3.4.12

Martín

Todo empezó en Tarragona. La crisis debida al liberalismo falaz que pobló la tierra por más de doscientos años, aunada a la insalubre idiotez de los políticos de aquel entonces, llevó a un grupo de consumidores de cannabis en Cataluña a rentar tierra en el otro extremo de España para producir su tan adorado ocio. Lo cual, obviamente, alegró a los tarragoneses al inyectar cierta cantidad de dinero en su comunidad para tratar de saciar su nada encomiable déficit, a la vez de que los bañaba con el fantasma de ser una autonomía de avanzada. Lo cual, obviamente, hizo que los chiflados conservadores pusieran el grito en el cielo, y agitaran las banderas en contra del supuesto narcotráfico que se promovía por aquellas regiones. Lo cual, obviamente, animó a la izquierda a gritar que la vida era vida por el libre albedrío. Lo cual, obviamente, hizo que mi abuelo, determinista de hueso colorado, le dijera a quien quisiera oírlo que esa cualidad de la vida, supuestamente dada a los hombres por un dios maquiavélico, era una mera ilusión, y de las feas. El debate se alargó por años, brincando de cumbres de la Organización Mundial de la Salud, a cumbres acerca de soluciones judiciales y sociales para con el tráfico de drogas, tanto legales como ilegales. Nadie se ponía de acuerdo, mientras el cártel del Golfo se colocaba como la quinta economía más poderosa del mundo, detrás de China, Wal*Mart, Alemania, y el estado de California. Quince años después de aquel evento en la costa oeste de España, muchos de los extremistas religiosos de aquellos días, entiéndase católicos, mormones, judíos, evangelistas, pentecostales, cristianos y musulmanes, se suicidaron después de malentender un extraño fenómeno astrológico. Todos ellos, los extremistas católicos, mormones, judíos, evangelistas, pentecostales, cristianos y musulmanes, estaban tan resolutamente opuestos a la legalización del consumo de ciertas sustancias, y el resto del mundo estaba tan consternado por su estúpido suicidio, que después de su ignota partida, la legalización de la producción, distribución, y consumo de ciertas drogas entró con apenas algo de ruido en la vida de los más de siete mil millones de habitantes de este planeta. Esto es, los religiosos de cualquier ala moderada entendieron, o quisieron entender, que la prohibición de aquello con lo que uno no está de acuerdo por el simple hecho de prohibir aquello con lo que uno no está de acuerdo proviene de la misma zona oscura del cerebro donde se aloja la idea de suicidarse en masa. Por tanto, cayeron en dedicarse a instruir a la gente en el consumo de espiritualidad para evitar la espiral caída al mundo pernicioso de las drogas. El caso es que, ante la existencia del tráfico legal de todo lo que solían monopolizar, los narcos y cárteles y sicarios no tuvieron más remedio que dedicarse a la exportación de comida y productos tradicionales de sus correspondientes países de origen, sobre todo por la amnistía ofrecida por los gobiernos, amnistía dientes para afuera porque, y esto es un rumor solamente, tales gobiernos se relamían los bigotes ante la rebanada de pastel que les tocaría, legalmente por supuesto, si los narcotraficantes legalizaban sus negocios y cuentas. El consumo de drogas, más que acrecentarse, se dispersó por todo estrato social, alentando el establecimiento de cafés para el consumo de casi lo que fuese, cannabis y hachís principalmente. Los más afectados fueron los ejecutivos de cualquier compañía relacionada con la producción de alcohol ya que, vaya, lo que al principio fue considerado como la irremediable moda de ponerse pacheco, se convirtió en la tradición de ponerse pacheco, y así, esas grandes corporaciones se fueron lentamente hacia la bancarrota. Cadenciosamente, la industria creció, creció, creció y creció a tal grado que se puede asegurar que el consumo legal salvó a la economía mundial.

Dato curioso: el consumo de la Coca-Cola está penado hoy día con un mes de cárcel, dos meses obligatorios de desintoxicación, dos meses opcionales de servicio social, los cuales se pueden saltar si uno tiene cierta cantidad de conexiones en Atlanta, Georgia, y una multa de dos mil créditos. La Coca-Cola se convirtió en un producto ilegal cuando el consumo de tal líquido bajo a cantidades risibles cuando la gente dejo de preparar tragos con ella. Ante tal motivo, The Coca-Cola Company comenzó a lanzar escasísimas cantidades de latas de su refresco, todas diseñadas por artistas de vanguardia, las cuales llegaron a valer tanto como una casa en la Rivera Cortés, un Lexus-Benz de primera generación, un hígado, o un bebé Remoliano. Los gobiernos del mundo, en complicidad con la ahora honorable ACG (Asociación Cartelista del Golfo), y Diageo, ahora productor del famoso Dragón Verde, reclamaron ante la OMCFMIBMBCMyA la pronta dispersión y el cese de actividades de The Coca-Cola Company por prácticas comerciales desleales. Ante la aparición de los bulldozers a las puertas de la única fábrica de Coca-Cola en el mundo, los accionistas mayoritarios desaparecieron con la todavía fórmula secreta del líquido y una cantidad increíble de costales de dinero, no sin antes jurar venganza por tal ofensa. La ahora exageradamente preciada gaseosa es producida en laboratorios clandestinos por todos los Estados Unidos, y exportada al resto del planeta, no sin cierta ironía ya que en la parte inferior de cada una de las latas se puede leer la palabra "vendetta".

Para más información acerca de qué es un bebé Remoliano, quién fué Johannes Remol, la historia de ACG, y qué es un Dragón Verde, consulte posteriores publicaciones.

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