12.12.14

Del Mar

Alonso Schmidt era un hombre sosegado de treinta y tres años de edad. Había tardes en las que simplemente salía a su terraza a ver la tarde pasar. Tomaba una cerveza oscura del refrigerador, se sentaba, subía los pies a la mesita de madera que sacaba a la terraza, y tocaba bajito música clásica en su reproductor de bolsillo. Observaba los edificios a la distancia, con sus ventanas reflejando el caer de del sol y con sus techos llenos de agua y de receptores de onda. Escuchaba los ruidos de cualquier día de la semana, los gritos desesperados de los padres regañando a sus hijos, los del vendedor anunciando que sus tamales o nieves o esquites eran los mejores del rumbo; escuchaba a los perros quejarse del clima o de lo hambrientos que estaban, escuchaba a los gatos llenos de lujuria amándose a gritos; y por sobre todo, escuchaba el canto de las hojas al ser rozadas por el viento. Porque soplaba mucho el aire en donde vivía Alonso. Entonces la voz de las hojas lo visitaba tan seguido, en cada una de las estaciones de año y cualquier día de la semana. A veces le contaba lo que sucedía en otra partes de la ciudad: le decía de los amantes que había sorprendido en el parque, de los pequeños que tenían perro nuevo y jugaban con él en el parque, de toda la gente que había visto dormir en el transporte hacia casa. En otras ocasiones le cantaba en idiomas desconocidos (Mugen ni hirogaru, Ishiki no fuchi wo aruki, Koudo dake wo tayori ni...) o le tarareaba canciones desconocidas, tratando de arrullarle. Algunas otras le preguntaba acerca de su niñez o de su presente o de los días de escuela o de todas las mascotas que había tenido. Pero, a veces, muy a veces, la voz de las hojas era la voz de aquella a la que amaba. Cuando esto ocurría, él la reconocía desde la primera letra que sonaba, entonces él se enderezaba, bajaba el volumen del reproductor, y escuchaba atento. No importaba que decía, si era un regaño, una risa, una anécdota o una burla, el caso es que la escuchaba. Cerraba los ojos Alonso Schmidt y abría su mano derecha mientras la brisa se colaba por entre sus dedos, mientras aquello que entraba por sus oídos le hacía temblar levemente. Seguía mirando el firmamento, aunque entonces lo hacía de un lado a otro, haciendo rebotar su mirada en las esquinas de las construcciones y de ahí al piso o al techo de algún automóvil y de ahí a la pantalla de algo y de ahí a donde fuera para rebotar y rebotar hasta que su mirada se encontrase sus ojos que, naturalmente no estarían mirándolo a él, pero importaba porque así, allí mismo, encontraba frente a sí el inicio de todo: de las estrellas y las nébulas, del canto del mar y del cenzontle y de la música de Debussy y Tchaikovsky, del rojo y el azul, de las olas y las nubes, del olor de las rosas y del sabor de las uvas, de las noches sin frío y los días de sol...

Alonso Schmidt era un hombre sosegado de treinta y tres años de edad. Había tardes en las que simplemente salía a su terraza a ver la tarde pasar. Tomaba una cerveza oscura del refrigerador, se sentaba, subía los pies a la mesita de madera que sacaba a la terraza, y tocaba bajito música clásica en su reproductor de bolsillo. Observaba el mundo a la distancia, y de repente, sonaba su teléfono celular, y al contestar escuchaba que le decían, "No sé por qué suspiré y sentí como si estuvieras pensando en mí..."

6.12.14

Paintless homes in Cuautla

Mother, o mother,
You poisoned yourself of yourself,
Drank yourself proud,
I can handle me,
Said you while on the floor,
While watering the sun,
And those who saw you grow said you wouldn´t,
Because, mother, you had lost your sight a while ago.

Remember the night you told me you'd seen a ghost?
It was peeping whilst you dined with grandma,
Then noticed it was just yourself on the aluminum door of the fridge,
Peeping to what you were actually doing,
Just peeping,
That's all you did do.

Any other night you confessed grandma had paid you a visit in a dream,
She was dead, yet she talked and asked why I laid with a man who wasn't my husband,
You said,
She was furious and called me a whore,
You said,
And shouted I must be stoned to death, like she was,
Whore, she shouted, while slapping my thighs,
So when I woke up they were burning red, you said.

You spun your tales so craftedly you fed on fear,
That one when people are old and no one hands them a dime for food,
So they were you and gave themselves money for squat,
They left,
Thus you could feast like a fucking swine,
And laughed, at them people, at me.

I tell you this on your deathbed because there's no better chance,
You can't reply, you won't,
You won't tell me how full of shite I am,
How much of an asshole every man in my life has been,
You won't laugh stupid because you won't tell who my father was,
And I can get close and whisper that,
Despite my love for you,
You are about to leave me alone.

The house would be green, would be brown, would be orange,
Would be brittle, with laughter painted on every wall,
And kids lying on improvised beds telling scary stories under the blankets,
And improvised pools in the yard for the sun was rash,
Meals came, went, the family had pop and beer,
And despite what you wished not, you smiled.

And your children and your children’s children shone,
Quiet and cheerful, you kept your world to yourself,
The love of your Jesus seemed to have taken place,
Red roses of cherub voices in the garden,
Impervious all to your gashing curses.

Yet you’re dying where I sleep now,
Being the one who’s not yourself,
Unconsciously praying for breath,
So soft and fragile,
Give your hand to me, o mother,
Say to me why you’ve spilt your blood on me,
Why I am your choice for a last sight,
Instead of your paintless home in Cuautla.

1.12.14

N

Allí, parado frente al amanecer, descalzo, está aquel hombre afortunado que se dice que no tiene nada que perder. El mar acecha sus pies mientras el hombre se pierde mirando las formas de la nube frente a sí. El mundo se desenrolla a su alrededor lentamente, con las primeras gaviotas volando en el horizonte, con la gente abriendo los ojos apenas y preguntándose qué desayunar, con el sol haciendo cosquillas a las nubes que levemente lo ocultan, con aquel joven que en lugar de limpiar la arena juega a hacer figuras con su rastrillo. La mañana anda un segundo a la vez, parsimonia que sólo aquel lejos de su mundo habitual disfruta. Todo va tan lento a esas horas que parece que se detiene. Así que el mar trepando por la pendiente de arena parece no subir. Así que el nombre en la arena parece no borrarse. Así que los ojos del hombre no dejan de mirarlo. Lo leen una y otra vez mientras la blanca espuma entra por sus cuencas y acaricia cada rincón de cada letra y araña la arena en ellas, derritiendo suavemente el nombre. El mar se lo lleva, pero el hombre habrá de escribirlo una vez más. Y después tres veces más. Y después cinco, seis, quince, veinte veces más.

Y después... Después le escribirá algo. Un párrafo, una carta, una historia. Escribe dos o tres oraciones, se regresa, borra y reescribe, moviendo palabras de lugar, quitando comas y poniendo puntos, leyendo desde el principio y escribiendo otra vez. Lo empieza en primera persona, pero va al inicio y lo cambia a tercera. "No soy yo, mas lo soy", se dice. "No soy yo como tal el que se para al mar, sino cualquiera que se sienta como yo." Escribe y bebe café, y mira afuera, con toda aquella gente silente. Música bulle suavemente, enlazándose con lo que su corazón escucha, trazando arcos en el aire. Todavía le escucha, el sonido de sus palabras estirándose hasta el presente, su voz alimentando de aire los pulmones y de ritmo el corazón. Mira a través de la ventana otra vez, arqueando las cejas y mordiéndose la yema del pulgar izquierdo. Continua escribiendo.

Entonces es la noche. No hay un sólo sonido en el ambiente más que su ocasional voz diciéndole algo: preguntándole si tiene frío, hablándole de su día, contándole de su familia, inquiriendo si le quiere. No hay nada más cerca que su cuerpo. Su cuerpo que llena vacíos, que lleva el único hogar que necesita. Recorre su cabello y espalda con las yemas de los dedos. Y mientras ella duerme, el hombre piensa en lo cerca que se siente del mar.

"¿Y qué es ella sino aquello que rompe mis días? Es la nube multicolor al atardecer. Es la música preferida tocando en la radio. Es el reflejo de la luna en el agua. Es el susurro de una palabra linda. Yo la vi andando por ahí uno de aquellos días que ha dejado de ser cualquier día. Un día en el que a veces he creído el sol sólo brillaba para nosotros. La vi andando por ahí, con su largo cabello y sus maravillosos ojos. Y me acerqué sin pensar en nada más que tomarla de la mano. Me fundí. Aún me fundo. Suspiro porque quiero tenerla, porque quiero hacerle sentir cómo me pierdo en ella, porque quiero contarle que tiempo no hace más que decirme que no tema. Soy yo con ella. Cual volcán exploto con ella. Le trato de pintar los días con lo que siento, con las sencillas palabras que inspira. Soy un hombre complicado, tratando torpemente de diseccionar su alma. Mas a su lado, tanto se torna simple porque es acerca de un hombre enamorado de una mujer."

JAAJ
Marzo 1936

"No te cambiaría por nadie..."

13.11.14

Era tarde, oscuro y tranquilo,
Canto del grillo derramando en la noche,
Entonces,
Entonces sentí la Luna decir mi nombre,
Su voz de luz acariciando mi mente,
¿Por qué no duermes?, dijo,
¿Qué no es que despiertas temprano?
Anda que en tus sueños vives también,
Y sonríes en ellos, y bebes y comes,
Anda a dormir y descansa que mañana ya viene, me dijo.

Pero Luna, solté, qué la materia de los sueños no me interesa,
Yo soy aquí, en la Tierra, y aquí es donde he crecido,
¿Para qué andar en tierras que son sólo humo?
¿Para qué andar allá sin ella?
¿Ella?, preguntó la Luna,
¿Quién es ella de quien hablas?
¿Quién es ella que te roba el sueño y te exalta así?
Es mi amor, esencia de cereza, una tarde junto al mar,
El ritmo del corazón y dueña de mis labios,
Flor de primavera y lluvia de verano,
Nada más real que su mano llevando la mía,
Así que para qué soñar, Luna, si la belleza viene aquí a mi lado.

31.10.14

hyper pink pop song

I had lost all hope,
Sea was my home,
Fed on one and none,
And then...

Destiny called out my name,
Boy, you got to understand, it said,
That all this time I had a plan.

Grassy hills,
Sun up high,
Got a lollipop in hand,
Walk towards you,
Hold me tight.

So destiny called on me,
I have come to understand,
All this time you got a plan,
And now I sit in a field of flowers.

20.10.14

Sábado soleado

Algo me dijo aquel mediodía que debía ir al parque. Había feria, con sus globos y sonrisas y algodón de azúcar. Algo me dijo aquella mañana que después de mi café y mi pan de mantequilla habría que ir y subirse a la rueda de la fortuna, los caballitos y el pequeño tren alrededor del parque. Lo hice. Me bañé, me rasuré, me puse loción y un poco de gomina en cabello, y fui andando. Había sol, helados de sabores, voces por doquier, aves mirándonos con curiosidad desde los abetos, había bicicletas y niños corriendo en todas direcciones. Yo sonreía, me sentía vivo como desde hace mucho no podía. Sentía un toque de vida bañándome desde cualquier rincón de este pequeño parque que en ese corto instante enmarcaba mi vida. Me subí a todo. Mi edad no importaba. Mi pasado tampoco. Y así llegué a la casa de la risa, vetusta, llena de polvo, de pintura cayéndose, de risas muertas, de nada que ver mas que la luz al final de un túnel giratorio. Me perdí. Gire de forma equivocada, juré que todos habían cruzado la puerta que temblorosamente abrí, y acabé en un closet de escobas. Este no podía ser abierto desde dentro porque el postillo se encontraba del otro lado, lo había sentido cuando gire la perilla. Nadie escuchó mis pataleos o gritos. Así que me senté en piso. Así que hallé una lámpara de mano y un libro de bolsillo de Borges en el rincón. Leer ante la desesperación de lo que sea no es lo mío. Pero lo intenté. Y así cayó del libro una pequeña hoja de papel a cuadros. La leí. Aún la recuerdo.

I hate him. I hate the way he writes, his innate stupidity in his messages. His fucking smile. God, I hate him because I know him. How is it he blew it over and over and over again til he reached me? There is no excuse for what he's done. Twice. I wish you had died in that gruesome accident. No. Yes. I don't know. Destiny works in misterious ways. Just as the Lord's. No. No, no no. For, you took my hand and held it til I could see the shore. He took my hand. I see the shore. The beautiful sea of sand, the wonderful eternity of water. I see whales. And you took me to this place. He did, not that he had any fucking idea as to what he was about to bring forth. And then destiny works in misterious ways. As I do. And here it says that you should have died a while ago so peace was life. This is my best attempt at a drunken rant. Which I am not. I am sometimes a vile coward, just staring at this bottle of wine. You always knew, you said. Yet... Idiot, hypocrite, lustful prick, deviant, shit, maladroit, lame excuse for anything you believe yourself to be. Have you come to wits and seen what he is? Have I? I'm not blind. It is only that it is real hard to be alone. I reckon. He has the sweetest face. The Devil looks like God looks like the Devil. I look at myself and think real hard I am the shepherd. Fuck You. Fuck you for what you have done to me. And yet, here I am, typing some lost words to you. Ain't it something... I am a bad excuse for a writer, you reckon. Yes. And that immense and innocent piece of metal was not enough to bring down everything wrong with feeling love for someone. We would not have met had you died, nonetheless. Still I dream of you not coming out of that aircrash. So I'd be of different air, savvy?

Está marcada en la parte trasera de mi cabeza. No puedo olvidarla. No sé si quiero hacerlo. Cuando terminé de leerla, justo cuando terminé de leerla, cual si fuere un barato libro de ficción pulp escrito por un hombre predecible e insulso, alguien tocó a la puerta y preguntó si estaba bien. Sí, contesté. Hubo un leve forcejeo con la perilla, y después el mundo se abrió ante mí de nuevo. Me dijo aquel hombre que no era el primero en caer en esta trampa. Que el hijo del dueño original del carnaval se había quedado atrapado alguna vez, y que el pueblo en el estaba se volcó en buscarlo en lo alrededores, mientras culpaban a los gitanos o las mafiosos de su desaparición. Mientras él se pudría allí. Por eso el pestillo desde afuera. Por eso la venta del carnaval a un nuevo hombre. Por eso el humor tan raro del cuarto. Y yo que encontré aquel papel que aún está en la página 153 del libro de Borges. Aquí escribo este mal logrado testimonio, este escuálido trozo de historia que es simple ficción porque yo no soy real. Aunque mis sueños y aquel trozo de papel tal vez lo sean.

8.10.14

Tómame,
Has de tu cuerpo algo irrompible,
Orilla al viento a ser una canción de cuna,
Celoso de que tú puedes tocar mi cuerpo,
Pasar tus dedos lentamente por mi espalda,
Mientras besas mi cuello lento,
Y yo me derrito y me expando por el mundo,
Iluminando sus noches, sus rostros durmientes, sus rincones oscuros,
Iluminándolo así porque estoy hecho de lo que están hechas las estrellas,
Así como tú lo estás,
Así como tú apareces en lo oscuro de mi cielo,
Entonces tómame,
Has que mi corazón explote en rojo y azul y amarillo, morado y verde,
Y aquel 'te amo' hecho suspiro escapa de mis labios y se posa para siempre en tus ojos.

7.10.14

Ven y siéntate conmigo. Tomaré tu mano, te acercaré a mí y te contaré algo al oído. Te hablaré de como alguna noche, sentado en un parque, se me acercó un colibrí, revoloteando de derecha a izquierda y viceversa. Se plantó frente a mí, si es que los colibríes pueden hacer eso, y preguntó, Tú amas a alguien, ¿cierto? Cierto, le dije no sin sorpresa en mi voz por escucharlo hablar. ¿Crees que lo que sientes es real? Vaya, qué hay tanta gente que te dice tal o cual cosa acerca del amor que ya no sé qué pensar, me dijo. Lo es, contesté. No lo dejes ir, no la dejes ir, porque la confianza con la que has respondido es suficiente para mí para mostrarte lo que muy pocos colibríes con el atrevimiento de hablarle a un humano y descubrir que conoce el amor han hecho. Entonces, el pequeño pájaro se alejó de mí, y con el más maravilloso canto que puedes imaginarte llamó a cientos de su género al parque. Después de acomodarse donde el primer colibrí los asignó, comenzaron a aletear suavemente, lo cual lentamente apagó las luces de los postes. Cuando estaba lo suficientemente oscuro los pequeños colibríes se encendieron, con los tonos de sus plumas extendiéndose más allá de su cuerpo, titilando cual lenguas de fuego en la brisa nocturna. El primer colibrí se colocó delante de los demás, y después de emitir otro canto, los cientos de pájaros comenzaron a bailar en aire. Todo frente a mí se llenó de colores, espectáculo multicolor como jamás había visto. Los verdes, rojos y azules de sus cuerpos jugueteaban en el negro fondo, pintando la vida de miles de combinaciones. Yo no podía más que sonreír porque todo se veía lejos, pequeño ante tanta belleza. Poco a poco la danza fue parando, los colores desvaneciéndose, y las luces del parque encendiéndose. Los colibríes se fueron desperdigando uno a uno, y al final sólo quedó aquel que había osado acercarse a mí. Sonríes, dijo, y esa sonrisa en simple consecuencia de lo que has visto hoy, y si no estuvieras tan enamorado no habría habido tal pirotecnia ante ti. El pequeño colibrí hizo una leve reverencia con la cabeza, y partió. Me levanté de la banca en la que estaba y eché a andar, tarareando aquella canción tan acerca de los dos. Al llegar a mi edificio, alguien me preguntó si vi los maravillosos fuegos artificiales viniendo del parque. Maravillosos, pensé, tanto como sentirse enamorado.

El monte y el sol

Tsietzin Ha era un hombre alrededor de sus treinta, con cabello como la obsidiana, y con ojos inquisitivos y tristes. Cuando un lechero que se dirigía a casa se lo topó en el camino de tierra le preguntó, ¿A dónde vas saliendo del pueblo tan temprano que no ves que es día de descanso? Tsietzin le respondió, Soñé con una mujer ayer en la noche. Su cabello era oscuro y su piel tan blanca como la leche que llevas allí. Me susurró al oído que debía caminar hacia donde sale el sol para encontrarla, y que si persistía y llegaba ella me amaría por siempre. ¿Y qué te crees esos cuentos, eh, que te vas a buscar cosas así, eh?, le espetó el lechero. Me contó que ella me conoce desde que yo era pequeño, que me ha visto crecer, que me ha visto bañarme en su calor todos estos años. Quiere estar cerca de mí y por eso me ha pedido que la busque. El sol es ella, así que debo encontrarla, contestó Tsietzin y se puso en marcha, mientras el lechero se rascaba la cabeza. Anduvo todo el día, sentándose a veces a beber agua y a comer algo, buscando sombra a ratos. En cada ocasión que se cruzaba con un conocido, este le preguntaba a dónde se dirigía. Cuando les contaba la historia del sueño, la gente lo miraba con incredulidad y le preguntaban, ¿Cómo es que te crees eso, eh? Y Tsietzin respondía lo mismo cada vez, el sol es ella, y debo encontrarla. Y se ponía en marcha. El camino que debía tomar iba hacia el monte, aquel en el que se rumoraba se habían perdido ya tantas personas que se habían salido del sendero que rodeaba a tal lugar. Tsietzin dudó en acercarse. Tenía miedo de no poder salir, de encontrarse con alguna de aquellas criaturas que se decía vivían allí, prestas a robarle la vida a cualquiera. Cerró los ojos buscando valor, y allí recordó los suaves ojos cafés de aquella mujer. Era tarde, con la noche arrastrándose y trepando por los árboles y piedras a la entrada del bosquezuelo en las faldas del monte. Apretó los puños y dientes y siguió andando, presto a encontrar donde prender un pequeño fuego para pasar la noche. Después de un rato vio un par de objetos brillantes, nacaradas formas que le recordaron a las perlas que algún día su tío extrajo de una ostra que sacó del mar. Aunque, a diferencia de aquellas, éstas parecían flotar en el aire, un aire que alrededor de ellas parecía ser aún más negro. Tsietzin Ha, susurró una voz, ¿A dónde vas, Tsietzin Ha? ¿Qué no ves que es tarde? Los hombres como tú no deben de andar por estos lares, a no ser que quieran perder su nombre, sus memorias, su razón. Ve a casa, Tsietzin Ha. Ve y enciérrate y duerme solo. No hagas caso a promesas vanas de sueños que están en tu cabeza. ¿Cómo sabes que ella está allá en el monte, esperándote? El sol es ella, así que debo encontrarla, dijo Tsietzin. No me tomes por un idiota, hombre, dijo la voz de forma estrepitosa y terrible. Yo no soy un don nadie como todos aquellos que te encontraste en el camino y te cuestionaron, le dijo, susurrando una vez más. Tus razones soñadoras e insípidas no me sirven, pero allá tú. Te dejaré pasar, mas sólo para que te des cuenta de lo estúpido de tu caso. Te advierto, Tsietzin Ha, que si regresas por este lado, no llegarás a casa. El hombre se frotó los ojos y cuando los abrió las perlas ya no estaban. Tsietzin anduvo otro rato hasta que encontró un claro en el que hizo una pequeña fogata. Tendió sus mantas en el piso y echó a dormir. A la mañana siguiente, se levantó sin comer nada y comenzó a andar hacia el monte. Caminaba sobre pasto, pero éste le raspaba los pies descalzos. Sentía frío porque el sol se perdía en la copa de tanto árbol. Ya casi no tenía agua o comida, pero la cima del pequeño monte se sentía cada vez más cerca. Ella estará allá, con su luz y sus brazos abiertos, con aquellos ojos hermosos, esperándome, se decía Tsietzin. La cima estaba a unos pasos, él sonreía tremendamente, pero al llegar vio que no había nada más que arbustos y matas y la noche cayendo desde el otro lado del mundo. Tsietzin Ha no supo que decir, y sólo pudo echarse a llorar. Así pasó la noche, sollozando y pensando si podría volver a casa, si aquellas perlas flotando en la noche revelarían sus dientes y se lo comerían. Finalmente el hombre de los ojos inquisitivos y tristes se quedó dormido. Sintió frío por largo tiempo, hasta que el calor que le subía por las piernas lo asustó y lo despertó. Se levantó de un salto y al abrir los ojos la vio frente a sí, riendo maravillada por su reacción. Ella lo tomó de la mano y lo acercó a su cuerpo. Y mientras lo miraba con aquellos enormes ojos tan llenos de luz le decía, Eres mío, Tsietzin Ha, y ya nunca tendrás frío.

3.10.14

Acknowledgement

Rubén and Moni and Isra and Beto
Yatza
Jona & Regi & Ari
Clau

Mogwai

José Clemente Orozco
Roald Dahl
Douglas Adams
Jean Michel Basquiat

Those long lost friends - I sometimes miss you

One is the nostalgic sound of the seas

11.9.14

life is simple, once in a while you get a slap, a satori, some joy, a sour moment, a bitter one, while you attempt to digest it all watching a band from Glasgow play that which sounds like stars, and you wait and wonder it he meant it, you know, the eternal stupidity of "there'll be no one else", "but you" I guess, so, what am I? a priceless artifact? or someone else already? there is not enough coffee in the world to wake me up, there ain't, 'cause it all feels O so real, I can hold it in my arms, I can sleep to it, I turn it into silly poems, and the poetry is real, so, how the fuck cannot it be real if them words I have typed once and again are there, carved in those benches in the park I made for you? life in color is simple, yet all you can think of is black and white and black and white and fading shades of grey, and this window is too large, and the sight from it too heavy, you test your patience and say you ain't shit like the rest because you just know, you know, you know better than those who ditched those warm, fragile arms, because they thought themselves so important, and them arms so irrelevant and replaceable, and them idiots now weep and shout "take me back, you ingrate", you smile, you say to yourself there is no hope for them, you think to yourself you hope there shan't be no hope for them since if this weren't so the world would fall, and you with it, fool, lovely fool, fool in love

26.8.14

En tus ojos me pierdo, me pierdo amor mío, y no es como perderse en una caverna oscura llena de miedos, sino en una galaxia llena de vida, de luz de estrellas, de gases estelares que las vuelven azules y verdes y amarillas y rojas, entonces tú eres un universo y tus ojos son la chispa de tanta belleza, belleza que nos rodea juntos, pero separados también, porque ahí afuera está la voz de la lluvia cantando mientras cae, porque también está la luna velando tu sueño cuando no duermo contigo, porque están todos los sabores y esencias del mundo, como el de la cereza tan dulce como tú puedes ser, o como el de la avellana oculto en tu sexo, y estás tú, mujer que me llena de suspiros los pulmones y de amor el corazón, que es voltaje en mi sistema y lo rojo de mi pasión, inspiración de estas lineas y de aquellas en Sanremo, de ciertas canciones que tarareo y de sonrisas por allí y allá, ya no veré al mar igual jamás, ni al chocolate, ni a las tardes de jueves o domingo, ni a los patos de goma o a aquella peli que he visto tantas veces, por que tú y tus labios y corazón me han  acompañado ahí, como ahora en mi recuerdo, y siento como tu sonrisa ahuyenta al frío en esta aún mañana de verano.

Tom y Chuck y Timmy

Tom Tipadí era el más saltarín y hábil para saltar de toda su familia, y eso no es poco viniendo de un conejo. Tom era el más pequeño de todos. Sin embargo, eso no evitaba que venciera a todos y cada uno de sus hermanos cuando jugaban a las carreras, y así pudiera escoger primero qué zanahoria comer a la hora de la cena. Algunas noches, Tom se sentaba afuera del hoyo de la entrada a su madriguera a soñar con los demás lugares que de seguro también iluminaban aquellos hermosos puntos de luz en el cielo. El pequeño conejo muchas veces se preguntaba qué encontraría a las afueras del bosque, allí donde el pasto parecía ser tristemente corto y los árboles aparentemente no crecían, y se preguntaba qué sería aquella columna gris que subía al cielo desde atrás de la colina. Verán, el pequeño bosque en el que Tom vivía se encontraba no muy lejos de una granja en la cual vivía un hombre con su familia. Este hombre rara vez se aventuraba a los alrededores del lago, pero un desafortunado incidente lo llevaría allí. Una mañana, Tom no resistió la curiosidad por saber quién habitaba allá detrás, por lo que agazapado y con las orejas gachas echó a correr hacia la punta de la colina. El miedo lo hizo esconderse detrás de una piedra, tratando de escuchar si había algún peligro. Cuando se sintió seguro, miro por un lado y encontró una vista maravillosa: un estanque enorme de agua cristalina con la dorada luz del sol chapuceando en él, con aves de todo tipo jugueteando, con peces moviéndose sin cesar, con nenúfares y jacintos y otras plantas acuáticas llenándole de color los ojos. La felicidad de la escena evaporó su miedo, así que comenzó a andar en pos del agua. Al estar cerca, notó un pequeño anade viendo desde el piso como otros de su especie volaban y reían. –¿Por qué no estás volando tú también?, le preguntó Tom. –Me da miedo caerme, dijo el pequeño anade. Mi mamá me dice que si como bien y si hago ejercicio no hay razón para caer y podré volar y volar. Pero, me da miedo. –¿Lo has intentado ya?, preguntó Tom. –No, aunque un día me hermano mayor me hizo pegar tal coraje que batí las alas como loco y sentí como me elevaba, dijo el anade. –Creo, pequeño amigo, que lo único que necesitas es dejar de pensar en lo que pasará. Por cierto, soy Tom el conejo. –Yo me llamo Charles, dijo el pequeño, aunque todos me dicen Chuck. Los nuevos amigos pasaron el mediodía andando alrededor del estanque, con Chuck mostrándole su escondite favorito y contándole de todo lo que hay en el agua. –¿Alguna vez has nadado, Tom? –La verdad, me da pánico el agua. –Jmmm... Así como a mí me aterra el volar, pero deberías de hacerlo. Tal vez tú podrías echarte un chapuzón. Prometo cuidarte puesto que soy un gran nadador, le dijo Chuck. Tom se quedó mirando el agua con un poco de miedo mientras pensaba en todo lo colorido que le describió su amigo. –Lo haré, dijo sonriente. Se acercó al agua, y cuando estuvo a punto de poner sus pequeños dedos en ella, escuchó un BOOM! monstruoso en el aire. –¡Corramos!, le decía Chuck mientras lo tomaba de la pata. Otro BOOM! sonó, esta vez acompañado con un gruñido que se hacía cada vez más fuerte. ¡Corre, Tom, corre!, dijo el anade. El gruñido estaba tan cerca que el conejito sentía como le retumbaba en las orejas. Llegaron a la orilla donde se acababan de conocer. Mas en vez de aves, el pequeño conejo vio algo escalofriante: una bocaza llena de dientes horribles y afilados como jamás había encontrado. Fue tal la desesperación de Chuck que este comenzó a aletear sin poner atención a cómo se elevaba. –¡Toma mi pata, Tom!, le dijo, a lo que el conejo respondió asiéndose fuertemente. El anade salió disparado, y aunque no volaba alto, hizo lo suficiente para poder escapar. –Me estoy resbalando, amigo, dijo Tom. Entonces Chuck intentó una maniobra de lo más alocado: trato de tomar al conejito con una de sus alas, pero perdió el equilibrio y los dos cayeron. Tom aterrizó en un montón de pasto, mientras el anade caía al agua. –¡Amigo!, gritó a pesar de lo mareado que estaba, ¡Amigo! El conejo sintió cómo se le cerraban los ojos a la vez que una enorme manaza se le acercaba. –No..., exclamó débilmente.

Tom Tipadí soñó con su amigo el anade Chuck revoloteando a su alrededor. –Es maravilloso volar, es maravilloso nadar, amigo, le decía el anade. Si no te hubiese conocido no habría aprendido. Gracias, Tom, gracias, gracias, graaaaaciasssssssss... El pequeño conejo sintió calorcito viniendo de aquello en lo que se acurrucaba, y se preguntaba qué sería porque no había sentido nada igual. También escuchaba  como una voz se hacía clara poco a poco. –...ntonces decidí que era muy pequeño para un caldo decente. Timmy es demasiado tímido, por lo que pensé que sería buen acompañante para él. Al abrir los ojos Tom no pudo evitar agazaparse ya que vio gente a su alrededor, además de aquellos horrorosos dientes al pie de la mesa. El conejito ya había visto gente, aunque nunca tan cerca, como tampoco un perro tan enorme como el que ahora lo miraba. –Timmy, tu pequeño amigo se ha despertado, así que ve a buscarle lugar en tu cuarto, se escucho decir a una mujer. Toma esta paja y hazle una camita para que se vaya acostumbrando. Llévate a Roger para que se acostumbre a él igual. Echó a andar con el perro detrás de él. Tom no podía dejar de temblar. Arrivaron al cuarto, y Timmy puso a Tom en la cama, mientras el enorme perro Roger se subía solo. –Iré por algo de comer, y por unas zanahorias para ti, Fuzzy, dijo el niño. Tom se preguntaba en voz alta quién era ese tal Fuzzy cuando se acordó del perro. Cuando volteó a ver dónde estaba, se encontró con aquellos temibles dientes una vez más. –Tú eres Fuzzy, dijo el perro. Sé que seguro tu madre te habrá puesto otro nombre, como la mía a mí, pero estos humanos tienen la grosera maña de nombrar todo como se les antoje. Tom temblaba de miedo mientras sentía como la enorme pata del can se le acercaba. Pensó en cuánto tiempo le tomaría al perro comérselo, mas en vez de acercarlo a su bocaza, lo acurrucó contra él. Tom miró a Roger con mucho más atención y notó que este le sonreía. –No me juzgues por lo que ocurrió en el estanque, eso es sólo actuación. Yo jamás le haría daño a un animal más pequeño que yo, pero, mi trabajo ese día consistía en encontrar lo que mi jefe había cazado y ahuyentar a los demás animales para que no se lo llevasen. Sé que soy grande y de dientes terribles, mas así es como me veo. –¿Dónde estoy?, preguntó el conejín. –En la granja de la familia White, respondió Roger. Quiero pedirte disculpas de parte de mi jefe. Él no caza usualmente. Es sólo que su hijo el mayor ha caído enfermo y el doctor ha recetado caldo de conejo por dos semanas. El pueblo está muy lejos y él ha decidido cazar por lo desesperado de la situación. Si te sirve de consuelo, le ha dicho a su mujer que mañana partirá temprano para comprarlos en el pueblo por que le ha roto el corazón pensar en herir a alguien tan inofensivo como tú. –Eres mucho más amigable de lo que pareces, le dijo Tom al perro. –Ah, todos me dicen eso, respondió sonriendo aún más. Timmy volvió a la habitación, se sentó en la cama y comenzó a pelar una naranja. –Ah, suspiró. Si sólo yo pudiera hablarle y decirle lo bonita que se ve en ese vestido azul, y decirle lo hermoso de sus ojos cafés y como el atardecer se refleja en ellos. Soy un miedoso, pero también soy sólo un pequeño niño nervioso. –¿Sabes? Yo pensaba que sólo era un pequeño conejo nervioso, lo pensé por mucho tiempo. Me daba miedo saltar y correr contra mis hermanos porque no quería romperme una patita. No está mal sentir miedo, pero vivir arrinconado sin hacer nada no es muy bueno que digamos. Un día decidí hacerlo y fui muy feliz, y soy muy feliz porque soy el más rápido de mi familia, y como siempre gano las carreras puedo escoger mi zanahoria para cenar todos los días. Tal vez tú podrías salir y hablar con la niña de los ojos cafés, dijo Tom el conejo. Timmy lo miró completamente asombrado. –Tú, tú hablas..., dijo en voz baja. –Oh, todos los animales lo hacemos, pero a veces los humanos no escuchan más allá de lo que quieren escuchar, le soltó Roger el perro con una enorme sonrisa. ¡¿ Có... cómo pueden hablar?!, preguntó nerviosamente Timmy el humano. –Eso realmente no importa, exclamó el conejín. Lo que quiero proponerte es que si te ayudo con aquella niña tú me dejes ir porque se hace tarde y quiero llegar a casa antes de que anochezca. Timmy asintió con la cabeza y pareció estar dispuesto a ser ayudado por el conejo. –Lo que necesitamos es que te limpies la cara, que tomes un poco de gomina de tu papá y te arregles el pelo, que te pongas tu mejor camisa. No es que ella deba verte como algo que no eres, mas dudo que estar lleno de fango sea de ayuda alguna. Así que, Timmy, ve a lavarte, dijo Tom. El niño se levantó sin rechistar, aún anonadado por escuchar a aquellos dos hablar. –Roger, ¿puedo confiar en que encontrarás unas flores para llevarle a la pequeña? –Claro, contestó. Treinta minutos después, ya con los tres a la entrada de la granja, con Timmy tan reluciente como el que más y llevando un ramito de rosas rojas, con Roger sonriendo a pesar de la espina clavada en la oreja, y con Tom listo para partir. –Quisiera ir con ustedes pero en verdad quiero ir a casa, dijo el conejo. Roger, espero tu visita próximamente para que me cuentes de Timmy y la niña. Timmy, nunca dejes de escuchar a aquellos que te rodean. Adiós, amigos. Echó a correr, pensando en que esta noche seguro no podría escoger su zanahoria.

Tres días pasaron, y Tom volvió al estanque buscando a Chuck. Iba acercándose ya al agua cuando escuchó desde arriba una delgada voz. –No me encontrarás allá abajo, amigo, le gritó el anade. Espero estés listo para tu chapuzón. Chuck tocó tierra y corrió hacia él. –Sabía que te encontraría bien, confié en que podrías escapar nadando, dijo el conejo mientras se abrazaban. –Sí, el golpe en el agua fue fuerte, pero nada que no haya vivido teniendo hermanos tan groseros, respondió. Ambos rieron. Cuando se separaron, el anade se petrificó al ver aquellos temibles dientes una vez más. Tom no pudo contener la risa, y ante el asombro de Chuck le presentó al perro. –Mucho gusto, dijo Roger. He venido a ver cómo estás y a contarte que Timmy y la niña están muy contentos  juntos sentándose a ver la vida pasar. Timmy está muy agradecido contigo por la confianza que le diste. Tom sonrió, aunque no tanto como el perro. –¿Saben?, dijo este. Pensé en volver a casa de inmediato, pero ese estanque se ve delicioso para chapotear. –Chuck, amigo, dijo el conejo, estoy listo para ese chapuzón.

FIN

5.5.14

el autor

Soy un hombre honesto. A veces me pierdo, pierdo el piso, las palabras exactas –porque no existen acaso–, pierdo la voz, se me cierra el cielo, así que exagero. Quiero pensar que mis exageraciones son honestas, son honesto resultado del mundo en el que vivo, conozco su propósito, y reconozco, a veces para mis adentros, su simple sinrazón. Soy un mal poeta, un ensimismado narrador, creador de seres enredados en una serie de ocurrencias que son lo que soy y lo que no. A veces creo que soy tal persona, andando en el espaciotiempo de forma tan mundana, viviendo en un número finito de líneas y palabras, con la pluma de mi escritor como límite de mi vida misma. Otras veces soy sólo un hombre sentado frente al ordenador dictándole eventos y pensamientos a aquel que vive hasta que mis ideas se acaban y me distraigo haciendo algo más. Me han dicho que en ocasiones la línea que me separa de aquellos de los escribo es borrosa, como el fin de un mar y el inicio del otro. Me han preguntado si he sido yo el que ha vivido tal o cual anécdota, y, ¿por qué decirles que no si es que me meto en la piel de aquellos que hablan o de aquellos de los que hablo o de aquellos que hablan de otros más, y así he visto el futuro, he conversado con el diablo, me he enamorado del mar, le he cantado a la vida, y soñado la muerte de tantos? De forma insípida les he dicho que quién sabe si fui yo, que quién sabe si miento, si me miento a mí mismo y soy alguien más, mientras me digo que yo soy todos ellos porque de mi mente han venido y a mi mente han regresado, los he visto andar, caer, levantarse. Hay risas y gestos de por medio, y yo sonrío porque levantar la duda marca el éxito de lo que escribo, de estas exageraciones tan mías que son una prolongación tan imperfectamente precisa del autor que creo ser. Termina el día, tecleo las últimas palabras, leo todo un par de veces, y me espeto que no ha sido hoy una página más en la narración de mi vida, sino un hato de oraciones, a veces inconexas y a veces perfectamente orquestradas, que llenan el cuento o poema que ha sido este lunes. Lunes que he vivido yo mismo o a través de alguien más. Yo soy Matilo, soy un escritor frustrado, soy el conquistador de mundos, soy un yonqui desgraciado, soy una mujer vuelta sol y soy el sol que le alegra la vida a unos cuantos, soy James y Nora y Nora y James, soy los besos para aquella a quien llegue a amar, soy una galaxia entera, soy el nostálgico sonido del mar. Soy honesto al ser simplemente yo.

3.5.14

Matilo 5

La vida tal cual en un universo tan vasto como éste, está llena de eventos brumosos, imprevisibles, y uno a veces siente como el poco control que se tiene se esfuma en un tris. Matilo Asdrúbal se enteró de ello hace mucho tiempo. Hay mucho todavía por contar acerca de su vida: aquel viaje fuera de control por Europa, aquella visita al bar de siempre que terminó en balacera horrenda, el día que conoció al amor de su vida, la pequeña que adoptó después de encontrarla en la acera frente al edificio donde vivió por tanto tiempo... Mas hoy todo gira alrededor de la fecha en la que encontró la paz. Este hombre, a quien le pasó de todo en tan poco tiempo, tan poco comparado con la edad de las estrellas, estaba sentado en el pórtico de su casa a los ochenta y ocho años de edad, comiendo un pequeño vaso de helado de vainilla, cuando aparcó frente a él aquel endemoniado auto negro que llevaba tanto sin ver. Al principio pensó que era ese vecino que cada año se compraba un auto deportivo nuevo, y que ritualmente se pavoneaba frente al vecindario para ensanchar su ego mientras ruidosamente mostraba la potencia del motor, pero el cuervo pintado en el cofre le dejó saber que era alguien más. El conductor lo miraba fijamente detrás de un par de lentes de cristales ahumados. Cuando Matilo levantó la mano para saludarle, el hombre salió del coche y se dirigió a él. Sabes, fue muy difícil salir de casa esta mañana para hacer esta visita, le dijo el hombre mientras se sentaba en la banca de nogal en el pórtico. Tal vez tú has tomado con resignación este día, tú tan acostumbrado a verme llegar a tu casa para pedirte un favor y hacerme una tonelada de preguntas mientras te llevo a donde sea que te necesite. Creí que tu familiaridad con mi triste negocio haría de este viaje lo más fácil del mundo. Sin embargo, debo decirte que te he tomado este tipo de cariño que no sentía desde hace mucho. Camino acá venía pensando en cómo le tomabas la mano a tu primo a la vez que le decías a qué habías venido y que no tuviera miedo. Es sólo una persona y es sólo una vida, me dije. Ahora lo entiendo. Matilo lo tomó del hombro y sonrió. Muchas veces, dijo, pensé que vivir así, con tanta cosa tan inesperada, de forma tan atrabancada, era una maldición. Busqué respuesta en bastantes lados, queriendo saber qué había hecho para ser así. Algún día incluso se lo confesé al párroco del rumbo. Lo único lógico que alguien me pudo decir fue que no podría ser de otra manera. Uno no escoge su destino, sus seres queridos, sus accidentes, ni siquiera sus logros. Si hubiese podido escoger algo, habría sido el momento de irme y cómo hacerlo. Pero, ¿sabes?, esto no está nada mal. El hombre de las gafas ahumadas era el que sonreía ahora. ¿Duele?, preguntó Matilo. En lo más mínimo, contesto el otro. Pensé en buscar a alguien que pudiera abrazarte antes del fin, que te diera ese candor que le diste a tantos, y no se me ocurrió nadie porque decidí guardarlo para mí. Matilo y el hombre se abrazaron mientras éste le decía que le contara lo más hermoso que jamás había visto. Sus ojos, dijo el viejo, sus ojos tan vastos y hermosos como una galaxia entera.

21.4.14

Sonso

Podría decir que todos conocemos la triste historia de aquel viajero que buscando aquello que superficialmente se llegó a llamar "el tesoro más grande jamás recaudado", se dio de bruces contra la vacuidad no de su avaricia, sino de su estupidez. Vi Mal creció rodeado de pléyade de fanfarrones que en muchas ocasiones abusaron de las vastas reuniones familiares de los domingos por la tarde para alardear acerca de los hallazgos que lograron. Atrevo usar "fanfarrones" porque esta lengua tan común como en la que escribo no abarca la profundidad y precisión con que el término "ybilyix" describe a los miembros de la familia de Vi. Tal palabra no sólo los insulta, sino los encasilla, los restituye, los apapacha con una canastilla de chocolates wilfrianos, para al final mandarlos al culo del universo conocido. Así que el joven Mal escuchó hasta el hartazgo cuentos de aventura que le llenaron la mente de hambre de gloria, por lo que decidió que no sería un amateur de la exploración, y sería el primer profesional del pasatiempo familiar. Vale decir que buscando honrar a su vicevicevicevicevicetatara abuelo, se clavó en los libros de historia exploratoria de la universidad de Segmur Gogomer Rogbur, escuela que logró tener un precio de admisión tan desproporcionado dado su gran prestigio que comenzó a cobrar de cero una vez más al haber sido imposible contar más allá de los nueve mil novecientos noventa y nueve pelillones que llegaron a percibir por semestre, y amargamente descubrió que aquel que había iniciado su familia después de un loable incidente con una bestia Bq y la honrosa compra de un apellido deshonroso sólo había logrado encontrar el baño de su casa seis de siete noches a la semana, y descifrar la cerradura de éste cinco de las mismas seis, esto último no sin sufrimiento. Vi Mal resolvió ahondar en la completa historia de exploración de su familia, y lleno de horror y de frustración descubrió que todo cuento dicho en aquellas reuniones eran la exageración de singulares pero insignificantes logros. Cualquiera de ustedes podrá preguntarse cómo encontró los malogrados logros de sus parientes en un libro de una universidad de tanta alcurnia, como aquel descubrimiento de un paquete de papel sanitario perdido en el techo de la casa del tatara abuelo de Vi, el cual este hombre contaba como el hallazgo del cargamento perdido de diez mil millones de rollos de papel sanitario entre Gramula Alfa y Gramula Beta cuando una banda de piratas malecheros los asaltó para ver la cara que ponían ya que era un inofensivo cargamento, mas cabe hacer memoria que la máxima autoridad en exploración, la NGS, se embarcó en la tarea seria de hacer un tomo de su prestigiosa enciclopedia acerca de los embustes a través de la historia, en el cual la familia Mal contaba con un indecoroso lugar. Lo que el libro y la misma NGS no sabían es que tal grupo de exploradores era más que una sarta de papanatas. Vi, depués de bajar el libro, salir azotando puertas y dar como tantos pasos tener dos piernas le permitieron al caminar a casa, gritoneó a su padre que no podía creer la deshonra que ahora le amargaba el corazón, que su pasado no valía nada, que ahora más que nunca buscaría ser lo que todos sus ancestros no habían logrado ser. Su padre simplemente sonrió y le dijo que si esperaba un año más conocería el más grande logro familiar, y se sentiría honrado de llevar el nombre que tenía, contra lo que Vi despotricó lanzando un vasito de helado de mixxmallïon al rostro de su progenitor. Se largó de casa con nada más que su vasta cartera, y el primer lugar al que decidió acudir fue la NGS a preguntar ligeramente cual era el mayor misterio en sus anales, a lo que el chico del mostrador respondió que desde hace doscientas generaciones una banda de origen desconocido se dedicaba a descubrir antes que la Sociedad cualquier tesoro de la cultura Ggezz que estuviera cerca de encontrarse. La banda hacía siempre la misma jugarreta a la Sociedad, dejándoles un pedazo de papel que decía, Gracias, pero nos hemos adelantado. Atentamente, Pior. La Sociedad tomó desde un inicio el reto de no perder jamás otro hallazgo de tal cultura, además de darse a la tarea de encontrar el escondite donde se amasaba aquella fortuna de múltiples robos, lugar que les constaba existía ya que en una nota de cuatrocientos cincuenta y ocho años atrás se leía, -Estos palurdos no saben que llevamos todos los tesoros a la misma caverna. ¡Ups!, tal vez no debí haber escrito eso, ni esto. Vi platicó largamente con el chico del mostrador, inquiriendo acerca de todo detalle que pudiera acercarle a una respuesta. Después de pasar con él el resto del día, el autodeclarado huérfano partió al hotel más cercano, buscó en la red dónde comprar equipo de exploración de cuevas, cavernas y cañones, y gracias a una de las más grotescas situaciones, dio con el aparente escondite de la banda de saqueadores. Ahora, hay que considerar que lo siguiente no es de manera un deus ex machina que le hará la vida más simple tanto a Vi Mal como al narrador de esta historia, sino un evento que se basa en el tan cacareado sexto sentido. Verán, Vi desde pequeño se guió por lo que sus corazonadas le decían. Por lo tanto, siempre pensó que tenía el corazón de un explorador, y que tal cualidad lo llevaría a la cima de su familia, descubriendo lo inimaginable y estirando el entendimiento y conocimiento de la historia de la galaxia. Todo esto suena cursi en demasía, pero tenemos que considerar que era un simple niño. Volviendo al tiempo inicial de este relato, notar un portal llamado Pior-Coleccionadores de arte Ggezz, el cual estaba vacío salvo por una nota que contaba que la gran mayoría de tal arte muy posiblemente había desaparecido por siempre gracias al vandalismo de unos cuantos, le lleno el corazón de sospecha ya que era muy difícil que alguien fuera de la NGS y las autoridades pertinentes conociera el nombre del firmante de las notas. Parecía obviamente muy arriesgado que si ese era en realidad el portal de la banda, se atreviesen a poner su dirección en la red. Sin embargo, la lógica dictaba que algo tan a la vista de todos podría ser completamente ignorado porque no podrían ser tan tontos los dirigentes de la banda. Así que, equipo y dinero en mano, el joven Mal se lanzó a la búsqueda de aquel lugar. Podría contarles el sinfín de problemas que encontró en el camino para llegar a la caverna en la que aparentemente se encontraban los cuarteles de los Coleccionadores Pior, mas se hace tarde y tengo ya deseos de dormir, por lo que me saltaré el detalle y me iré directo a lo escalofriante de lo que halló en la cueva. Las puertas de las aparentes oficinas de Pior se hallaban llenas de hielo y herrumbre, blancas y rojas a las vez, despidiendo un olor infernal a humedad y corrosión. A pesar del aspecto abandonado del lugar, Vi se acercó al intercomunicador y presionó el botón. Una suave voz robótica le respondió, Gracias por su visita a Pior-Coleccionadores de arte Ggezz. En este momento no podemos atenderle ya que nuestras arcas se encuentran vacías, por lo que todos nuestros ejecutivos se han suicidado, y no contamos con personal alguno que pueda atenderlo como se merece. Por favor, contáctenos vía eléctronica en un par de años para concertar una cita. Por cierto, si eres tú, Vi, el que toca a esta puerta, puedo decirte que tu padre odia el helado de mixxmallïon por sobre todas las cosas, así que ni de chiste podrás saber lo que planeaba contarte. Gracias. Sobra decir que Vi Mal salió fúrico de la caverna.

Pd. Para una narración completa de los eventos acaecidos antes de la llegada a la caverna, favor de consultar la próxima entrada. Gracias.

de los celos

Ya no quiero torturarme más. Ya no quiero entrar al baño y pensar que le extraña, que ahí sigue el deseo de correr a su lado, de decirle que son el uno para el otro, de besarse, de coger, de quedarse tumbados desnudos mientras la tarde y la vida se hacen viejas. Ya no quiero pensar en lo ínfimo que me siento cada vez que exhala su nombre, ni en la sequedad que me da aquí dentro cada vez que escucho la palabra 'amor' saliendo de su labios cada vez que habla de lo que tenían. No importa que yo me repita una y otra vez que está todo aquello tan muerto, porque al escuchar su nombre, siento miedo, y no puedo dormir. Siento que la cama se me hace pequeña y que las cobijas adelgazan, que el frío sonríe de forma maliciosa porque no ofreceré resistencia, siento un temblor por todo el cuerpo, siento como las lágrimas queman mi piel, así que aprieto los dientes y los ojos. Y si acaso llego a caer dormido, le pido a quien sea me escuche descansar y no soñar con que me dejan una vez más. Digo, por favor, por favor no me lo arruines, no esta vez.

Y si

Mientras en algún lugar del sistema solar se tomaba una foto de Neil Armstrong bañado en lágrimas después de haber caminado en la Luna, en algún otro lugar parecido a aquel sistema solar ‒tan parecido que podría decirse que era el mismo sistema solar en otro universo en otra circunstancia‒ Neil Armstrong lloraba ante la falla del módulo lunar por la cual no pudo descender, mientras que en otro lugar harto parecido a aquel sistema solar la esposa de Neil Armstrong lloraba ante el fatídico incidente en el que el módulo no pudo despegar de la Luna y los dos astronautas que osaron bajar nunca pudieron subir en algo que no fuera una bolsa. El universo, oh sí, el universo, no es lo que parece, y no lo es por la llana y sencilla razón de tener múltiples mellizos. Uno, como cualquier ser humano con la mínima capacidad de seguir cualquier analogía respecto a cómo la vida se bifurca de una manera muy desparpajada, debería de abrazar la teoría de los universos paralelos para entender un poco mejor el lugar de uno en ese universo donde se vive en particular. Claro, si uno se deja llevar por la exploración de los "y si", la institución mental de su preferencia le arropará con honesto cariño ‒sobre todo cuando aparentemente uno es, o podría ser más feliz allende que aquende. Ahora, explorar los vastos universos no debería ser un ejercicio de ínfula, sino del malsano afecto por calcular probabilidades y efectos. El ejemplo más claro es este: mi hermana mayor algún día me arrojó una botella nada más por el placer de aventarla mientras jugábamos a pelearnos para el regocijo de nuestros vecinos. Podría yo un día de estos, tantos y tantos años después, devolverle la cortesía, tomar la botella más cercana, lanzársela, y decirle, Me la debías. Dudo hacerlo. Sin embargo, puedo sentarme a pensar en cómo demonios reaccionaría, si reiría o me la sorrajaría de regreso, si se enojaría aún más en caso de que yo no me disculpe, o si se calmaría si lo hiciese. Y así.

El caso es que tal bifurcación es inescapable para cualquiera que exista ahí, en alguno de esos universos de tantas posibilidades y opciones, en el que uno simplemente no se pierde por la simple razón de que nunca se sabe dónde se está. La posición de cualquiera es relativa y determinada por algún otro cualquiera, así que uno puede plácidamente sentarse a tomar té sin la pequeña molestia que es el destino atado a un lugar particular en el espaciotiempo. Que el destino exista y rija la forma en que los senderos se bifurcan es historia bien distinta. Ahora, para algunos, tal destino es o sería un componente fijo en tal universo, o tales universos, o en el inclemente espaciotiempo, aunque otros creen que su posición es o sería determinada por alguna otra cosa, por lo que su aparentemente absoluta forma de obrar puede o podría estar supeditada a incluso a aquellas bifurcaciones sobre las que tiene efecto. Entonces, puede ser que el destino no es el mismo para el yo en este mundo que para el que habita en el que soy un vendedor de zapatos. Claro, el otro día mirando la tv me puse a pensar que sería extraordinario que en todo universo posible yo fuera un entusiasta de las tan cacareadas letras, que trataría de llevarle mi voz a los que me rodean, fuesen pocos o no, y que volcaría mi mente y mis vivencias en un espacio como éste. Pero no. Es tan sencillo como lo que mencioné arriba acerca de Neil Armstrong. En algún lugar soy un tipo en silla de ruedas desde los quince años, en otro vivo en China y soy un funcionario en una empresa de la realeza del PCCh, en otro soy un terapeuta con serios problemas para expresar sus sentimientos, y en muchos otros no soy más que polvo, descansando junto a mi abuelo en un solitario panteón, clausurado por rencillas con el gobierno.

Mientras en algún lugar del sistema solar se mira una foto de Neil Armstrong bañado en lágrimas después de haber caminado en la Luna, yo tomo un sorbo de agua, y termino esta estúpida entrada.

Del PAM, aquel chico, y Radiohead

El problema con los peatones atolondrados es la pobre conciencia que de sí mismos tienen. Cuando cruzan cierta calle, una de aquellas con tránsito infame, las cuales no son todas pero sí muchas, los peatones hacen como si no viesen el automóvil que se les viene en las narices como pensando aquella proposición que dice que si ellos nos los ven a los coches, los conductores muy posiblemente tampoco los ven a ellos los peatones, así que son protegidos por cierto deje de invisibilidad e invulnerabilidad. Los autos se convierten, hasta cierto punto, en lo que Ford Prefect apunta como Problema de Alguien Más. Y digo hasta cierto punto porque lo que hacen aquellos peatones es una pobre ejecución de tal concepto. Si no lo veo, no está ahí, parece ser la idea. Mas todo esto implica mucho más que simplemente hacerse güey con lo que tiene uno a su alrededor. Vaya, que ignore la puerta que machuca mi dedo mientras el alegre hijo de mi hermana la azota sin cesar no quiere decir que mi dedo no quedará hecho añicos; ni que al ignorar a la mujer que temo algún día pudiera romperme el corazón, dejaré de sentir este amor que me invade. Vaya, ignorar no implica que aquello cesará de ser. Alguna vez me sucedió que la novia de mi mejor amigo se enfureció conmigo por el simple hecho de yo haber criticado el color y material de sus carísimas sandalias ‒créanme cuando digo que la piel de lagarto pintada color papaya no es de lo más encomiable. El caso es que ella, cual persona de dos años con quien juegas a desaparecer cuando uno se tapa los ojos y pregunta dónde está tal o cual para después destaparlos y exclamar que ahí está, evitaba la parte de la mesa donde estaba yo, pretendía no escuchar mis preguntas hasta que su novio las parafraseaba para ella, y pedía dos en vez de tres de lo que fuera que ordenaba. Supongo que si yo no existía, mi sandez tampoco, y así no se sentía mal por su mal gusto. Aunque debo decir que el simple hecho de forzar no voltear hacia el punto en el espacio que yo ocupaba era suficiente para reconocer mi ser. Íñigo Ordóñez en alguna ocasión publicó que la torpeza al ejecutar el Problema de Alguien Más puede tener graves consecuencias, como que le sorrajen a alguien la botella de licor más próxima en la cabeza, como que ciertos dientes al verse en un desagradable encuentro con un puño se vayan por los suelos, como aceptar una labor poco grata por el qué dirán, o como dispararse en un pie con tal de escapar de una situación poco grata ‒entiéndase que, mayormente, uno se refiere a la visita de la suegra. Mencionaba Íñigo sabiamente que la deficiente aplicación tiene generalmente que ver con el pobre entendimiento del ser y del estar. Burlándose de cierto hombre francés cuyo nombre no meteré aquí ya que tal lexema es ahora considerado una palabrota de pésimo gusto en la mayoría de los planetas habitados de la galaxia, el autor señala que uno es independientemente de la habilidad mental que se posea o de la cantidad de televisores que lo rodean, así que el secreto recae en aquello que cantaba Radiohead y que decía más o menos así, I'm not here, this isn't happening. Esto es, más que un asunto de existencia o de visión, es uno de cerrazón y negación exorbitantes, obliterando al mundo de tal manera que se flota etéreamente por un instante y lo que sea pueda joderle la existencia a uno es problema de alguien más.

Ahora, cuando hablo de Radiohead no me refiero al grupo terrícola de finales del siglo XX ‒aquí haré una pausa para hablar de la soberbia de los humanos y de lo relativo del tiempo. A pesar de los cuatro mil y medio millones de años de edad de la Tierra, la mayoría de los habitantes de tal planeta decidió que era una genial idea contar el tiempo enfadosa y arbitrariamente a partir de la muerte de cierto chico que a pesar de lo maravillosamente radical de sus enseñanzas, las cuales principalmente nos decían que era bueno ser bueno sin mirar a quien, fue clavado a un árbol por parlotear demasiado según decían los clérigos de cierta ciudad donde aquel chico pasaba sus días. Como siempre, a alguien se le ocurrió que aquel chico era sobrehumano porque tanta bondad era inhumana, pero inhumana era una palabreja muy mala, y sobrehumano sonaba mejor, pero para poder llamarlo así habría que tener una muy buena excusa, y qué mejor que decir que tal chico era divino, pero al estar de moda ser monoteísta, tal chico sería ni más ni menos el dios total en carne y hueso, aunque al ser prácticamente imposible que dios bajara a un lugar tan poco merecedor de toda su gloria, habría que inventarse el muy ingenioso hecho de que el chico de carne y hueso y nacido de una mujer común y corriente era el hijo del padre quien era el dios total y que ambos eran el mismo. Aquel de la idea la gritó a los cuatro vientos, y cuando aquellos que lo escuchaban se miraban los unos a los otros confundidos, aquel les espetaba que era un misterio de la fe, a lo que todos sonreían y exclamaban, ah, suspirando de alivio. El caso es que por allá del siglo XXV, una nave de forma esferoidal descendió en medio de Central Park en la ciudad de New New New York llevando al primer representante del gobierno pangaláctico que visitaba la Tierra. Éste fue llevado al edificio de las Naciones Unidas, que para ese entonces sólo eran cinco más una, para compartir la historia, logros y avances de la humanidad con tan distinguido visitante. Al escuchar el representante que los terrícolas calculaban el tiempo con base en cuánto tardaba el planeta en girar alrededor de su único sol, éste estalló en un ataque de risa que le provocó la muerte. No hubo otra visita del gobierno pangaláctico hasta doscientos años después, cuando Vyllyl Donxnxx atacó la Tierra para saquearla, cuasi exterminando a los seres humanos, y privando a los restantes de todos los aguacates habidos y por haber. Así que, en cierta manera, alguien podría decir que aquel simple chico fue de manera indirecta causante de la mayor desgracia en la historia del hombre, lo cual sería tremendamente obtuso. Ah... Volviendo al tema de Radiohead, no me refiero al grupo terrícola de finales del siglo XX, sino al cantante malatense, condecorado con los más altos honores en cientos de sistemas solares, y que alguna vez acudió a una de las tantas barbacoas que di en mi patio trasero. Mi hija le hizo un dibujo, el cual Radiohead lleva en el interior de uno de sus baúles de viaje. Tengo que agregar que siendo un enorme cantante, tiene muy mala conversación.

La casa roja

Destápate los ojos. ¿Ves? Es tu nueva casa. ¿Entiendes de que hablo? Aquí podrás venir a descansar, a alejarte de lo que creas conveniente porque no es como cualquier otra casa que conozcas. Sabes, es lejos de ser perfecta, tiene un par de fisuras, la puerta principal tiene una bisagra floja, a veces crujen las paredes, pero yo te pregunto, ¿para que querrías algo perfecto? Tengo que decirte que a veces el viento bufa tan fuerte que se creería que viene a reclamarte algo, pero sólo quiere que le escuches una de aquellas anécdotas que ha recogido en su andar por el mundo, y que vanamente intentes acariciarlo. Ven conmigo, y corre esa cortina anaranjada en el fondo de la estancia. Sé que te encantan las flores. Hay de todos los colores que se te ocurran, aunque obviamente prevalecen las rojas: rosas, gerberas, claveles, margaritas, y algunos tulipanes. Suena estúpidamente imposible, mas puedo decirte que acá jamás se marchitan, que cada vez que atrevas abrir la ventana se te llenara el alma de colores y esencias, cualquier día del año. Éste es un lugar harto inusual, así que deberás acostumbrarte a que se te quiebre la rutina. ¡Oh!, no quiero decir que no podrás tranquilamente echarte en la cama a hacer lo que se te antoje, pero... Pero es una casa peculiar, para mal, aunque mayormente para bien. Piensa en algo que siempre has querido, que siempre has soñado; algo simple, algo tan sencillo que a veces parece ser irreal. Aquí será mejor que la idea que tengas porque será real. Te advierto que ciertas noches el crocitar del cuervo que vive en el árbol del jardín te pegará un susto y te helará la sangre, aunque es un hecho que los sueños plácidos siempre serán mayores a las pesadillas. Ahora, siéntate acá y cierra los ojos. ¿Escuchas algo? ¿No? ¿Qué tal ahora? ¿Sientes cómo va subiendo poco a poco la música? ¿Cómo piano y voz te van envolviendo, y cómo se vuelve inevitable que sonrías? ¿Me creerías si te digo que así podrían ser no todos, mas casi todos tus días? Es iluso y hasta cierto punto cursi decirte que es la casa ideal, con su esencia suave a cítricos y luz tenue por la tarde, cálida en el frío y fresca en el sol ardiente, con estantes llenos de poesía e historias, con una hamaca en el pórtico, con un cielo de azul profundo por la mañana y de rojo intenso en el atardecer, y también con aquellos días en que tormenta o silencio podrían sacarte de tus casillas; es cursi e iluso, aunque pienso no podrías estar mejor en otro lugar.

17.4.14

En el cine

Toda historia necesita un héroe. El odioso cliché de tal aseveración no la hace menos cierta. El común lugar que ello implica no la hace menos trágica. Se podría pensar que no habrá mucho que mencionar acerca de algo de lo que se ha hablado hasta el cansancio, mas, ¿que no es del tipo de tema, y hasta cierto punto, de controversia de la que no se puede dejar de discutir? Verán, es demasiado fácil investirse en esto, decir que uno ha hecho algo que ha salvado a alguien de lo que sea se pueda salvar a alguien, e incluso bañarse de falta modestia diciendo que era lo correcto, que no ha sido nada, y que aquel a quien se ha rescatado haría lo mismo por nosotros. Por principio de cuentas, lo último mencionado es la más grande falacia respecto al tema; el miedo principalmente afecta las decisiones de tanta gente que muchas veces ni por ellos mismos harían lo que podrían hacer por alguien más. No busco hacer una crítica amargada, ni vociferar que si fuéramos más considerados el mundo sería un mejor lugar. Tal cobardía es naturaleza humana, y difícilmente se podría eliminar. Sin embargo, hay situaciones en las que todo esto se esfuma de manera extraordinaria, rompiendo patrones de todo tipo; situaciones anormales en las que uno no puede dejar de actuar como rara vez lo haría, estirando paciencia, valor y arrojo más allá de cualquier límite que se tenga. El concepto de límite, ya de por si vago, pierde valor total porque lo inusual de aquello que encierra la palabra heroísmo tumba ese mundo de lo establecido y lo cotidiano, y aquel que se avienta a esto puede llevar su situación a tal extremo que se arriesga a dejar de reconocerse en el espejo. No es baladí este punto ya que romper esquemas, alterar patrones y adaptar rutinas puede desfigurarle el rostro a quien sea de distintas maneras. Arrastrarse a lo heroico, ya sea en lo mundano o lo elevado, es indivisible de lo épico, y nada puede ser épico si no se rompe el status quo. Vean si no cualquier historia que hayan escuchado, Tristán e Isolda, la guerra del anillo, aquella mujer que fue capaz de levantar un auto con tal de salvar a su bebé, el gentil extraño que sacó a alguien de un incendio para después desaparecer; incluso el reacio Arthur Dent salvando al universo de los amos de Krikkit. Dejar de reconocerse en el espejo no es tan terrible respecto a sentirse otro como lo es acerca de qué tan otro se es. La conciencia de la identidad que nos es inherente a todos puede quebrarse de forma silenciosa, tan gradual como el andar de las nubes, así que a veces cuando se ve uno a sí mismo, la imagen frente a sí puede ser torcida, exageradamente o con mesura, pero torcida al fin y al cabo. ¿Qué tan yo he dejado de ser?, parece preguntarse cualquiera ante el reflejo después o, ¿por qué no?, durante el heroísmo. Todo mundo quiere ser un héroe, pocos pueden de verdad serlo. En este café en el que escribo, miro alrededor y lo veo: aquel en el fondo comiendo un emparedado, haciéndolo sin prisa, quien aparentemente se aburre y mira afuera, que después se contempla los zapatos sin gesto alguno y parece perderse en sus pensamientos. Él es el héroe del que hablo, algo solo y roto, deseoso de un abrazo mientras le dan las gracias, que a lo mucho se atreve a congratularse en la cama mientras el mundo duerme, contento por lo hecho, y un poco avergonzado por lo inusual de su actuar. Para muchos lo que ha hecho no es nada del otro mundo, mas para aquella persona a quien le ha tendido la mano este hombre es excepcional. Es lo que me gusta pensar ya que no hay nada peor que la ingratitud.

14.4.14

dos

Me he calzado esos zapatos de ante color café que son un verdadero dolor de cabeza a la hora de limpiar. Me he puesto por tercera vez esta semana aquellos pantalones de pesada gabardina negra que del uso se han puesto azules, o eso dice mi novia. No hay razón aparente para tal ropa más que echar mano de lo que está al alcance. Muy posiblemente ocurre lo mismo para con lo que escribo, alterando, parchando y reciclando ideas que uno ha leído por aquí o por allá; como esa de ver el mundo a través de un par de sucios anteojos, como aquella anécdota de la chica que derramó su helado en la camisa de su chico cuando éste la acerco a sí y le plantó un beso tronado en la mejilla derecha y ella reía ante el batidillo, o como aquella de que toda historia sigue tres tipos de patrones y no más. Se ha creado ya toda metáfora posible, ha dicho Borges. Por consecuencia, se podría argüir que todo es pasajero, que lo venidero es inevitable y uno debe sentarse y aguantar. Podría parecer que no hay nada realmente nuevo por descubrir en un universo hecho y predestinado, ha dicho Braithwaite, mas el ineludible hecho de no saber qué se avecina concibe la sui generis situación de saber que hay un destino sin saber qué lo compone; y el no saber hacia dónde se dirige el mundo provoca que tal destino sea un hato de incertidumbres tan grande que lo venidero se esfuma. Vaya, cual gato de Schrödinger, vive y no a la vez. Quitándonos de existencialismos, olvidándonos de aquella superflua proposición que reza que lo ausente de mis sentidos es inexistente siendo la mente lo único que existe, el evidente contoneo del destino en nuestras narices provoca que éste mismo consiga confundirnos ya que para nosotros algo tan palpable tiene que tener algo que haga posible que no exista, o de menos eso nos parece, entonces nos creamos ideas como la proposición arriba mencionada. Todo esto no es más que consecuencia de aquel irracional miedo a saberse real, a tener emociones, a darle peso e importancia a las cosas, porque uno puede perder y perderse, porque se puede terminar con el corazón o alma e incluso psique hecha trizas, porque uno puede morir. No soy real, soy una idea relativa e inconexa en la mente de alguien, dice Matías, el personaje principal de La Cabaña de Braithwaite, ante la congregación de su padre frente a la cabaña de éste. Cuando aquel cuya idea soy muera, yo sólo me esfumaré, sin dolor ni conciencia de que ya no soy. Si me desprendo de lo material, del mundo, de las personas, de toda posesión, dejaré de ser y alcanzaré la gracia eterna en el Nirvana, parece decir el budismo zen. Mas, ¿qué puede haber de grato en todo esto si no hay quien con una mirada o un roce de piel le de el mayor de los sentidos a la existencia misma? ¿Me explico? La otra noche, al despertar de la peor de las pesadillas, aquella en la que el mundo entero se va oscureciendo y cerrando sobre ti, la mano de mi mujer se posó sobre mi hombro, susurrándome al oído, estás conmigo, a la vez que besaba mi frente. Pocas veces me sentido tan consciente de mi existencia.

He andado en un callejón,
Lúgubre, empantanado en oscuridad,
Donde cuervos cantan crueles coplas con mi nombre,
Con seres de sonrisas amarillas mirándome pasar,
A mitad del camino aparece un sombra,
Similar mas completamente distinta a mí,
Algo me dice, no le escucho, me llama estúpido, dispara,
El mundo se cierne sobre mí y sí mismo,
Caigo y muero y caigo,
Antes de llegar al piso una mano me alcanza,
Una dulce voz me dice que ha sido un mal sueño.

No hay razón tal vez para aquel sueño, no más que esa que todo sueño ha sido soñado, que toda vida ha sido vivida, que todo amor ha sido compartido. Con lo que ando por enésima ocasión en esta avenida mientras pienso que en vez de mi propia sombra, soy la de alguien más, alguien nacido con el tiempo.

10.40

Hoy no es al parecer nada más que un día más, de sol y calor, del vaivén de la gente, de la hora de desayunar y de comer y de cenar, de charlas, de caminatas con y sin destino. Mas, si puedo decir algo, no es nada más que un día. Odiaría sonar como aquellos escritores motivacionales que tratan de convencer a su audiencia de que cada día vale la pena, de que uno no se puede dejar caer y ser arrastrado por el río de circunstancias que bañan el día a día, que hay que saber que la vida es maravillosa y que hay que vivir–con una catarata de signos de admiración de por medio. Tampoco quisiera sonar como aquel tipo de hombre, sombra de sí mismo hasta cierto punto, que exclama que la vida es mera conjunción de eventos fuera de nuestro control, que estar en este mundo no conlleva ninguna relevancia, que cualquier propósito que tratemos de achacarle es mero espejismo. Encontrar el punto medio entre dos extremos tan, desde el punto de vista de muchos, ridículos y vacíos, es tan difícil como tratar de no sonar cursi sabiendo que eso es exactamente lo que haré. No importa. Verán, soy un hombre si bien no lleno de defectos, lo soy de unos llevados al extremo. Uno de ellos es aquel terror abismal de no poder dejarle saber a aquellos que amo lo mucho que significan para mí. Sí, trato de decírselos de forma escrita, llenándoles los ojos de metáforas, bañándolos suavemente con palabras de aprecio, porque así tal vez digan, qué lindo, soy un pedazo de literatura. Y a lo que voy en relación con aquel miedo que mencioné es que cuando me planto frente a ellos, me aterra pensar que lo único que les suelto son palabras que ya han escuchado miles de veces. Tonto, ¿cierto? Así son los miedos de irracionales, de sosos, de huecos y obstinados. Aún así, poco más me queda al respecto al plantarme frente a ellos porque también pintarles de colores el cielo en lo que parece no más que un día más a veces parece pretencioso. Aunque, siendo honestos, para mí la vida no es menos que poesía. Saben, creo que al fin y al cabo, este pequeño texto es intentar poner el mundo al revés, y en vez de escribirle un poema acerca de lo maravillosa que ella es, decirle de forma muy sencilla, en palabras escritas, palabras que tal vez ya sepa, lo que ella es para mí: eres incomparable, lo que jamás había tenido, y con quien quiero pasar el resto de mis días. Así, lo que le he dicho en un  par de ocasiones pueda convertirse en poesía simple y llana, y formar parte de la literatura de la vida.

9.4.14

Carta de Joyce a la Sra. Barnacle

Hoy estás en otro lado de este planeta y me pregunto si mientras yo escribo esta misiva tu piensas en mí y en el calor de mi cuerpo junto al tuyo. Hoy te veré amada mía, hoy te tomaré en mis brazos como si tuviera años que no te veo. Quiero escuchar tu voz contarme de tu día, de qué tal dormiste, de cuánto te ha gustado lo que he escrito. Quiero agradecerte abrirme tu casa el fin de semana pasado, recibirme con los brazos abiertos y despedirme como siempre con un beso. He tenido dos sueños contigo. Es un poco sonrojante contarte que en uno estabamos desnudos en una cama, atados de cuerpo, con tus labios creando ese silencio perfecto que sólo los besos saben anidar. El sabor a sal de tu sudor me nubla la mente porque mientras muerdo tu cuello y tú acaricias mi cuerpo, el tiempo es un borrón inservible y el universo entero tiene el propósito único de estar aquí para que tú existas en él. Siento como tus uñas rasgan mi espalda, como tus dientes llevan la piel de mi pecho al límite. Tu sexo apretando el mío mientras tus caderas suben y bajan a un ritmo perfecto. Así mi voz se pierde ante el placer que me invade, así mi corazón se volca en mi respiración entrecortada. El alma habla a través de nuestros gemidos porque, ¿que sería de ella sin este placer? En el otro sueño estamos en un jardín, sentados en un mantel a cuadros porque yo no olvido tu alergia al pasto. Cada quien lleva un libro en una mano, y la mano del otro en la otra. Me preguntas si soy feliz a tu lado, mientras nubes blancas juegan a perseguirse bajo el sol. Asiento y me besas en la frente y yo hago lo mismo. Me pides que te sirva un poco más de jugo mientras te acomodas el cabello y cambias de canción. ¿Sabes? Sé que a veces me comporto como un chiquillo malcriado contigo, que me pierdo en mis ideas y parece que floto a la deriva, pero no pienses mal de mí. Mientras miro a través de ventana, mientras pienso en cómo terminar esta carta, siento como si estuvieses aquí a mi lado y la leyeras mientras yo escribo, y juegas con mi cabello. Es una carta, son palabras lindas, palabras que no te digo siempre, que a veces parecen perderse en un mal rato mío, pero que no dejan de ser una representación humilde y a veces poética de lo que me inflama el corazón. Son las palabras más honestas de este hombre que cuenta las horas para estar contigo, que te hablado mientras duermes, que ha sentido tus caricias mientras está dormido.

IHMAIWD

Te dicen que uno de tus amigos más queridos es un pederasta, que ha tenido que huir para no encontrarse a sí mismo en la penumbra y la humillación, que evade la realidad de su condición y que ahora se escuda tras el conocimiento en un lejano pueblo. Tú no sabes que decir. Peor aún, no sabes que pensar. Se te escapa un no-mames ligero, pero no más. Creías saber ciertas cosas acerca, bueno, acerca de cómo se desenvuelve la vida de cierta gente. Como cuando leíste que Kurt Cobain nunca se había sentido tan feliz seis meses antes de suicidarse. En algún lado viste que estaban prontos a venir su banda y él, pero se desvaneció. En su addición a las drogas, dicen unos; en el tormento de su mujer, dicen otros. Te sentiste vacío, y es ridículo decirlo ya que jamás lo conociste y aseverar que lo hiciste a través de su música es estúpido. De cualquier forma, no supiste qué pensar. Como ahora. Te sientas en la terraza del lugar en el que vives, cerveza en mano, escuchando lo que sea que la reproducción aleatoria de tu reproductor decida tocar, y miras a lo lejos, mientras piensas en qué demonios pensaba ese cabrón para hacer lo que algún día te preguntaste si se atrevería a hacer. ¿Se sentirá roto?, te preguntas. Quín te diría que no, que es un verdadero hijo de puta, que el se lo buscó, que bien merecido se lo tiene y que hasta cierto punto eso le ha salido gratis, que él sí sabía que aquel sería capaz. Tú lo viste llorar al final de una película, y sabes que toda esa tonta fortaleza que externa no es más que un soso antifaz. Te dices que está solo, allá, en aquella casucha de dos plantas, con calentador de leña, un árbol enorme en el patio y arañas por todos lados, casa a la que algún diciembre fuiste al inicio de las vacaciones, y allí bebiste Smirnoff y jugaste Scrabble en sol de las doce, sol que consumía todo lo que no estaba allí, frente a sus ojos; sentías como si las incontables horas en el trabajo, la falta de sueño y los patéticos disgustos de la vida cotidiana se derritieran por debajo de la silla de ratán, y se esfumaran cual vapor, y lo único que valía la pena era el sabor a manzana del vodka y tu próxima jugada. Eras tú sin el lastre de cualquier día del año que terminaba. Tal vez esté sentado en ese patio ahora, con nada más que el presente en unos ojos llenos de lágrimas, solo y roto, intentando digerir sus actos, tan impulsivos como siempre porque le aterra arrepentirse de lo no hecho. ¿Pero cómo pitos se atrevió? No, hay un límite, pensé que él lo tenía, alguien me preguntó, ¿Y si...?, pero yo jodidamente lo defendí, y lo defendí, y ahora el cabrón se tiene que esconder, y no importa cuánto lo quisiese defender, y cuánto le dijera que todo va a estar bien, las cosas ya no son iguales. Roto, roto como aquel hombre de historia de Braithwaite y de Duschamp que perdió su vida cuando un día despertó y se dio cuenta de que su vida era una mentira que se decía a sí mismo todas las mañanas: todo va estar bien, la vida no es lo que quiero y deseo, lo que soy y lo que siento, sino una cascada de hechos indetenibles que se me presenta, me guste o no. Roto porque tal vez se enterque en cuestionarse acerca de lo que ha hecho y lo que hará, mas no de lo que es. No hay más que el presente porque el pasado es una remembranza, mero fenómeno mental hoy y ahora, y el futuro es lo desconocido, sendero que se interna en oscuro bosque, me han dicho recientemente. Roto e imposible enmendar, dices en voz baja mientras el tráfico de la cinco pasa por tu calle y notas que hace tiempo que el cielo no se veía tan azul. Duele. Una vez más no sabes qué pensar.

25.3.14

yksi vuosi

¿Qué es un año? 365 días, dirían casi todos. Nada comparado con un siglo, dirían unos. La conjugación de una serie de eventos que conlleva la acumulación relativa de tiempo, dirían otros. Para mí es algo simple y sencillamente apabullante e irresistible si consideramos lo acontecido entre el veinticinco de este mes del año pasado, y hoy. No caben esas cosas que han pasado acá, en este humilde blog que sólo permite entradas de cinco mil palabras. Se podría argüir que exagero, mas para el que escribe la vida que ha tenido en este lapso abarca tanto como los océanos en la Tierra. Y yo no soy quien tontamente se atreverá a ladrar que cinco mil palabras bastan para pintar el mar. Y si le sumamos el cielo y sus nubes, la tierra y cada uno de sus árboles, el canto conjunto de todas las aves, los suspiros de los amantes, cada amanecer y cada atardecer visto desde la playa, toda canción que ha hecho llorar de emoción a alguien, el número total de risas de cualquier día de la semana, cada trazo de cada pintura hermosa, el peso de todas las miradas furtivas de alguien que ha hecho sonreír a alguien más, y los mil y un poemas de amor escritos sean malos o buenos, la tarea se hace imposible. Por lo cual, lo único a lo que me atrevo es decir que el sendero que ando sin nada más que yo mismo ha tomado el más inesperado de los giros, y así lo llamo porque no importando cuántas veces pude haberlo imaginado, toda imagen que yo haya podido ungir se desquebraja ante la vastedad de lo que llamamos realidad. Así que llegamos una vez más al punto en el que las palabras sobran. No llevo ni de broma cinco mil de ellas. De cualquier manera, quiero decirte que eres la razón más grande de uno de los mejores años de mi vida.

24.3.14

O the day is close,
I shall take the three-in-the-afternoon bus,
Wear my music,
Wear my best shirt,
Bring some food over,
Be you,
Be the you in me and the me in you,
And be myself.

A las cinco

Entreabro los ojos a eso de las cinco de la mañana, no hay sol ni ruidos de gente levantándose para hacer lo que deban hacer, un gallo se escucha demasiado lejos como para ser molestia alguna, hay un trino un poco desentonado en aquel árbol a la puerta del condominio que no es mío. Entreabro los ojos a eso de las cinco de la mañana, el desayuno se siente lejos, y cualquier deseo que pueda tener está atado a un globo color azul, flotando allá arriba. Entreabro los ojos, sólo tonos grises a la vista, la música descansa. Una sutil fragancia flota a mi alrededor, y siento una mano suave recorriendo mi cara mientras escucho, duerme.
Tiny dots of light, tiny specks of life, tiny problems, tiny anger, tiny replies, tiny, tiny all. From a great height it all is distant, thus absent. What if we went down? There is an eternity of sea and that is it. So I would undoubtedly disappear. Absence would remain. As to no one could see me, them all could say, Well, he doesn't exist; and all I have is a vague image of him, right? Has he ever been here? I remember there was a he, yet I also remember my dreams, which some say are just mental phenomena. Hence, either dreams are there, real for the taking, or he is of the same substance, the one of dreams. Tiny dots of light, rushing home, rushing elsewhere. Tiny dots I've left behind, being there, being of dreams. I have been one, not right now, but I'll become one again, a speck of light dreaming life, or living dreams for that matter. I am flying at this moment. For some reason I left my baggage on the ground, and I wonder hard if it shall be there awaiting me, anger in hand, but also packed in smiles.

6.3.14

Matilo 4

Matilo, cual personaje de Traven y de los hermanos Grimm, ha conocido al diablo. La paleta sabor cereza que chupa lentamente no mengua el mal sabor de boca que le ha dejado la conversación, si así se le puede llamar, con la niña que se le acercó esta mañana en la alameda. El universo de verdad conspira contra mí, le escribió a ella en una última nota. La pequeñuela lo miro de forma seria y le contestó que algún día encontraría paz, pero que no sería hoy. Le regaló una flor de origami y se marchó dando pequeños brincos. ¿Paz? ¿Quién necesita paz cuando lo único que deseo es una explicación coherente de qué demonios me pasa?, pensaba. Su majestad infernal, como había pedido el diablo que le llamase entre carcajadas, nada más le dijo que había cosas que era mejor no conociese. Como lo que te pediré que hagas por mí, le dijo sonriendo maliciosamente. Veras, Matilo, en la casa de la esquina de la calle a la que vamos vive un hombre llamado Stuart, a quien te pido lleves el paquete que te voy a dar y que le instruyas que lo abra frente a ti sin mostrarte el contenido. Después regresarás, y sin preguntarme qué le he mandado me contarás cómo ha reaccionado. El hombre llamado Stuart al abrir el paquete no pudo más que suspirar, esgrimir una sonrisa de desencanto, y escribir un número de dieciseis dígitos con la frase "eres un puto ojete" debajo. El diablo, alguna vez le contó su abuela, es un ser retorcido que sólo busca descarrilar a la gente. Ni creas que le interesa poseyer tu alma, o que le sirvas allá abajo. Nada más quiere hacernos desatinar el muy cabrón, como esa vez que yo lo vi dándole mezcal a mi papá. Yo me quede dormida con él en su cama porque mi mamá se bía ido al otro pueblo a ver a su hermana, y yo quería abrazar a mi papá porque la estrañaba. Cuando eran como las doce, escuche una risa así como fea, como si un caballo se riyera y tosiera al mismo tiempo. Abrí los ojos poquito, y vi como una mano roja como carbones ardiendo le daba una jícara a mi papá, y él se la tomaba y le decía que le sirviera más, quesque sí se podia acabar la botella. Cuando por fin la mano dejó de pasarle la jícara, mi papá se secó la boca con la mano y preguntó que ahora qué, y la voz fea se rió y le dijo que iba tener la pior cruda de su vida, y mi papá nada más contestó, pinchi diablo ojete, y se durmió. Matilo no le creyó a su abuela. Vaya, había tenido ya un par de esos eventos desafortunados que poblarían su vida, pero que el diablo se le apareciese era otra cosa. Aunque, como jamás dejaría de corroborar, la realidad, o la versión de ésta que decidiera presentársele, siempre rebasa la percepción de uno. Vaya, ¿quién le habría dicho que el mandamás del inframundo se ponía al volante de un Volkswagen Sedán 1968? Majestad, ¿podría poner el radio? El traca-traca del motor me tiene aturdido, dijo Matilo. Hijo, si ardes en el infierno eso será lo único que escucharas, le contestó.

uno

Los rayos de sol forman figuras caprichosas cuando se deciden a correr hacia las hojas de los árboles para rozarlas tan levemente que les provocan cosquillas, y sus risas se plasman en las sombras en el pasto, la tierra y el pavimento. Los peces en el estanque cantan a Posidón y sus voces ininteligibles pero hermosas forman una alegre armonía con el viento que toca la superficie del agua cual violín. Los patos charlan de cómo el frío va dando paso a la primavera mientras sacuden la cabeza graciosamente. Una abeja besa aquella flor roja y le dice que volverá pasado mañana, y la flor suspira fervorosamente. Un niño juega a la pelota consigo mismo, rebotándola una y otra vez contra la pared multicolor en la que un artista del grafiti decidio retratar a su familia y amigos con la palabra "vida". Una novia ríe descontroladamente ya que ha llenado la sudadera de su novio de helado de vainilla ya que éste la ha abrazado fuertemente y le llena de besos las mejillas. Un hombre de setenta y ocho años lee a Borges y piensa en el porqué de la relatividad del tiempo. Una pequeña le da notas de color amarillo a aquel extraño que se ha sentado en la banca del fondo, para después regalarle una flor de origami, besarle la mejilla, y marcharse, por lo que el hombre sonríe y se enjuaga las lágrimas. Una mujer que bebe café garabatea una gerbera en su tableta, y se pregunta si se parece a la que le han regalado el viernes. Y en centro de todo esto, está Braithwaite colocando una serie de treinta y cuatro botellas envueltas en manta de cielo para ser destapadas exactamente a las doce del día para iluminar los días difíciles de aquella a quien ama.

Jueves 6 de Marzo de 2014

Hoy salí de casa, como casi siempre, a las cinco y treinta de la mañana. Adormilado, con la cabeza gacha porque lloré antes de dormir, dejando el backpack en casa porque un libro de Boges parecía más que suficiente, y sin música en los oídos porque olvidé el reproductor de mp3 en la oficina. Tuve que esperar por el microbús por cinco minutos antes de extender mi brazo derecho, aguardar a que parara y que tres personas bajaran, subirme y aplastarme en el lugar más recóndito no del microbús, sino de la Tierra misma. Allá al fondo, lejos de los demás pasajeros, quienes duermen o miran hacia las calles muertas de un lugar por el que se pasa demasiado temprano. Cerré los ojos e intente dormir también, cuando sentí un pequeño roce en la mano derecha. Al abrir los ojos, encontré a mi lado a una niña mirándome fijamente, de una forma triste. Llevaba una pequeña libreta de papel amarillo en la mano izquierda y una pluma que decía "Cozumel" en la otra. Cuando me giré hacia la ventana, sentí una vez más ese roce en la mano, y al voltear noté que me extendía un trozo de papel con lo siguiente:

¿Por qué lloraste?

Iba a responderle cuando puso el dedo índice derecho sobre sus labios, a la vez que me extendía una hoja de la libreta y la pluma. Arranqué un pedazo y escribí:

Porque tengo mucho miedo de no hacer lo correcto, de decepcionar a la gente, de que se alejen porque no soy lo que esperan.

Lo leyó y sonrió, torciendo la boca un poco y moviendo ligeramente la cabeza como diciendo no. Me extendio otra nota.

Eso es muy estúpido.

¿Crees?

Claro. Quien te conoce y confía en ti no debería esperar nada de ti. Y así, la decepción se esfuma en un soplo de lógica.

Lo sé, pero, tengo un desbalance neuroquímico en la cabeza, y a veces no importando de cuanta lógica me valga, las cosas se me apelmazan y no puedo más que llorar.

Patrañas.

No supe como responderle.

El que no quieras medicarte es completamente tu responsabilidad, y no puedes infundírselo a nadie más bajo ninguna circunstancia. ¿Tienes a quien contarle que has llorado?

Eso creo.

Deberías de hacerlo. Sin dramas, sin palabras de más. Sólo el hecho de que has llorado porque te ha alcanzado el vacío. Si te realmente te entienden, todo estará bien.

Tal vez sólo exagero.

Puede ser. Aún así, estás enfermo.

Meh.

Cada papel que ella me dio fue directamente al bolsillo de mi pantalón, mientras que los que yo le di los guardó en su zapato izquierdo. La pequeña me pidió que cerrara los ojos. Lo hice, y sentí un ligero beso en la mejilla derecha mientras ella depositaba algo en la mano del mismo lado. Me susurró, despierta porque estás a punto de llegar. Abrí los ojos y descubrí una flor de origami color amarillo. Busqué las notas en mi bolsillo, mas no las encontré.