la inconcordia y el dolor, la falsedad y la idolatría. Me miran, mas no me observan. Si lo hicieran, si en verdad buscasen entender su alrededor, sabrían del peso que llevo en mi arrugado rostro, envejecido por la contemplación, dilapidado por las penas del pasado, sangrante por el rasposo porvenir, inverso y decadente por lo frágil de mi alma. Pero no lloro porque sé que Él me acogerá y me guardará lejos del pasar del tiempo. Seré un rayo de sol abrigando a las ovejas que aún pastan esperando su turno para convertirse en nubes adornando el firmamento donde la vida es gozo, y poder dejar atrás lo mundano en la estadía que es estar vivo.

Alabado sea el Señor.
Amén.