30.5.12

Tso Taun Leng

El pasto arrulla al viento. Así inicia el primero y único libro de Tso Taun Leng, quien gracias a una peculiaridad en su niñez se inclinó por el arte de la filosofía. Arte, diría mi padre, es una palabra tan ambigua que todo mundo se aprovecha de tal característica para vilmente tratar de achacársela a cualquier garabato, cualquier corriente ideológica, cualquier hato de sandeces. La filosofía no es arte, por más que aquellos pelmazos que la enarbolan para definir el lugar del hombre en el espacio traten. Ignoro quién tuvo aquella grandiosa idea de ladrar que Heidegger era tan grande como Picasso. Picasso no necesito hablar o escribir para retratar el alma del ser indefenso que somos cada uno de nosotros; él simplemente se hizo de un pincel y trazó tras el vacío. Pregúntale a cualquier español caminando por el centro de Madrid quién ha sido más, si Picasso o Unamuno. No necesito decirte la respuesta, ni espoloarte con cuántas sonrisas te encontrarías antes de escuchar la esperada respuesta. Y, debo decirlo, rara vez he estado de acuerdo con mi padre. Sin embargo, este no es ni el lugar o el momento para refutarlo; este texto solamente intentará hablar un poco de aquel quien retrató a cada hombre y mujer que ha andado por la tierra en un minúsculo libro de 42 páginas. Y esto último no lo digo yo, mas me atrevo a aseverar que Jung y Russell y Tsu no durarían ni por un instante razonar a su manera, y es más, abrazar su brevísima mas puntual radiografía de la esencia humana. Alguna vez leí que cierta gente del Pacífico mexicano creía en la no existencia del pasado, ya que el futuro es lo que se encuentra frente a uno, por lo cual lo que está detrás es nulo. El pasado es presente que ha muerto y la memoria de aquellos eventos muertos, la cual es presente, es lo único que persiste, digo yo. Así que, sin ignorar quién llegó antes que él, pero enfocado en esa parte de ellos que persiste sobre este mundo, entiéndase sus ideas, ergo sus textos, Tso se enfocó en la huella dejada por cada ser previo a nosotros, y en la huella que nosotros a su vez dejaremos; y si todos aquellos que filosofaron antes que él pudiesen haber caído en este enfoque, habrían previsto la filosofía de Tso Taun Leng, y él mismo podría haberse enfocado en un orden superior. Obviamente, no es mi intención desacreditar el gran logro del filósofo, sino imaginar por un momento dónde habría podido llegar él si lo anterior hubiese sucedido.
'El Pasto y el Viento' es el título de aquello que a algunos les parece una conjunción de mantras, dada la proclividad de Leng por repetir las oraciones contenidas en el libro hasta alcanzar el trance; mientras a otros piensan en una colección de aforismos, los cuales pueden ser entendidos independientemente, o como un todo. Vale aclarar que el trabajo de recopilación no fue obra de Leng, sino de un fiel seguidor, el único que se permitió el filósofo hiciese algo por él, y el cual nunca reveló su nombre como voto de devoción por el escritor al que conoció una tarde de primavera en Hanoi.
Hay tanto que decir de Tso Taun Leng que temo dejar algo fuera, algo trascendental, algo que lo haya marcado tanto como para alterar de sobremanera sus reflexiones. No dudo que una biografía completa sería lo más justo dada la importancia que llegó a tener, sobre todo con la subida de los filósofos orientales ante la caída del catolicismo como respuesta a todo; mas la falta de espacio, del cual ya he abusado bastante, me forza a enfocarme en lo siguiente: la muerte del objeto de este texto. Tan increíble como pueda parecer, este hombre cometió suicidio. No es que no le encontrase sazón a la vida y estuviese deprimido o mucho menos; el hombre con cabal uso de razón se prendió fuego a sí mismo como prueba de fe en el nirvana, la permanencia del alma del hombre, la erradicación del miedo a partir de su aceptación como caracteristica innata de tal alma, y el peso del futuro por sobre el pasado. Tso Taun Leng miraba hacia adelante mientras tomaba la lata de gasolina y la rociaba sobre sí, Tso Taun Leng pensaba en el ocaso del hombre mientras prendía la cerilla, y Tso Taun Leng dejó de pensar cuando el fuego baño su cuerpo en menos de un segundo. Y mientras esto sucedía, su aprendiz se hallaba lejos, tallando su nombre en un sauce para después entrar al bosque del que nunca saldría.

Cabe decir que el párrafo más celebrado de 'El Pasto y el Viento' encontró su nicho en las universidades del país bajo el nombre de 'Eau de Kung-Fu', a la vez infame nombre de un perfume que gracias al cielo fue un fracaso rotundo. Esto último, diría mi padre es una ironía, y tal vez, una parábola, diría yo.

Alto

La coloquialidad de la palabra 'verde' sobrepasa cualquier explicación que yo trate de plasmar acá, ya que el culto a la cantidad bestial de impresiones englobadas bajo tal término es abismalmente mayor a cualquier fe profesada en la tierra, incluso aquella en las letras. Lo que empezó como un cuento chino gracias a cierto fanático de la ficción cuyo desasosiego por sentarse largas horas a escribir ante la insalubre cantidad de ideas narrativas que tenía después de leer a Borges y a Bolaño y a Joyce y a todos aquellos cuyos malviajes quedaron hermosamente plasmados en papel, eventualmente se transformó en leyenda urbana, para después mutar en la agradable perdición de enfermos y enfermos. Cabe aclarar que hay de enfermos a enfermos, y que las razones, tan pérfidas como pareciesen llegar a ser, por las cuales tales o cuales enfermos se abismaron en aquella infusión tan terrenalmente común, pero celestialmente liberadora, son tan distintas como el Ying y el Yang; y tales o cuales enfermos se englutecieron en la perdición de tal bebida hasta mirar el sol cual el páramo del cielo que añoraban abrazar algún día. La ceguera, ya lo dijo aquel argentino, es el laberinto en el cual Dios perderá a aquellos que osen perder a otros en sus propios laberintos. Aun así, el aliento de Dragón sosiega tan profundamente como aquellos mantras que Tso Taun Leng repitió fervorosamente hasta que el fuego lo consumió, y todos los que satisficieron su andar rengo con él sonrieron hasta que el fuego los consumió.

El destilado de marijuana, trigo y patata se produce principalmente en el municipio de Toluca, lugar de su creación y cuna de su culto, sobretodo cuando tal lugar fue alcanzado por la mancha urbana de la Ciudad de México. Yuppies y ninis y hipsters y hippies y rockers y oficinistas despistados y colegiales imberbes y motociclistas y patinetos y amas de casa sin nada mejor que hacer se arrastraron a sus fauces bañadas en legalidad pura. Todo lugar que se llamara así mismo "de moda" lo ofrecía por una módica cantidad que me atrevo a llamar módica considerando la catarata de sensaciones que esta bebida apelmaza sobre sus consumidores. El sabor, seco y yerbabuenoso como Canel´s de a un peso las cuatro pastillas, no empaña el paisaje de palmeras y arena y un sol sonriente que le abrazan a uno el alma misma. Esto es, mientras presiono estas teclas, mientras mis manos acarician mi mente, mientras el corazón le susurra sueños a mi vista, empino el vaso hasta que mis labios dicen basta, y pienso en el amor que cada uno de los más de ocho mil millones de seres humanos me hacen sentir.

No bebo para olvidar, sino para fundirme con el mar. 

7.5.12

Mr Remol

Johannes Remol nació el trece de Julio del año dos mil doce, ciento sesenta y un días antes del tan anticipado fin del mundo, el definitivo, el real, el capital, el que los chiquillos de Fátima rascaron mas no atinaron, el que los Mayas predijeron con tanta antelación y expectativa que hubiesen languidecido de orgullo ante la brutal demanda de reservaciones en la península del Yucatán. El morbo, tan irracional como cualquier hombre que defiende su afiliación política, llevó a una cantidad insalubre de gente a intentar presenciar lo más de cerca posible el fin del mundo, el cual, risiblemente, no sucedió. La muchedumbre, a lo mucho, solo pudo mirar como el mar egullía sus pies, para después devolverlos con total displicencia, ante lo cual solo cayeron en buscar una respuesta desesperada a la pregunta, "¿qué chingados pasó?" El mar, sabio como es, no contestó. Innecesario sería mencionar que Johannes ignoró tales sucesos ya que contaba con meses de nacido, si no tuviese tal cantidad de relevancia en la futura profesión, o descubrimiento quizás, del objeto de este relato. Verán, la gente se sintió harto decepcionada cuando el mundo no se convirtió en una avalancha de maldiciones y terrores, de lamentos y mentadas, de cataratas de sangre y lágrimas. Quizás la forma de mi relato es tan melodramática como la peor de las novelas de la tarde, mas se me daría la razón si aquellos ante este texto hubiesen apreciado el dolo asestado a la falsa expectativa de la humanidad. Entonces, volviendo al cauce, la remoción de la pena por el fin de los tiempos de la psique general propulsó la aparición de un nuevo fin comunal: la perfección del hombre. Vencer a la muerte, ser admirado por doquier, verse y muy posiblemente sentirse mejor que el tipo de al lado obsesiona a cualquiera; y aquí, aquí es donde entra aquel Johannes de largo pelo rubio y voz profunda. La mejor, y por consecuencia, más clara definición de un bebé Remoliano es esta: un ser sin genes recesivos (sé que el uso de la palabra "recesivo" en este contexto es molestamente incorrecto ante la ambigúedad del terminajo; sé que la genética ha avanzado a pasos tan mutantaceamente largos como para dejar atrás la creencia de que el color de los ojos, el pelo, más la habilidad de hacer taquito la lengua, son probablemente consecuencia de modelos genéticos más complejos; sé que es más acertado hablar de alelos que de genes; mas, para este peculiar hato de causalidades en la forma de una narración, he decidido caer en el siempre reconfortante uso de la licencia literaria, y brincarme todo lo anterior con uso de cabal conciencia). Llegó el control de las enfermedades genéticamente transmisibles, acompañado de un difuminado "pero" al que nadie hizo caso: la estandarización de la apariencia del ser humano. Es decir, sobreabundancia de hoyuelos en la mejillas y ojos cafés, de cabezas de abundante cabello rizado y oscuro, de pecas y labios gruesos; acaeció el desuso de los anteojos, el exterminio de aquellos ojos grises y verdes y azules y color avellana, la extinción total de los pelirrojos. ¡Qué más da!, podría haber exclamado el mundo si se le hubiese cuestionado tal calamidad. La homogeneización del género, exclamó algún filósofo de aquellos tiempos, es menos una hecatombe que el natural paso que debe de tomar nuestra especie en pos de la evolución.

Johannes, tan trágico como se observa, y vaya que fue trágico su fin, murió ahogado en el alcohol ante la constante visión de hordas de infantes de ojos cafés y largas melenas rizadas que lo aterraban en sueños de verdes prados y vastas lagunas. Sin embargo, esa es harina de otro costal.