30.1.14

dyslxia

Soy disléxico. Lo cual quiere decir que hay una razón más allá de mi control para mi aparente torpeza para escribir a mano sin errores - sobretodo si hablamos de oraciones largas -, para decir algo concreto sin meter una palabra o idea que no tienen absolutamente nada que ver, o como leí por ahí, para expresar emociones a través del lenguaje de una forma clara y concisa. La amiga Yatzil me preguntaba alguna vez por qué esa obsesión con la escritura en inglés si el español era lo suficientemente lírico y hermoso para sacarlo todo. Tengo broncas para acentuar, le dije. Claro, no le iba a decir que mi concentración mientras hablaba o escribía en español se podía romper fácilmente y el resultado más que incomprensible, acabaría siendo patético. Y con esto me refiero a una sarta de palabras que no llevarían más sentido que el que yo le diese. Ahora, éste no es un ejercicio de martirio queriendo levantar algún tipo de empatía por mi caso, porque, de menos, creo no estar tan mal. Al fin y al cabo puedo escribir textos con errores que detecto mientras escribo - ya llevo once -, o cuando releo algo. Y creo poder vanagloriarme en el hecho de que lo que he subido al blog en los últimos dos años, lo que está en español, tiene de menos la claridad necesaria. Obvio, hay chistes locales, anécdotas escondidas aquí y allá, ciertas cosas que sólo alguien más entenderá, pero eso no quiere decir que lo escrito sea ininteligible. Además de que finalmente puedo teclear palabras sin ver el teclado de vez en vez. Tampoco es que me queje de lo que unos graciosamente llaman habilidad diferente, y otros tontamente etiquetan como incapacidad. El punto es simplemente que si algo ha moldeado la forma en la que percibo el mundo es esto.

29.1.14

Og ég fæ blóðnasir En ég stend alltaf upp

He vuelto a fumar después de no sé cuánto. Antes de este texto, la única persona que lo sabía era aquella mujercilla que vende cigarros y dulces afuera de la escuela. ¿Lleva mucho fumando, joven?, me dijo esta mañana mientras encendía un Marlboro que le acababa de comprar por cinco pesos. Desde que aprendí que el ansia se puede controlar con algo en el hocico, le respondí, a lo que los dos nos reímos. Le va a da cáncer, me dijo antes de darle una bocanada al suyo. Mire, si le compro pastillas y Tutsis, me va a dar diabetes, así que de todas formas me puede llevar la chingada. Ándele joven, me soltó mientras le cobraba a alguien más. De cualquier manera me puede llevar la chingada. Joaquina me diría que es lo más absurdo y obcecado que le he dicho este año, y que si me haré puré los pulmones con esa idea de excusa, debería de entonces tirarme frente al metro porque de todas formas me voy a morir. A lo que Patricio respondería que entonces no hay razón para levantarse. Cigarro o no, exceso de lo que sea o medida para todo, habría siempre que levantarse. Cuando caminaba hacia este puestecillo cruzando la calle afuera de la escuela, miré el techo de la construcción en la que trabajo. No había notado lo perfecto de las lámparas de LED, como éstas se alinean perpendicularmente con el borde del techo, como lo bañan todo de luz sin titilar, como incluso le dan cierto aire de vida a ese pasillo tan vacío a las nueve de la mañana. Cuando el techo se acabó, fue reemplazado por la hilera de árboles que marcan la salida a la calle. Uno siempre ve los troncos y las hojas caídas, secas o no, los mensajes de amor o de odio de alguien, los chicles de algún imbécil que no cargaría ni sus propias culpas si pudiera hacerlo; pero muy poco notamos las copas, cómo el sol se filtra en ellas y juega al claroscuro con el piso. Es un camino celestial por así decirlo el que recorro dos veces al día, lo vea o no, porque los árboles están ahí, silenciosos pero ahí al fin y al cabo, aunque no caiga yo en ellos. Dudo que a la mujer que me vendió cigarrillos le ocupe el porqué fumo, como tampoco le ocupa a la chica que come con dificultad un cono gigantesco de helado que éste se le derrita y le bata los dedos. De cualquier forma, yo ignoro el porqué de mi fumar, el del camino del sol en el cielo, el de qué hago sentado aquí y no allá, y el del porqué me puede llevar la chingada. Decir groserías me ayuda a darle levedad a las cosas. Mal hábito, diría mi abuela. Hábito de no sé dónde sacaste, diría mi padre. Hábito que me hace ser hasta cierto punto, digo yo. No importa en lo absoluto porque soy yo al fin y al cabo. Una frase chabacana en un tuit me lo ha recordado esta mañana. Estoy donde estoy porque no podría ser de otra forma, no lo imagino de otra forma. Estoy sentado en una banca de concreto, apagando el cigarro sin terminar porque no me quiero ir a la chingada así. Estoy en esta banca pensando comprar un helado tan grande como el de aquella chica, sin que me importe batirme los dedos, así como no me importa escuchar mi canción favorita una y otra vez por la mañana, o subir esas horribles escaleras todos los días si al salir al balcón se me olvida el cansancio, o sentarme en la avenida principal en el frío si puedo hacerlo asido de un libro, o, ¿por qué no?, abrirme al mundo sin miedo aunque alguien algún día pueda lastimarme. Mientras camino de regreso a la escuela, miro las copas de los árboles y siento como los pocos rayos de sol que se filtran juegan con mis anteojos. Me cegan un poco, pero todo está bien. Me pregunto si les quedará helado de vainilla...

20.1.14

Yo aquí, en mi alcoba,
desnudo, inhalando profundo
porque mis sábanas están empapadas de ti,
con una canción acerca de las nubes en el fondo,
con el sol, ese sol que a veces te abandona,
mirándome con recelo
por la simple y llana razón de yo poder escribirte,
escribirte versos y prosa,
escribirte palabras de amor, de sosiego,
tratando de contarte la luna y las estrellas,
tratando de pintarte el oído con miles de colores.

Yo aquí, en mi alcoba,
cerrando los ojos para que tu rostro me llene el lienzo de mi mente,
creyendo que ya toda metáfora ha sido inventada,
y aún así intentando llenarte el alma de rosas rojas con mis palabras,
para que mi voz retumbe hondo en tus sueños,
y quien te mire dormir se pregunte por qué sonríes
y quiera que le compartas el aroma de tus sueños.

Yo aquí en mi alcoba,
con los pies desnudos, bañados en frío,
ese frío que ahora me cela porque tú estás
y yo ya no le añoro nada,
ya que me siento a pensar en que tan largo deberá ser este poema,
que será posible usarlo de manta en nuestras noches juntos,
y al leértelo se ira destejiendo lentamente,
pero al llegar a aquella última línea, aquella donde te digo que te amo,
el calor de mi amor volcado en estas letras nos hace inmunes al viento.

9.1.14

Fata

I am no proponent of it, I have always opposed the notion that life seems like a pre-recorded tape that one has never heard and should surprise us regardless of the content and outcome despite the fact we have not chosen it. I am myself, I have told myself over and over, I am myself and the lines I trace can be altered, destroyed, since it is I who makes his own decisions. I live alone, in that apartment on the fifth floor, surrounded by text and image just because I bought them, just because I wanted a place with a panoramic view and picked that apartment over the one near Revolución, just because I have made the choice of no choice. Yet, therein lies the bottom-line of this piece, the proposition that has perplexed me for a couple of months, the idea that would not vacate my mind in spite of the thousand words that may plague this text which will be plain relief. Have I really made that choice to be alone? You see, part of the marvel in any given search is the confrontation with the collapse of our notions regarding so and so, whether we seek said collapse or not, inasmuch as discoveries often provoke the fall of the status quo. It is not that I outwardly spoke of or carried out any sort of search. However, the mind and the heart, if awake and active enough, never stop seeking. So, a few months ago, while watching something about a game I expected, a phrase that I won't ever forget popped up casually, amid noises and screaming voices and minimalistic music, to perch itself on me like no other has ever. The fun in all this is not that such proposition stuck, but the fact that in the forthcoming months evidence of it happening to be true appeared at random simply everywhere I went. Now, was it that such evidence had always been there regardless of my attention, was it that life rolled it out for me to understand a higher order of which I might or might not be part, or was it that I saw things where they were not? Unabashedly, my sight is different because of this, but I ignore why it is and what it is which is different, though I somehow know how different it is. A while ago, a friend told me that it might have been some deity who had chosen this profession for me, and I replied it had been me, for this path among others was the one I felt would take me to whom at some point I wanted to be. I still firmly believe it. Nevertheless, if this I am afraid has come to be is real, I have no grounds to do so anymore. Causality keeps having a massive effect, still I am not who conducts it. It is basically impossible. Henceforth, all I have supposedly handpicked is a consequence of something greater. This does not mean it is bad, that I have no control of anything. Actually, one is yet to concordantly act upon this into which we are run. It is only that for the first time ever anything external appears to be the sole tracer of an event in life. It might be a unique occasion, a quirk which won't ever repeat itself. Every year ahead may not collide with it again, yet this occurrence is vast enough to question every previous event, and to have me sit and wonder. Everything happens for a reason, I heard that day. Now I seem to comprehend it.