7.10.13

Así

Ahora lo entiendo. Estoy tumbado en un camastro con palapas de palmera y el mar interminable frente a mí. Mientras la miro dormir en el camastro de al lado, pienso en que ahora lo entiendo. No se trata de mandar mensajes todo el tiempo, de saber qué hace y con quién está cuando yo estoy ausente, de cavilar en cuánto me necesita día con día, o de si quiere coger conmigo. Es acerca de los impulsos que la hago sentir, y de la felicidad que siente cuando estoy presente, de cuerpo o no. La seguiría al fin del mundo, le contaría mil y una historias mientras la tomo de la mano, pasaría todas las noches a su lado en cama, todo si su día se convierte en algo distinto, y hay felicidad en cada una de sus terminales nerviosas. Soy un hombre absorto a veces, berrichudo en otras, raro en muchas, pero no dudo ni por un segundo que aquello que me llena de sol las horas, que me inflama el pecho en sueños, y que inspira belleza cuando miro las blancas paredes de mi habitación proviene de ella. El mar hace su splish y su splash con el cielo de fondo, y ella duerme plácidamente, y yo me pregunto si será todo igual en un par de meses. No, me respondo, no porque habré visto más de ella, y por supuesto de mí. Sé que tal vez se habrá enfadado un par de veces conmigo, y yo con ella, y que se podrían atravesar un par de sinsabores por causa del inherente miedo que al amor acompaña. Mas la cantidad de minutos que haya pasado con ella será inconmensurable porque el tiempo pierde sentido cuando nos miramos, y no podré calcular ya cuánto hemos estado juntos. Alguien podrá argüir que tanta seguridad no es natural y que estoy en un error. Aún así estoy seguro de que estaré enamorado de forma más profunda, y que no le veré final a las cosas.

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