21.4.14

Sonso

Podría decir que todos conocemos la triste historia de aquel viajero que buscando aquello que superficialmente se llegó a llamar "el tesoro más grande jamás recaudado", se dio de bruces contra la vacuidad no de su avaricia, sino de su estupidez. Vi Mal creció rodeado de pléyade de fanfarrones que en muchas ocasiones abusaron de las vastas reuniones familiares de los domingos por la tarde para alardear acerca de los hallazgos que lograron. Atrevo usar "fanfarrones" porque esta lengua tan común como en la que escribo no abarca la profundidad y precisión con que el término "ybilyix" describe a los miembros de la familia de Vi. Tal palabra no sólo los insulta, sino los encasilla, los restituye, los apapacha con una canastilla de chocolates wilfrianos, para al final mandarlos al culo del universo conocido. Así que el joven Mal escuchó hasta el hartazgo cuentos de aventura que le llenaron la mente de hambre de gloria, por lo que decidió que no sería un amateur de la exploración, y sería el primer profesional del pasatiempo familiar. Vale decir que buscando honrar a su vicevicevicevicevicetatara abuelo, se clavó en los libros de historia exploratoria de la universidad de Segmur Gogomer Rogbur, escuela que logró tener un precio de admisión tan desproporcionado dado su gran prestigio que comenzó a cobrar de cero una vez más al haber sido imposible contar más allá de los nueve mil novecientos noventa y nueve pelillones que llegaron a percibir por semestre, y amargamente descubrió que aquel que había iniciado su familia después de un loable incidente con una bestia Bq y la honrosa compra de un apellido deshonroso sólo había logrado encontrar el baño de su casa seis de siete noches a la semana, y descifrar la cerradura de éste cinco de las mismas seis, esto último no sin sufrimiento. Vi Mal resolvió ahondar en la completa historia de exploración de su familia, y lleno de horror y de frustración descubrió que todo cuento dicho en aquellas reuniones eran la exageración de singulares pero insignificantes logros. Cualquiera de ustedes podrá preguntarse cómo encontró los malogrados logros de sus parientes en un libro de una universidad de tanta alcurnia, como aquel descubrimiento de un paquete de papel sanitario perdido en el techo de la casa del tatara abuelo de Vi, el cual este hombre contaba como el hallazgo del cargamento perdido de diez mil millones de rollos de papel sanitario entre Gramula Alfa y Gramula Beta cuando una banda de piratas malecheros los asaltó para ver la cara que ponían ya que era un inofensivo cargamento, mas cabe hacer memoria que la máxima autoridad en exploración, la NGS, se embarcó en la tarea seria de hacer un tomo de su prestigiosa enciclopedia acerca de los embustes a través de la historia, en el cual la familia Mal contaba con un indecoroso lugar. Lo que el libro y la misma NGS no sabían es que tal grupo de exploradores era más que una sarta de papanatas. Vi, depués de bajar el libro, salir azotando puertas y dar como tantos pasos tener dos piernas le permitieron al caminar a casa, gritoneó a su padre que no podía creer la deshonra que ahora le amargaba el corazón, que su pasado no valía nada, que ahora más que nunca buscaría ser lo que todos sus ancestros no habían logrado ser. Su padre simplemente sonrió y le dijo que si esperaba un año más conocería el más grande logro familiar, y se sentiría honrado de llevar el nombre que tenía, contra lo que Vi despotricó lanzando un vasito de helado de mixxmallïon al rostro de su progenitor. Se largó de casa con nada más que su vasta cartera, y el primer lugar al que decidió acudir fue la NGS a preguntar ligeramente cual era el mayor misterio en sus anales, a lo que el chico del mostrador respondió que desde hace doscientas generaciones una banda de origen desconocido se dedicaba a descubrir antes que la Sociedad cualquier tesoro de la cultura Ggezz que estuviera cerca de encontrarse. La banda hacía siempre la misma jugarreta a la Sociedad, dejándoles un pedazo de papel que decía, Gracias, pero nos hemos adelantado. Atentamente, Pior. La Sociedad tomó desde un inicio el reto de no perder jamás otro hallazgo de tal cultura, además de darse a la tarea de encontrar el escondite donde se amasaba aquella fortuna de múltiples robos, lugar que les constaba existía ya que en una nota de cuatrocientos cincuenta y ocho años atrás se leía, -Estos palurdos no saben que llevamos todos los tesoros a la misma caverna. ¡Ups!, tal vez no debí haber escrito eso, ni esto. Vi platicó largamente con el chico del mostrador, inquiriendo acerca de todo detalle que pudiera acercarle a una respuesta. Después de pasar con él el resto del día, el autodeclarado huérfano partió al hotel más cercano, buscó en la red dónde comprar equipo de exploración de cuevas, cavernas y cañones, y gracias a una de las más grotescas situaciones, dio con el aparente escondite de la banda de saqueadores. Ahora, hay que considerar que lo siguiente no es de manera un deus ex machina que le hará la vida más simple tanto a Vi Mal como al narrador de esta historia, sino un evento que se basa en el tan cacareado sexto sentido. Verán, Vi desde pequeño se guió por lo que sus corazonadas le decían. Por lo tanto, siempre pensó que tenía el corazón de un explorador, y que tal cualidad lo llevaría a la cima de su familia, descubriendo lo inimaginable y estirando el entendimiento y conocimiento de la historia de la galaxia. Todo esto suena cursi en demasía, pero tenemos que considerar que era un simple niño. Volviendo al tiempo inicial de este relato, notar un portal llamado Pior-Coleccionadores de arte Ggezz, el cual estaba vacío salvo por una nota que contaba que la gran mayoría de tal arte muy posiblemente había desaparecido por siempre gracias al vandalismo de unos cuantos, le lleno el corazón de sospecha ya que era muy difícil que alguien fuera de la NGS y las autoridades pertinentes conociera el nombre del firmante de las notas. Parecía obviamente muy arriesgado que si ese era en realidad el portal de la banda, se atreviesen a poner su dirección en la red. Sin embargo, la lógica dictaba que algo tan a la vista de todos podría ser completamente ignorado porque no podrían ser tan tontos los dirigentes de la banda. Así que, equipo y dinero en mano, el joven Mal se lanzó a la búsqueda de aquel lugar. Podría contarles el sinfín de problemas que encontró en el camino para llegar a la caverna en la que aparentemente se encontraban los cuarteles de los Coleccionadores Pior, mas se hace tarde y tengo ya deseos de dormir, por lo que me saltaré el detalle y me iré directo a lo escalofriante de lo que halló en la cueva. Las puertas de las aparentes oficinas de Pior se hallaban llenas de hielo y herrumbre, blancas y rojas a las vez, despidiendo un olor infernal a humedad y corrosión. A pesar del aspecto abandonado del lugar, Vi se acercó al intercomunicador y presionó el botón. Una suave voz robótica le respondió, Gracias por su visita a Pior-Coleccionadores de arte Ggezz. En este momento no podemos atenderle ya que nuestras arcas se encuentran vacías, por lo que todos nuestros ejecutivos se han suicidado, y no contamos con personal alguno que pueda atenderlo como se merece. Por favor, contáctenos vía eléctronica en un par de años para concertar una cita. Por cierto, si eres tú, Vi, el que toca a esta puerta, puedo decirte que tu padre odia el helado de mixxmallïon por sobre todas las cosas, así que ni de chiste podrás saber lo que planeaba contarte. Gracias. Sobra decir que Vi Mal salió fúrico de la caverna.

Pd. Para una narración completa de los eventos acaecidos antes de la llegada a la caverna, favor de consultar la próxima entrada. Gracias.

de los celos

Ya no quiero torturarme más. Ya no quiero entrar al baño y pensar que le extraña, que ahí sigue el deseo de correr a su lado, de decirle que son el uno para el otro, de besarse, de coger, de quedarse tumbados desnudos mientras la tarde y la vida se hacen viejas. Ya no quiero pensar en lo ínfimo que me siento cada vez que exhala su nombre, ni en la sequedad que me da aquí dentro cada vez que escucho la palabra 'amor' saliendo de su labios cada vez que habla de lo que tenían. No importa que yo me repita una y otra vez que está todo aquello tan muerto, porque al escuchar su nombre, siento miedo, y no puedo dormir. Siento que la cama se me hace pequeña y que las cobijas adelgazan, que el frío sonríe de forma maliciosa porque no ofreceré resistencia, siento un temblor por todo el cuerpo, siento como las lágrimas queman mi piel, así que aprieto los dientes y los ojos. Y si acaso llego a caer dormido, le pido a quien sea me escuche descansar y no soñar con que me dejan una vez más. Digo, por favor, por favor no me lo arruines, no esta vez.

Y si

Mientras en algún lugar del sistema solar se tomaba una foto de Neil Armstrong bañado en lágrimas después de haber caminado en la Luna, en algún otro lugar parecido a aquel sistema solar ‒tan parecido que podría decirse que era el mismo sistema solar en otro universo en otra circunstancia‒ Neil Armstrong lloraba ante la falla del módulo lunar por la cual no pudo descender, mientras que en otro lugar harto parecido a aquel sistema solar la esposa de Neil Armstrong lloraba ante el fatídico incidente en el que el módulo no pudo despegar de la Luna y los dos astronautas que osaron bajar nunca pudieron subir en algo que no fuera una bolsa. El universo, oh sí, el universo, no es lo que parece, y no lo es por la llana y sencilla razón de tener múltiples mellizos. Uno, como cualquier ser humano con la mínima capacidad de seguir cualquier analogía respecto a cómo la vida se bifurca de una manera muy desparpajada, debería de abrazar la teoría de los universos paralelos para entender un poco mejor el lugar de uno en ese universo donde se vive en particular. Claro, si uno se deja llevar por la exploración de los "y si", la institución mental de su preferencia le arropará con honesto cariño ‒sobre todo cuando aparentemente uno es, o podría ser más feliz allende que aquende. Ahora, explorar los vastos universos no debería ser un ejercicio de ínfula, sino del malsano afecto por calcular probabilidades y efectos. El ejemplo más claro es este: mi hermana mayor algún día me arrojó una botella nada más por el placer de aventarla mientras jugábamos a pelearnos para el regocijo de nuestros vecinos. Podría yo un día de estos, tantos y tantos años después, devolverle la cortesía, tomar la botella más cercana, lanzársela, y decirle, Me la debías. Dudo hacerlo. Sin embargo, puedo sentarme a pensar en cómo demonios reaccionaría, si reiría o me la sorrajaría de regreso, si se enojaría aún más en caso de que yo no me disculpe, o si se calmaría si lo hiciese. Y así.

El caso es que tal bifurcación es inescapable para cualquiera que exista ahí, en alguno de esos universos de tantas posibilidades y opciones, en el que uno simplemente no se pierde por la simple razón de que nunca se sabe dónde se está. La posición de cualquiera es relativa y determinada por algún otro cualquiera, así que uno puede plácidamente sentarse a tomar té sin la pequeña molestia que es el destino atado a un lugar particular en el espaciotiempo. Que el destino exista y rija la forma en que los senderos se bifurcan es historia bien distinta. Ahora, para algunos, tal destino es o sería un componente fijo en tal universo, o tales universos, o en el inclemente espaciotiempo, aunque otros creen que su posición es o sería determinada por alguna otra cosa, por lo que su aparentemente absoluta forma de obrar puede o podría estar supeditada a incluso a aquellas bifurcaciones sobre las que tiene efecto. Entonces, puede ser que el destino no es el mismo para el yo en este mundo que para el que habita en el que soy un vendedor de zapatos. Claro, el otro día mirando la tv me puse a pensar que sería extraordinario que en todo universo posible yo fuera un entusiasta de las tan cacareadas letras, que trataría de llevarle mi voz a los que me rodean, fuesen pocos o no, y que volcaría mi mente y mis vivencias en un espacio como éste. Pero no. Es tan sencillo como lo que mencioné arriba acerca de Neil Armstrong. En algún lugar soy un tipo en silla de ruedas desde los quince años, en otro vivo en China y soy un funcionario en una empresa de la realeza del PCCh, en otro soy un terapeuta con serios problemas para expresar sus sentimientos, y en muchos otros no soy más que polvo, descansando junto a mi abuelo en un solitario panteón, clausurado por rencillas con el gobierno.

Mientras en algún lugar del sistema solar se mira una foto de Neil Armstrong bañado en lágrimas después de haber caminado en la Luna, yo tomo un sorbo de agua, y termino esta estúpida entrada.

Del PAM, aquel chico, y Radiohead

El problema con los peatones atolondrados es la pobre conciencia que de sí mismos tienen. Cuando cruzan cierta calle, una de aquellas con tránsito infame, las cuales no son todas pero sí muchas, los peatones hacen como si no viesen el automóvil que se les viene en las narices como pensando aquella proposición que dice que si ellos nos los ven a los coches, los conductores muy posiblemente tampoco los ven a ellos los peatones, así que son protegidos por cierto deje de invisibilidad e invulnerabilidad. Los autos se convierten, hasta cierto punto, en lo que Ford Prefect apunta como Problema de Alguien Más. Y digo hasta cierto punto porque lo que hacen aquellos peatones es una pobre ejecución de tal concepto. Si no lo veo, no está ahí, parece ser la idea. Mas todo esto implica mucho más que simplemente hacerse güey con lo que tiene uno a su alrededor. Vaya, que ignore la puerta que machuca mi dedo mientras el alegre hijo de mi hermana la azota sin cesar no quiere decir que mi dedo no quedará hecho añicos; ni que al ignorar a la mujer que temo algún día pudiera romperme el corazón, dejaré de sentir este amor que me invade. Vaya, ignorar no implica que aquello cesará de ser. Alguna vez me sucedió que la novia de mi mejor amigo se enfureció conmigo por el simple hecho de yo haber criticado el color y material de sus carísimas sandalias ‒créanme cuando digo que la piel de lagarto pintada color papaya no es de lo más encomiable. El caso es que ella, cual persona de dos años con quien juegas a desaparecer cuando uno se tapa los ojos y pregunta dónde está tal o cual para después destaparlos y exclamar que ahí está, evitaba la parte de la mesa donde estaba yo, pretendía no escuchar mis preguntas hasta que su novio las parafraseaba para ella, y pedía dos en vez de tres de lo que fuera que ordenaba. Supongo que si yo no existía, mi sandez tampoco, y así no se sentía mal por su mal gusto. Aunque debo decir que el simple hecho de forzar no voltear hacia el punto en el espacio que yo ocupaba era suficiente para reconocer mi ser. Íñigo Ordóñez en alguna ocasión publicó que la torpeza al ejecutar el Problema de Alguien Más puede tener graves consecuencias, como que le sorrajen a alguien la botella de licor más próxima en la cabeza, como que ciertos dientes al verse en un desagradable encuentro con un puño se vayan por los suelos, como aceptar una labor poco grata por el qué dirán, o como dispararse en un pie con tal de escapar de una situación poco grata ‒entiéndase que, mayormente, uno se refiere a la visita de la suegra. Mencionaba Íñigo sabiamente que la deficiente aplicación tiene generalmente que ver con el pobre entendimiento del ser y del estar. Burlándose de cierto hombre francés cuyo nombre no meteré aquí ya que tal lexema es ahora considerado una palabrota de pésimo gusto en la mayoría de los planetas habitados de la galaxia, el autor señala que uno es independientemente de la habilidad mental que se posea o de la cantidad de televisores que lo rodean, así que el secreto recae en aquello que cantaba Radiohead y que decía más o menos así, I'm not here, this isn't happening. Esto es, más que un asunto de existencia o de visión, es uno de cerrazón y negación exorbitantes, obliterando al mundo de tal manera que se flota etéreamente por un instante y lo que sea pueda joderle la existencia a uno es problema de alguien más.

Ahora, cuando hablo de Radiohead no me refiero al grupo terrícola de finales del siglo XX ‒aquí haré una pausa para hablar de la soberbia de los humanos y de lo relativo del tiempo. A pesar de los cuatro mil y medio millones de años de edad de la Tierra, la mayoría de los habitantes de tal planeta decidió que era una genial idea contar el tiempo enfadosa y arbitrariamente a partir de la muerte de cierto chico que a pesar de lo maravillosamente radical de sus enseñanzas, las cuales principalmente nos decían que era bueno ser bueno sin mirar a quien, fue clavado a un árbol por parlotear demasiado según decían los clérigos de cierta ciudad donde aquel chico pasaba sus días. Como siempre, a alguien se le ocurrió que aquel chico era sobrehumano porque tanta bondad era inhumana, pero inhumana era una palabreja muy mala, y sobrehumano sonaba mejor, pero para poder llamarlo así habría que tener una muy buena excusa, y qué mejor que decir que tal chico era divino, pero al estar de moda ser monoteísta, tal chico sería ni más ni menos el dios total en carne y hueso, aunque al ser prácticamente imposible que dios bajara a un lugar tan poco merecedor de toda su gloria, habría que inventarse el muy ingenioso hecho de que el chico de carne y hueso y nacido de una mujer común y corriente era el hijo del padre quien era el dios total y que ambos eran el mismo. Aquel de la idea la gritó a los cuatro vientos, y cuando aquellos que lo escuchaban se miraban los unos a los otros confundidos, aquel les espetaba que era un misterio de la fe, a lo que todos sonreían y exclamaban, ah, suspirando de alivio. El caso es que por allá del siglo XXV, una nave de forma esferoidal descendió en medio de Central Park en la ciudad de New New New York llevando al primer representante del gobierno pangaláctico que visitaba la Tierra. Éste fue llevado al edificio de las Naciones Unidas, que para ese entonces sólo eran cinco más una, para compartir la historia, logros y avances de la humanidad con tan distinguido visitante. Al escuchar el representante que los terrícolas calculaban el tiempo con base en cuánto tardaba el planeta en girar alrededor de su único sol, éste estalló en un ataque de risa que le provocó la muerte. No hubo otra visita del gobierno pangaláctico hasta doscientos años después, cuando Vyllyl Donxnxx atacó la Tierra para saquearla, cuasi exterminando a los seres humanos, y privando a los restantes de todos los aguacates habidos y por haber. Así que, en cierta manera, alguien podría decir que aquel simple chico fue de manera indirecta causante de la mayor desgracia en la historia del hombre, lo cual sería tremendamente obtuso. Ah... Volviendo al tema de Radiohead, no me refiero al grupo terrícola de finales del siglo XX, sino al cantante malatense, condecorado con los más altos honores en cientos de sistemas solares, y que alguna vez acudió a una de las tantas barbacoas que di en mi patio trasero. Mi hija le hizo un dibujo, el cual Radiohead lleva en el interior de uno de sus baúles de viaje. Tengo que agregar que siendo un enorme cantante, tiene muy mala conversación.

La casa roja

Destápate los ojos. ¿Ves? Es tu nueva casa. ¿Entiendes de que hablo? Aquí podrás venir a descansar, a alejarte de lo que creas conveniente porque no es como cualquier otra casa que conozcas. Sabes, es lejos de ser perfecta, tiene un par de fisuras, la puerta principal tiene una bisagra floja, a veces crujen las paredes, pero yo te pregunto, ¿para que querrías algo perfecto? Tengo que decirte que a veces el viento bufa tan fuerte que se creería que viene a reclamarte algo, pero sólo quiere que le escuches una de aquellas anécdotas que ha recogido en su andar por el mundo, y que vanamente intentes acariciarlo. Ven conmigo, y corre esa cortina anaranjada en el fondo de la estancia. Sé que te encantan las flores. Hay de todos los colores que se te ocurran, aunque obviamente prevalecen las rojas: rosas, gerberas, claveles, margaritas, y algunos tulipanes. Suena estúpidamente imposible, mas puedo decirte que acá jamás se marchitan, que cada vez que atrevas abrir la ventana se te llenara el alma de colores y esencias, cualquier día del año. Éste es un lugar harto inusual, así que deberás acostumbrarte a que se te quiebre la rutina. ¡Oh!, no quiero decir que no podrás tranquilamente echarte en la cama a hacer lo que se te antoje, pero... Pero es una casa peculiar, para mal, aunque mayormente para bien. Piensa en algo que siempre has querido, que siempre has soñado; algo simple, algo tan sencillo que a veces parece ser irreal. Aquí será mejor que la idea que tengas porque será real. Te advierto que ciertas noches el crocitar del cuervo que vive en el árbol del jardín te pegará un susto y te helará la sangre, aunque es un hecho que los sueños plácidos siempre serán mayores a las pesadillas. Ahora, siéntate acá y cierra los ojos. ¿Escuchas algo? ¿No? ¿Qué tal ahora? ¿Sientes cómo va subiendo poco a poco la música? ¿Cómo piano y voz te van envolviendo, y cómo se vuelve inevitable que sonrías? ¿Me creerías si te digo que así podrían ser no todos, mas casi todos tus días? Es iluso y hasta cierto punto cursi decirte que es la casa ideal, con su esencia suave a cítricos y luz tenue por la tarde, cálida en el frío y fresca en el sol ardiente, con estantes llenos de poesía e historias, con una hamaca en el pórtico, con un cielo de azul profundo por la mañana y de rojo intenso en el atardecer, y también con aquellos días en que tormenta o silencio podrían sacarte de tus casillas; es cursi e iluso, aunque pienso no podrías estar mejor en otro lugar.

17.4.14

En el cine

Toda historia necesita un héroe. El odioso cliché de tal aseveración no la hace menos cierta. El común lugar que ello implica no la hace menos trágica. Se podría pensar que no habrá mucho que mencionar acerca de algo de lo que se ha hablado hasta el cansancio, mas, ¿que no es del tipo de tema, y hasta cierto punto, de controversia de la que no se puede dejar de discutir? Verán, es demasiado fácil investirse en esto, decir que uno ha hecho algo que ha salvado a alguien de lo que sea se pueda salvar a alguien, e incluso bañarse de falta modestia diciendo que era lo correcto, que no ha sido nada, y que aquel a quien se ha rescatado haría lo mismo por nosotros. Por principio de cuentas, lo último mencionado es la más grande falacia respecto al tema; el miedo principalmente afecta las decisiones de tanta gente que muchas veces ni por ellos mismos harían lo que podrían hacer por alguien más. No busco hacer una crítica amargada, ni vociferar que si fuéramos más considerados el mundo sería un mejor lugar. Tal cobardía es naturaleza humana, y difícilmente se podría eliminar. Sin embargo, hay situaciones en las que todo esto se esfuma de manera extraordinaria, rompiendo patrones de todo tipo; situaciones anormales en las que uno no puede dejar de actuar como rara vez lo haría, estirando paciencia, valor y arrojo más allá de cualquier límite que se tenga. El concepto de límite, ya de por si vago, pierde valor total porque lo inusual de aquello que encierra la palabra heroísmo tumba ese mundo de lo establecido y lo cotidiano, y aquel que se avienta a esto puede llevar su situación a tal extremo que se arriesga a dejar de reconocerse en el espejo. No es baladí este punto ya que romper esquemas, alterar patrones y adaptar rutinas puede desfigurarle el rostro a quien sea de distintas maneras. Arrastrarse a lo heroico, ya sea en lo mundano o lo elevado, es indivisible de lo épico, y nada puede ser épico si no se rompe el status quo. Vean si no cualquier historia que hayan escuchado, Tristán e Isolda, la guerra del anillo, aquella mujer que fue capaz de levantar un auto con tal de salvar a su bebé, el gentil extraño que sacó a alguien de un incendio para después desaparecer; incluso el reacio Arthur Dent salvando al universo de los amos de Krikkit. Dejar de reconocerse en el espejo no es tan terrible respecto a sentirse otro como lo es acerca de qué tan otro se es. La conciencia de la identidad que nos es inherente a todos puede quebrarse de forma silenciosa, tan gradual como el andar de las nubes, así que a veces cuando se ve uno a sí mismo, la imagen frente a sí puede ser torcida, exageradamente o con mesura, pero torcida al fin y al cabo. ¿Qué tan yo he dejado de ser?, parece preguntarse cualquiera ante el reflejo después o, ¿por qué no?, durante el heroísmo. Todo mundo quiere ser un héroe, pocos pueden de verdad serlo. En este café en el que escribo, miro alrededor y lo veo: aquel en el fondo comiendo un emparedado, haciéndolo sin prisa, quien aparentemente se aburre y mira afuera, que después se contempla los zapatos sin gesto alguno y parece perderse en sus pensamientos. Él es el héroe del que hablo, algo solo y roto, deseoso de un abrazo mientras le dan las gracias, que a lo mucho se atreve a congratularse en la cama mientras el mundo duerme, contento por lo hecho, y un poco avergonzado por lo inusual de su actuar. Para muchos lo que ha hecho no es nada del otro mundo, mas para aquella persona a quien le ha tendido la mano este hombre es excepcional. Es lo que me gusta pensar ya que no hay nada peor que la ingratitud.

14.4.14

dos

Me he calzado esos zapatos de ante color café que son un verdadero dolor de cabeza a la hora de limpiar. Me he puesto por tercera vez esta semana aquellos pantalones de pesada gabardina negra que del uso se han puesto azules, o eso dice mi novia. No hay razón aparente para tal ropa más que echar mano de lo que está al alcance. Muy posiblemente ocurre lo mismo para con lo que escribo, alterando, parchando y reciclando ideas que uno ha leído por aquí o por allá; como esa de ver el mundo a través de un par de sucios anteojos, como aquella anécdota de la chica que derramó su helado en la camisa de su chico cuando éste la acerco a sí y le plantó un beso tronado en la mejilla derecha y ella reía ante el batidillo, o como aquella de que toda historia sigue tres tipos de patrones y no más. Se ha creado ya toda metáfora posible, ha dicho Borges. Por consecuencia, se podría argüir que todo es pasajero, que lo venidero es inevitable y uno debe sentarse y aguantar. Podría parecer que no hay nada realmente nuevo por descubrir en un universo hecho y predestinado, ha dicho Braithwaite, mas el ineludible hecho de no saber qué se avecina concibe la sui generis situación de saber que hay un destino sin saber qué lo compone; y el no saber hacia dónde se dirige el mundo provoca que tal destino sea un hato de incertidumbres tan grande que lo venidero se esfuma. Vaya, cual gato de Schrödinger, vive y no a la vez. Quitándonos de existencialismos, olvidándonos de aquella superflua proposición que reza que lo ausente de mis sentidos es inexistente siendo la mente lo único que existe, el evidente contoneo del destino en nuestras narices provoca que éste mismo consiga confundirnos ya que para nosotros algo tan palpable tiene que tener algo que haga posible que no exista, o de menos eso nos parece, entonces nos creamos ideas como la proposición arriba mencionada. Todo esto no es más que consecuencia de aquel irracional miedo a saberse real, a tener emociones, a darle peso e importancia a las cosas, porque uno puede perder y perderse, porque se puede terminar con el corazón o alma e incluso psique hecha trizas, porque uno puede morir. No soy real, soy una idea relativa e inconexa en la mente de alguien, dice Matías, el personaje principal de La Cabaña de Braithwaite, ante la congregación de su padre frente a la cabaña de éste. Cuando aquel cuya idea soy muera, yo sólo me esfumaré, sin dolor ni conciencia de que ya no soy. Si me desprendo de lo material, del mundo, de las personas, de toda posesión, dejaré de ser y alcanzaré la gracia eterna en el Nirvana, parece decir el budismo zen. Mas, ¿qué puede haber de grato en todo esto si no hay quien con una mirada o un roce de piel le de el mayor de los sentidos a la existencia misma? ¿Me explico? La otra noche, al despertar de la peor de las pesadillas, aquella en la que el mundo entero se va oscureciendo y cerrando sobre ti, la mano de mi mujer se posó sobre mi hombro, susurrándome al oído, estás conmigo, a la vez que besaba mi frente. Pocas veces me sentido tan consciente de mi existencia.

He andado en un callejón,
Lúgubre, empantanado en oscuridad,
Donde cuervos cantan crueles coplas con mi nombre,
Con seres de sonrisas amarillas mirándome pasar,
A mitad del camino aparece un sombra,
Similar mas completamente distinta a mí,
Algo me dice, no le escucho, me llama estúpido, dispara,
El mundo se cierne sobre mí y sí mismo,
Caigo y muero y caigo,
Antes de llegar al piso una mano me alcanza,
Una dulce voz me dice que ha sido un mal sueño.

No hay razón tal vez para aquel sueño, no más que esa que todo sueño ha sido soñado, que toda vida ha sido vivida, que todo amor ha sido compartido. Con lo que ando por enésima ocasión en esta avenida mientras pienso que en vez de mi propia sombra, soy la de alguien más, alguien nacido con el tiempo.

10.40

Hoy no es al parecer nada más que un día más, de sol y calor, del vaivén de la gente, de la hora de desayunar y de comer y de cenar, de charlas, de caminatas con y sin destino. Mas, si puedo decir algo, no es nada más que un día. Odiaría sonar como aquellos escritores motivacionales que tratan de convencer a su audiencia de que cada día vale la pena, de que uno no se puede dejar caer y ser arrastrado por el río de circunstancias que bañan el día a día, que hay que saber que la vida es maravillosa y que hay que vivir–con una catarata de signos de admiración de por medio. Tampoco quisiera sonar como aquel tipo de hombre, sombra de sí mismo hasta cierto punto, que exclama que la vida es mera conjunción de eventos fuera de nuestro control, que estar en este mundo no conlleva ninguna relevancia, que cualquier propósito que tratemos de achacarle es mero espejismo. Encontrar el punto medio entre dos extremos tan, desde el punto de vista de muchos, ridículos y vacíos, es tan difícil como tratar de no sonar cursi sabiendo que eso es exactamente lo que haré. No importa. Verán, soy un hombre si bien no lleno de defectos, lo soy de unos llevados al extremo. Uno de ellos es aquel terror abismal de no poder dejarle saber a aquellos que amo lo mucho que significan para mí. Sí, trato de decírselos de forma escrita, llenándoles los ojos de metáforas, bañándolos suavemente con palabras de aprecio, porque así tal vez digan, qué lindo, soy un pedazo de literatura. Y a lo que voy en relación con aquel miedo que mencioné es que cuando me planto frente a ellos, me aterra pensar que lo único que les suelto son palabras que ya han escuchado miles de veces. Tonto, ¿cierto? Así son los miedos de irracionales, de sosos, de huecos y obstinados. Aún así, poco más me queda al respecto al plantarme frente a ellos porque también pintarles de colores el cielo en lo que parece no más que un día más a veces parece pretencioso. Aunque, siendo honestos, para mí la vida no es menos que poesía. Saben, creo que al fin y al cabo, este pequeño texto es intentar poner el mundo al revés, y en vez de escribirle un poema acerca de lo maravillosa que ella es, decirle de forma muy sencilla, en palabras escritas, palabras que tal vez ya sepa, lo que ella es para mí: eres incomparable, lo que jamás había tenido, y con quien quiero pasar el resto de mis días. Así, lo que le he dicho en un  par de ocasiones pueda convertirse en poesía simple y llana, y formar parte de la literatura de la vida.

9.4.14

Carta de Joyce a la Sra. Barnacle

Hoy estás en otro lado de este planeta y me pregunto si mientras yo escribo esta misiva tu piensas en mí y en el calor de mi cuerpo junto al tuyo. Hoy te veré amada mía, hoy te tomaré en mis brazos como si tuviera años que no te veo. Quiero escuchar tu voz contarme de tu día, de qué tal dormiste, de cuánto te ha gustado lo que he escrito. Quiero agradecerte abrirme tu casa el fin de semana pasado, recibirme con los brazos abiertos y despedirme como siempre con un beso. He tenido dos sueños contigo. Es un poco sonrojante contarte que en uno estabamos desnudos en una cama, atados de cuerpo, con tus labios creando ese silencio perfecto que sólo los besos saben anidar. El sabor a sal de tu sudor me nubla la mente porque mientras muerdo tu cuello y tú acaricias mi cuerpo, el tiempo es un borrón inservible y el universo entero tiene el propósito único de estar aquí para que tú existas en él. Siento como tus uñas rasgan mi espalda, como tus dientes llevan la piel de mi pecho al límite. Tu sexo apretando el mío mientras tus caderas suben y bajan a un ritmo perfecto. Así mi voz se pierde ante el placer que me invade, así mi corazón se volca en mi respiración entrecortada. El alma habla a través de nuestros gemidos porque, ¿que sería de ella sin este placer? En el otro sueño estamos en un jardín, sentados en un mantel a cuadros porque yo no olvido tu alergia al pasto. Cada quien lleva un libro en una mano, y la mano del otro en la otra. Me preguntas si soy feliz a tu lado, mientras nubes blancas juegan a perseguirse bajo el sol. Asiento y me besas en la frente y yo hago lo mismo. Me pides que te sirva un poco más de jugo mientras te acomodas el cabello y cambias de canción. ¿Sabes? Sé que a veces me comporto como un chiquillo malcriado contigo, que me pierdo en mis ideas y parece que floto a la deriva, pero no pienses mal de mí. Mientras miro a través de ventana, mientras pienso en cómo terminar esta carta, siento como si estuvieses aquí a mi lado y la leyeras mientras yo escribo, y juegas con mi cabello. Es una carta, son palabras lindas, palabras que no te digo siempre, que a veces parecen perderse en un mal rato mío, pero que no dejan de ser una representación humilde y a veces poética de lo que me inflama el corazón. Son las palabras más honestas de este hombre que cuenta las horas para estar contigo, que te hablado mientras duermes, que ha sentido tus caricias mientras está dormido.

IHMAIWD

Te dicen que uno de tus amigos más queridos es un pederasta, que ha tenido que huir para no encontrarse a sí mismo en la penumbra y la humillación, que evade la realidad de su condición y que ahora se escuda tras el conocimiento en un lejano pueblo. Tú no sabes que decir. Peor aún, no sabes que pensar. Se te escapa un no-mames ligero, pero no más. Creías saber ciertas cosas acerca, bueno, acerca de cómo se desenvuelve la vida de cierta gente. Como cuando leíste que Kurt Cobain nunca se había sentido tan feliz seis meses antes de suicidarse. En algún lado viste que estaban prontos a venir su banda y él, pero se desvaneció. En su addición a las drogas, dicen unos; en el tormento de su mujer, dicen otros. Te sentiste vacío, y es ridículo decirlo ya que jamás lo conociste y aseverar que lo hiciste a través de su música es estúpido. De cualquier forma, no supiste qué pensar. Como ahora. Te sientas en la terraza del lugar en el que vives, cerveza en mano, escuchando lo que sea que la reproducción aleatoria de tu reproductor decida tocar, y miras a lo lejos, mientras piensas en qué demonios pensaba ese cabrón para hacer lo que algún día te preguntaste si se atrevería a hacer. ¿Se sentirá roto?, te preguntas. Quín te diría que no, que es un verdadero hijo de puta, que el se lo buscó, que bien merecido se lo tiene y que hasta cierto punto eso le ha salido gratis, que él sí sabía que aquel sería capaz. Tú lo viste llorar al final de una película, y sabes que toda esa tonta fortaleza que externa no es más que un soso antifaz. Te dices que está solo, allá, en aquella casucha de dos plantas, con calentador de leña, un árbol enorme en el patio y arañas por todos lados, casa a la que algún diciembre fuiste al inicio de las vacaciones, y allí bebiste Smirnoff y jugaste Scrabble en sol de las doce, sol que consumía todo lo que no estaba allí, frente a sus ojos; sentías como si las incontables horas en el trabajo, la falta de sueño y los patéticos disgustos de la vida cotidiana se derritieran por debajo de la silla de ratán, y se esfumaran cual vapor, y lo único que valía la pena era el sabor a manzana del vodka y tu próxima jugada. Eras tú sin el lastre de cualquier día del año que terminaba. Tal vez esté sentado en ese patio ahora, con nada más que el presente en unos ojos llenos de lágrimas, solo y roto, intentando digerir sus actos, tan impulsivos como siempre porque le aterra arrepentirse de lo no hecho. ¿Pero cómo pitos se atrevió? No, hay un límite, pensé que él lo tenía, alguien me preguntó, ¿Y si...?, pero yo jodidamente lo defendí, y lo defendí, y ahora el cabrón se tiene que esconder, y no importa cuánto lo quisiese defender, y cuánto le dijera que todo va a estar bien, las cosas ya no son iguales. Roto, roto como aquel hombre de historia de Braithwaite y de Duschamp que perdió su vida cuando un día despertó y se dio cuenta de que su vida era una mentira que se decía a sí mismo todas las mañanas: todo va estar bien, la vida no es lo que quiero y deseo, lo que soy y lo que siento, sino una cascada de hechos indetenibles que se me presenta, me guste o no. Roto porque tal vez se enterque en cuestionarse acerca de lo que ha hecho y lo que hará, mas no de lo que es. No hay más que el presente porque el pasado es una remembranza, mero fenómeno mental hoy y ahora, y el futuro es lo desconocido, sendero que se interna en oscuro bosque, me han dicho recientemente. Roto e imposible enmendar, dices en voz baja mientras el tráfico de la cinco pasa por tu calle y notas que hace tiempo que el cielo no se veía tan azul. Duele. Una vez más no sabes qué pensar.