31.10.14

hyper pink pop song

I had lost all hope,
Sea was my home,
Fed on one and none,
And then...

Destiny called out my name,
Boy, you got to understand, it said,
That all this time I had a plan.

Grassy hills,
Sun up high,
Got a lollipop in hand,
Walk towards you,
Hold me tight.

So destiny called on me,
I have come to understand,
All this time you got a plan,
And now I sit in a field of flowers.

20.10.14

Sábado soleado

Algo me dijo aquel mediodía que debía ir al parque. Había feria, con sus globos y sonrisas y algodón de azúcar. Algo me dijo aquella mañana que después de mi café y mi pan de mantequilla habría que ir y subirse a la rueda de la fortuna, los caballitos y el pequeño tren alrededor del parque. Lo hice. Me bañé, me rasuré, me puse loción y un poco de gomina en cabello, y fui andando. Había sol, helados de sabores, voces por doquier, aves mirándonos con curiosidad desde los abetos, había bicicletas y niños corriendo en todas direcciones. Yo sonreía, me sentía vivo como desde hace mucho no podía. Sentía un toque de vida bañándome desde cualquier rincón de este pequeño parque que en ese corto instante enmarcaba mi vida. Me subí a todo. Mi edad no importaba. Mi pasado tampoco. Y así llegué a la casa de la risa, vetusta, llena de polvo, de pintura cayéndose, de risas muertas, de nada que ver mas que la luz al final de un túnel giratorio. Me perdí. Gire de forma equivocada, juré que todos habían cruzado la puerta que temblorosamente abrí, y acabé en un closet de escobas. Este no podía ser abierto desde dentro porque el postillo se encontraba del otro lado, lo había sentido cuando gire la perilla. Nadie escuchó mis pataleos o gritos. Así que me senté en piso. Así que hallé una lámpara de mano y un libro de bolsillo de Borges en el rincón. Leer ante la desesperación de lo que sea no es lo mío. Pero lo intenté. Y así cayó del libro una pequeña hoja de papel a cuadros. La leí. Aún la recuerdo.

I hate him. I hate the way he writes, his innate stupidity in his messages. His fucking smile. God, I hate him because I know him. How is it he blew it over and over and over again til he reached me? There is no excuse for what he's done. Twice. I wish you had died in that gruesome accident. No. Yes. I don't know. Destiny works in misterious ways. Just as the Lord's. No. No, no no. For, you took my hand and held it til I could see the shore. He took my hand. I see the shore. The beautiful sea of sand, the wonderful eternity of water. I see whales. And you took me to this place. He did, not that he had any fucking idea as to what he was about to bring forth. And then destiny works in misterious ways. As I do. And here it says that you should have died a while ago so peace was life. This is my best attempt at a drunken rant. Which I am not. I am sometimes a vile coward, just staring at this bottle of wine. You always knew, you said. Yet... Idiot, hypocrite, lustful prick, deviant, shit, maladroit, lame excuse for anything you believe yourself to be. Have you come to wits and seen what he is? Have I? I'm not blind. It is only that it is real hard to be alone. I reckon. He has the sweetest face. The Devil looks like God looks like the Devil. I look at myself and think real hard I am the shepherd. Fuck You. Fuck you for what you have done to me. And yet, here I am, typing some lost words to you. Ain't it something... I am a bad excuse for a writer, you reckon. Yes. And that immense and innocent piece of metal was not enough to bring down everything wrong with feeling love for someone. We would not have met had you died, nonetheless. Still I dream of you not coming out of that aircrash. So I'd be of different air, savvy?

Está marcada en la parte trasera de mi cabeza. No puedo olvidarla. No sé si quiero hacerlo. Cuando terminé de leerla, justo cuando terminé de leerla, cual si fuere un barato libro de ficción pulp escrito por un hombre predecible e insulso, alguien tocó a la puerta y preguntó si estaba bien. Sí, contesté. Hubo un leve forcejeo con la perilla, y después el mundo se abrió ante mí de nuevo. Me dijo aquel hombre que no era el primero en caer en esta trampa. Que el hijo del dueño original del carnaval se había quedado atrapado alguna vez, y que el pueblo en el estaba se volcó en buscarlo en lo alrededores, mientras culpaban a los gitanos o las mafiosos de su desaparición. Mientras él se pudría allí. Por eso el pestillo desde afuera. Por eso la venta del carnaval a un nuevo hombre. Por eso el humor tan raro del cuarto. Y yo que encontré aquel papel que aún está en la página 153 del libro de Borges. Aquí escribo este mal logrado testimonio, este escuálido trozo de historia que es simple ficción porque yo no soy real. Aunque mis sueños y aquel trozo de papel tal vez lo sean.

8.10.14

Tómame,
Has de tu cuerpo algo irrompible,
Orilla al viento a ser una canción de cuna,
Celoso de que tú puedes tocar mi cuerpo,
Pasar tus dedos lentamente por mi espalda,
Mientras besas mi cuello lento,
Y yo me derrito y me expando por el mundo,
Iluminando sus noches, sus rostros durmientes, sus rincones oscuros,
Iluminándolo así porque estoy hecho de lo que están hechas las estrellas,
Así como tú lo estás,
Así como tú apareces en lo oscuro de mi cielo,
Entonces tómame,
Has que mi corazón explote en rojo y azul y amarillo, morado y verde,
Y aquel 'te amo' hecho suspiro escapa de mis labios y se posa para siempre en tus ojos.

7.10.14

Ven y siéntate conmigo. Tomaré tu mano, te acercaré a mí y te contaré algo al oído. Te hablaré de como alguna noche, sentado en un parque, se me acercó un colibrí, revoloteando de derecha a izquierda y viceversa. Se plantó frente a mí, si es que los colibríes pueden hacer eso, y preguntó, Tú amas a alguien, ¿cierto? Cierto, le dije no sin sorpresa en mi voz por escucharlo hablar. ¿Crees que lo que sientes es real? Vaya, qué hay tanta gente que te dice tal o cual cosa acerca del amor que ya no sé qué pensar, me dijo. Lo es, contesté. No lo dejes ir, no la dejes ir, porque la confianza con la que has respondido es suficiente para mí para mostrarte lo que muy pocos colibríes con el atrevimiento de hablarle a un humano y descubrir que conoce el amor han hecho. Entonces, el pequeño pájaro se alejó de mí, y con el más maravilloso canto que puedes imaginarte llamó a cientos de su género al parque. Después de acomodarse donde el primer colibrí los asignó, comenzaron a aletear suavemente, lo cual lentamente apagó las luces de los postes. Cuando estaba lo suficientemente oscuro los pequeños colibríes se encendieron, con los tonos de sus plumas extendiéndose más allá de su cuerpo, titilando cual lenguas de fuego en la brisa nocturna. El primer colibrí se colocó delante de los demás, y después de emitir otro canto, los cientos de pájaros comenzaron a bailar en aire. Todo frente a mí se llenó de colores, espectáculo multicolor como jamás había visto. Los verdes, rojos y azules de sus cuerpos jugueteaban en el negro fondo, pintando la vida de miles de combinaciones. Yo no podía más que sonreír porque todo se veía lejos, pequeño ante tanta belleza. Poco a poco la danza fue parando, los colores desvaneciéndose, y las luces del parque encendiéndose. Los colibríes se fueron desperdigando uno a uno, y al final sólo quedó aquel que había osado acercarse a mí. Sonríes, dijo, y esa sonrisa en simple consecuencia de lo que has visto hoy, y si no estuvieras tan enamorado no habría habido tal pirotecnia ante ti. El pequeño colibrí hizo una leve reverencia con la cabeza, y partió. Me levanté de la banca en la que estaba y eché a andar, tarareando aquella canción tan acerca de los dos. Al llegar a mi edificio, alguien me preguntó si vi los maravillosos fuegos artificiales viniendo del parque. Maravillosos, pensé, tanto como sentirse enamorado.

El monte y el sol

Tsietzin Ha era un hombre alrededor de sus treinta, con cabello como la obsidiana, y con ojos inquisitivos y tristes. Cuando un lechero que se dirigía a casa se lo topó en el camino de tierra le preguntó, ¿A dónde vas saliendo del pueblo tan temprano que no ves que es día de descanso? Tsietzin le respondió, Soñé con una mujer ayer en la noche. Su cabello era oscuro y su piel tan blanca como la leche que llevas allí. Me susurró al oído que debía caminar hacia donde sale el sol para encontrarla, y que si persistía y llegaba ella me amaría por siempre. ¿Y qué te crees esos cuentos, eh, que te vas a buscar cosas así, eh?, le espetó el lechero. Me contó que ella me conoce desde que yo era pequeño, que me ha visto crecer, que me ha visto bañarme en su calor todos estos años. Quiere estar cerca de mí y por eso me ha pedido que la busque. El sol es ella, así que debo encontrarla, contestó Tsietzin y se puso en marcha, mientras el lechero se rascaba la cabeza. Anduvo todo el día, sentándose a veces a beber agua y a comer algo, buscando sombra a ratos. En cada ocasión que se cruzaba con un conocido, este le preguntaba a dónde se dirigía. Cuando les contaba la historia del sueño, la gente lo miraba con incredulidad y le preguntaban, ¿Cómo es que te crees eso, eh? Y Tsietzin respondía lo mismo cada vez, el sol es ella, y debo encontrarla. Y se ponía en marcha. El camino que debía tomar iba hacia el monte, aquel en el que se rumoraba se habían perdido ya tantas personas que se habían salido del sendero que rodeaba a tal lugar. Tsietzin dudó en acercarse. Tenía miedo de no poder salir, de encontrarse con alguna de aquellas criaturas que se decía vivían allí, prestas a robarle la vida a cualquiera. Cerró los ojos buscando valor, y allí recordó los suaves ojos cafés de aquella mujer. Era tarde, con la noche arrastrándose y trepando por los árboles y piedras a la entrada del bosquezuelo en las faldas del monte. Apretó los puños y dientes y siguió andando, presto a encontrar donde prender un pequeño fuego para pasar la noche. Después de un rato vio un par de objetos brillantes, nacaradas formas que le recordaron a las perlas que algún día su tío extrajo de una ostra que sacó del mar. Aunque, a diferencia de aquellas, éstas parecían flotar en el aire, un aire que alrededor de ellas parecía ser aún más negro. Tsietzin Ha, susurró una voz, ¿A dónde vas, Tsietzin Ha? ¿Qué no ves que es tarde? Los hombres como tú no deben de andar por estos lares, a no ser que quieran perder su nombre, sus memorias, su razón. Ve a casa, Tsietzin Ha. Ve y enciérrate y duerme solo. No hagas caso a promesas vanas de sueños que están en tu cabeza. ¿Cómo sabes que ella está allá en el monte, esperándote? El sol es ella, así que debo encontrarla, dijo Tsietzin. No me tomes por un idiota, hombre, dijo la voz de forma estrepitosa y terrible. Yo no soy un don nadie como todos aquellos que te encontraste en el camino y te cuestionaron, le dijo, susurrando una vez más. Tus razones soñadoras e insípidas no me sirven, pero allá tú. Te dejaré pasar, mas sólo para que te des cuenta de lo estúpido de tu caso. Te advierto, Tsietzin Ha, que si regresas por este lado, no llegarás a casa. El hombre se frotó los ojos y cuando los abrió las perlas ya no estaban. Tsietzin anduvo otro rato hasta que encontró un claro en el que hizo una pequeña fogata. Tendió sus mantas en el piso y echó a dormir. A la mañana siguiente, se levantó sin comer nada y comenzó a andar hacia el monte. Caminaba sobre pasto, pero éste le raspaba los pies descalzos. Sentía frío porque el sol se perdía en la copa de tanto árbol. Ya casi no tenía agua o comida, pero la cima del pequeño monte se sentía cada vez más cerca. Ella estará allá, con su luz y sus brazos abiertos, con aquellos ojos hermosos, esperándome, se decía Tsietzin. La cima estaba a unos pasos, él sonreía tremendamente, pero al llegar vio que no había nada más que arbustos y matas y la noche cayendo desde el otro lado del mundo. Tsietzin Ha no supo que decir, y sólo pudo echarse a llorar. Así pasó la noche, sollozando y pensando si podría volver a casa, si aquellas perlas flotando en la noche revelarían sus dientes y se lo comerían. Finalmente el hombre de los ojos inquisitivos y tristes se quedó dormido. Sintió frío por largo tiempo, hasta que el calor que le subía por las piernas lo asustó y lo despertó. Se levantó de un salto y al abrir los ojos la vio frente a sí, riendo maravillada por su reacción. Ella lo tomó de la mano y lo acercó a su cuerpo. Y mientras lo miraba con aquellos enormes ojos tan llenos de luz le decía, Eres mío, Tsietzin Ha, y ya nunca tendrás frío.

3.10.14

Acknowledgement

Rubén and Moni and Isra and Beto
Yatza
Jona & Regi & Ari
Clau

Mogwai

José Clemente Orozco
Roald Dahl
Douglas Adams
Jean Michel Basquiat

Those long lost friends - I sometimes miss you

One is the nostalgic sound of the seas