19.11.11

Él abrió los ojos. Se encontraba en medio del bosque, de pie junto a los crujientes árboles y las parlanchinas lechuzas.

Los peces dormían, mientras la calma daba su primera ronda nocturna. Y ahí, en el vado del río, con los pies llenos de barro, descubrió que los ojos nacarados y las manos mortecinas que lo recorrían cada noche mientras miraba carreras de caballos en la televisión, eran resultado de su mal logrado amor por el viento y la luna.

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