14.2.13

Línea

¿Se puede crear poesía no importando quién se es? Sa Meng Unlabar ha sido descrito como el hombre capaz de hacer temblar la tierra en cualquier mundo de cualquier universo, de arrancar a todo ser pensante de su realidad para ahogarlo en aire azorado de esencias dulces y después botarlo en los altos pastos de cualquier mundo que no sea el suyo. Así es su poesía, y así debería ser la poesía en general. El tema, el número de líneas, el ritmo, la cadencia, las palabras que usen, no importan tanto como las imágenes. Si alma y forma hubiesen fornicado alguna vez, habrían engendrado a Sa Meng, dijo alguna vez su mejor amigo. Fornicar. La furia de Sa Meng no podría tener representación más salvaje que el sexo sin ataduras, entre dos seres imposibles, extraños mutuos, que se conocieron mientras lanzaban cerillas encendidas a la acera de enfrente, quienes nunca se vieron otra vez ya que él fue lanzado a la guerra, y ella se perdió en credo alguno. Unlabar se enteró de todo esto por accidente, de forma improbable, a los 11 años de edad. Un cliché, se dijo de forma alguna a sí mismo. La vida es un gran cliché por sí misma. Largamente pensó en cómo él, soñador causal sin otra cosa por hacer, podría aliviar al universo. O al menos tratar de no pensar en lo terrible de su origen. El del mundo, el suyo, el de todos. Poesía. Sabía de alguna manera que en la montaña contigua a su pueblo habitaba un asceta que todo lo sabía respecto a las letras. Él me contará sus secretos, y yo le cantaré a la vida. Partió la mañana siguiente, y su andar entrecortado ayudado de un bastón de cáñamo no fue visto por al menos 22 años. Cuando regresó, lo hizo en un tipo de carreta jalada por dos bueyes de pelo cobrizo, manejado por aquel amigo que hemos mencionado. Juntó a los habitantes del pueblo en la plaza central al medio día, y de forma que escapa a la razón común, cantó. El valle se llenó de belleza. Nadie pudo mantenerse de pie. Los animales azorados sentían el alma de Sa Meng Unlabar alcanzar la suya. Pirotecnia existencial, se dijo de aquel día alguna vez. Terminó. Sonrió. Agradeció a la gente tocando su sombrero e inclinando su cabeza un ápice. Y así el bardo sordomudo de nacimiento, y quien perdió los ojos en un accidente a los 2 años de edad, se marchó para cantarle al resto del mundo. Poesía.

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