31.3.20

I'm so deeply into you that
While I walk down the street
I carry you
Without your knowledge
As a tiny speck of warmth that ricochets all over my body.
we're chained

30.3.20

Es la soledad. Es el exilio auto impuesto después de haber actuado de una manera tan inútil, entregado del todo sin recibir nada a cambio. Oh, así soy, le espeté a mi hermana al escucharla llorar mientras cuestionaba mi actuar. Es mi naturaleza. Bendito idiota, habrá pensado. Es la soledad de dos años en la que cantaba mientras acariciaba a mis perros, mientras bailaba Hercules and Love Affair con un cigarro en la boca. Es el miedo que llevo en el sexo por aquel vacío que acabará tragándome ante mi falta de comunión. Estoy tan roto desde hace tanto tiempo que mi gacho andar es ya lo cotidiano. Ahí va estoico, me gusta pensar se dice a mis espaldas. Tal vez alguien me haga burla y me imite sin que le vea. Tal vez algún niño de la cuadra piense lanzarme una piedra y correr hasta quedarse sin aliento si es que acaso me vuelvo. No importa.

Es la distancia y este jodido aislamiento. Encerrado sin poder ponerle un dedo encima a nadie. Lleno de suspiros sin dueño y de cenas demasiado frías. Tal vez todo pase, y yo pueda ir por unos libros, y tal vez pueda conocer al alguien. Ya saben, rozarle un dedo por accidente, voltear, sonreír cual complice sin crimen, y mirar furtivamente cuál es la reacción. ¿Te gusta el café? ¿Qué tal si interrumpimos nuestra búsqueda y vamos por uno? Y el café se vuelve palabras, y esas palabras se convierten en años, y los años no son nada a tú lado.

Es todo, es todo lo que me acongoja. Es la voz condescendiente de mi padre ladrando que su gobierno por fin hará algo. Es el maldito calor de treinta y dos grados al que no estoy acostumbrado. Es la chica de enfrente que después de tantos putos años no puede mirarme a los ojos cuando me despacha algo en su tienda. Es la falta de agua en mi calle, el continuo trompeteo de los vendedores por las calles mientras trabajo en el teléfono, este deseo sin control por comer pan. Me cuesta tanto sentarme a la orilla de mi cama a sólo respirar. Sin pensamientos o ruidos de por medio. Siendo sin propósito, sin contemplación. Y así se me ha acumulado la vida cotidiana por dentro. Porque no puedo exhalar mis problemas hasta que escapen por la ventana. Porque no puedo caer dormido sin entumecerme con el televisor de fondo.

Y al final, eres tú. Eres tú, con esa piel de cobre en la que ansío perderme. Tú, con tu risa tan a tiempo y tu pasado tan presente. Tú que no debiste haber existido en la misma ciudad que yo. Que no debiste haber volteado a verme, y que debiste haber ignorado mi saludo. Debiste haber atendido a tu propia soledad, haberle llevado al teatro o qué se yo, y yo haber estado en paz en aquella tarde de lluvia en la que todo comenzó.