24.12.17

Now
Now more than ever
At the ruin of present day
I should have said I was busy
That I was to be elsewhere
That I had no time
Little did I reckon
How far I would have to go
And now, more than ever
I savvy I was to say no.

19.12.17

El sol de otoño

Cuando sonó la alarma, eran ya las siete menos diez de la mañana. El maldito hábito de Stuart de pedir diez minutos más de sueño una y otra vez al suspender la alarma. Tuvo que correr: se bañó en cinco minutos, olvidó ponerse desodorante, vistió calcetines negros de distintos pares (Haz los pares justo después de que se han secado, le decía su madre), y tendría que terminar su sandwich caminando al metro. Decidió sentarse en el parque que le quedaba de paso porque el sol ya asomaba, y seguro el calorcillo le vendría bien. El oxímoron de ir tarde a cualquier lado, y aún así tener tiempo para todo, pensó. Tomó la que había sido la banca favorita de su abuelo, aquella frente a la escultura que Ducard había dedicado a su pueblo y que recibía rayos del sol todo el día. Al otro extremo de la banca se encontraba una pareja. El hombre hablaba mientras la mujer se recargaba en el hombro derecho de él. Cuando sea viejo, le dijo, recordaré el día en el que te conocí, y mi rostro será cual oro. Sé que me perderé en lo nebuloso de los tiempos pasados. Olvidaré mi nombre, mi sabor favorito de helado, el calor de mi madre, el rostro severo de mi padre, mas jamás el rojo de tu vestido y el café de tus ojos aquel día. Día que será ancla de los años, porque hará que lo demás haya tenido sentido, porque provocará una reacción en cadena que inunde mi mente de recuerdos sobre ti, sobre todo. Así podré vivir otra vez mis tardes a solas sobre Reforma, pero también aquellas de tu mano o jugando una partida de Scrabble. Vendrá a mí el sabor del chocolate, así como los helados que compartimos al calor del verano. Sabré los nombres de los libros que llevé aquel día, qué hamburguesa pedí, y el color de tus zapatos. Recordaré el día en el que te conocí, y mi rostro será cual oro. Será el oro de la moneda de Ahab, el oro de un Jiménez de Quesada triunfante, el de las langostas coronadas en el fin del mundo. Será el oro de un sol radiante en una mañana de otoño, regando con vida tus jardines. Seré la alegría de los marinos al hacerse a la mar, de la panadera al sentir lo crujiente del pan entre sus manos, de los niños al abrir regalos en Día de Reyes. Me sentiré tan completo como hoy, besando tu frente y tus labios, sintiendo tu mano enredada en la mía. Podré morir con la calma de haber entendido lo que es el amor y la soledad, le decía, y encontraré la gracia y la calma en el nirvana de haber sido junto a ti. La mujer se arropó aún más en los brazos del hombre, mientras él besaba su sien. Stuart miró la escultura frente a sí por largo rato mientras jugueteaba con el celular en una mano. Sabía que no podía posponer más el llamarle. Finalmente, se levantó y anduvo un rato por el parque, mirando de reojo Los amantes en el fin del tiempo de Ducard. Y mientras buscaba el número de Marian entre los contactos, caía en que llegaría aún más tarde y que le regañarían. Suspiraba y sonreía porque no importaba. Habría valido la pena.

La memoria

Cuando sea viejo, le dijo,
recordaré el día en el que te conocí,
y mi rostro será cual oro.
El sol de otoño

El día andaba lento, como cualquier día frío de finales de otoño. Todo mundo abrigado, todo mundo con sólo una mano asomada desde las capas y los abrigos, sosteniendo un café o un atole. No es fácil esperar a alguien, sobre todo en un clima tan mundano como éste. Hay un número limitado de publicaciones o de tuits que uno puede ver antes de que se le entuman los dedos, antes de que se empiece a morder pedazos de piel seca en los labios. Usualmente así, andando a pasos cortos de un lado a otro, tarareando con más fuerza a cada minuto de retraso, con una mueca de disgusto, él esperaba a quien fuera vería. No hoy.

Pocas cosas se habían guardado en su memoria como aquel día de sol. Gente en las escalinatas cargando libros, turistas en el autobús descubierto tomando fotos, los policías abanicándose con sus gorras, y ella ahí, de rojo, con  las manos entrelazadas sobre las rodillas, mirándolo, mirándolo detrás de unas gafas de sol, con una sonrisa en el rostro. Seis horas pasaron antes de que estuviera solo otra vez, andando a casa mientras miraba sus tenis y y se rascaba la nuca con la mano izquierda, y se sentía los labios con la derecha. ¿Qué ha pasado?, se preguntaba entre suspiros, sonriendo.

Sentado en una banca sobre la avenida, con Liszt en los audífonos, esperaba. Bailoteaba los pies, mordía sus labios, quería que llegara. Hay una cita de Galeano que va de, Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero un pajarito me contó que estamos hechos de historias. Y esta historia que era parte tan integral de su corazón, estaba a punto de reiniciarse. Vio su carro blanco salir de la privada y aparcarse un poco más adelante de donde él estaba. Se puso de pie, y corrió hacia él. Y justo al subir, la miró, la miró sonreír, mientras el sol se asomaba por detrás de una nube.