9.4.14

IHMAIWD

Te dicen que uno de tus amigos más queridos es un pederasta, que ha tenido que huir para no encontrarse a sí mismo en la penumbra y la humillación, que evade la realidad de su condición y que ahora se escuda tras el conocimiento en un lejano pueblo. Tú no sabes que decir. Peor aún, no sabes que pensar. Se te escapa un no-mames ligero, pero no más. Creías saber ciertas cosas acerca, bueno, acerca de cómo se desenvuelve la vida de cierta gente. Como cuando leíste que Kurt Cobain nunca se había sentido tan feliz seis meses antes de suicidarse. En algún lado viste que estaban prontos a venir su banda y él, pero se desvaneció. En su addición a las drogas, dicen unos; en el tormento de su mujer, dicen otros. Te sentiste vacío, y es ridículo decirlo ya que jamás lo conociste y aseverar que lo hiciste a través de su música es estúpido. De cualquier forma, no supiste qué pensar. Como ahora. Te sientas en la terraza del lugar en el que vives, cerveza en mano, escuchando lo que sea que la reproducción aleatoria de tu reproductor decida tocar, y miras a lo lejos, mientras piensas en qué demonios pensaba ese cabrón para hacer lo que algún día te preguntaste si se atrevería a hacer. ¿Se sentirá roto?, te preguntas. Quín te diría que no, que es un verdadero hijo de puta, que el se lo buscó, que bien merecido se lo tiene y que hasta cierto punto eso le ha salido gratis, que él sí sabía que aquel sería capaz. Tú lo viste llorar al final de una película, y sabes que toda esa tonta fortaleza que externa no es más que un soso antifaz. Te dices que está solo, allá, en aquella casucha de dos plantas, con calentador de leña, un árbol enorme en el patio y arañas por todos lados, casa a la que algún diciembre fuiste al inicio de las vacaciones, y allí bebiste Smirnoff y jugaste Scrabble en sol de las doce, sol que consumía todo lo que no estaba allí, frente a sus ojos; sentías como si las incontables horas en el trabajo, la falta de sueño y los patéticos disgustos de la vida cotidiana se derritieran por debajo de la silla de ratán, y se esfumaran cual vapor, y lo único que valía la pena era el sabor a manzana del vodka y tu próxima jugada. Eras tú sin el lastre de cualquier día del año que terminaba. Tal vez esté sentado en ese patio ahora, con nada más que el presente en unos ojos llenos de lágrimas, solo y roto, intentando digerir sus actos, tan impulsivos como siempre porque le aterra arrepentirse de lo no hecho. ¿Pero cómo pitos se atrevió? No, hay un límite, pensé que él lo tenía, alguien me preguntó, ¿Y si...?, pero yo jodidamente lo defendí, y lo defendí, y ahora el cabrón se tiene que esconder, y no importa cuánto lo quisiese defender, y cuánto le dijera que todo va a estar bien, las cosas ya no son iguales. Roto, roto como aquel hombre de historia de Braithwaite y de Duschamp que perdió su vida cuando un día despertó y se dio cuenta de que su vida era una mentira que se decía a sí mismo todas las mañanas: todo va estar bien, la vida no es lo que quiero y deseo, lo que soy y lo que siento, sino una cascada de hechos indetenibles que se me presenta, me guste o no. Roto porque tal vez se enterque en cuestionarse acerca de lo que ha hecho y lo que hará, mas no de lo que es. No hay más que el presente porque el pasado es una remembranza, mero fenómeno mental hoy y ahora, y el futuro es lo desconocido, sendero que se interna en oscuro bosque, me han dicho recientemente. Roto e imposible enmendar, dices en voz baja mientras el tráfico de la cinco pasa por tu calle y notas que hace tiempo que el cielo no se veía tan azul. Duele. Una vez más no sabes qué pensar.

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