21.4.14

Del PAM, aquel chico, y Radiohead

El problema con los peatones atolondrados es la pobre conciencia que de sí mismos tienen. Cuando cruzan cierta calle, una de aquellas con tránsito infame, las cuales no son todas pero sí muchas, los peatones hacen como si no viesen el automóvil que se les viene en las narices como pensando aquella proposición que dice que si ellos nos los ven a los coches, los conductores muy posiblemente tampoco los ven a ellos los peatones, así que son protegidos por cierto deje de invisibilidad e invulnerabilidad. Los autos se convierten, hasta cierto punto, en lo que Ford Prefect apunta como Problema de Alguien Más. Y digo hasta cierto punto porque lo que hacen aquellos peatones es una pobre ejecución de tal concepto. Si no lo veo, no está ahí, parece ser la idea. Mas todo esto implica mucho más que simplemente hacerse güey con lo que tiene uno a su alrededor. Vaya, que ignore la puerta que machuca mi dedo mientras el alegre hijo de mi hermana la azota sin cesar no quiere decir que mi dedo no quedará hecho añicos; ni que al ignorar a la mujer que temo algún día pudiera romperme el corazón, dejaré de sentir este amor que me invade. Vaya, ignorar no implica que aquello cesará de ser. Alguna vez me sucedió que la novia de mi mejor amigo se enfureció conmigo por el simple hecho de yo haber criticado el color y material de sus carísimas sandalias ‒créanme cuando digo que la piel de lagarto pintada color papaya no es de lo más encomiable. El caso es que ella, cual persona de dos años con quien juegas a desaparecer cuando uno se tapa los ojos y pregunta dónde está tal o cual para después destaparlos y exclamar que ahí está, evitaba la parte de la mesa donde estaba yo, pretendía no escuchar mis preguntas hasta que su novio las parafraseaba para ella, y pedía dos en vez de tres de lo que fuera que ordenaba. Supongo que si yo no existía, mi sandez tampoco, y así no se sentía mal por su mal gusto. Aunque debo decir que el simple hecho de forzar no voltear hacia el punto en el espacio que yo ocupaba era suficiente para reconocer mi ser. Íñigo Ordóñez en alguna ocasión publicó que la torpeza al ejecutar el Problema de Alguien Más puede tener graves consecuencias, como que le sorrajen a alguien la botella de licor más próxima en la cabeza, como que ciertos dientes al verse en un desagradable encuentro con un puño se vayan por los suelos, como aceptar una labor poco grata por el qué dirán, o como dispararse en un pie con tal de escapar de una situación poco grata ‒entiéndase que, mayormente, uno se refiere a la visita de la suegra. Mencionaba Íñigo sabiamente que la deficiente aplicación tiene generalmente que ver con el pobre entendimiento del ser y del estar. Burlándose de cierto hombre francés cuyo nombre no meteré aquí ya que tal lexema es ahora considerado una palabrota de pésimo gusto en la mayoría de los planetas habitados de la galaxia, el autor señala que uno es independientemente de la habilidad mental que se posea o de la cantidad de televisores que lo rodean, así que el secreto recae en aquello que cantaba Radiohead y que decía más o menos así, I'm not here, this isn't happening. Esto es, más que un asunto de existencia o de visión, es uno de cerrazón y negación exorbitantes, obliterando al mundo de tal manera que se flota etéreamente por un instante y lo que sea pueda joderle la existencia a uno es problema de alguien más.

Ahora, cuando hablo de Radiohead no me refiero al grupo terrícola de finales del siglo XX ‒aquí haré una pausa para hablar de la soberbia de los humanos y de lo relativo del tiempo. A pesar de los cuatro mil y medio millones de años de edad de la Tierra, la mayoría de los habitantes de tal planeta decidió que era una genial idea contar el tiempo enfadosa y arbitrariamente a partir de la muerte de cierto chico que a pesar de lo maravillosamente radical de sus enseñanzas, las cuales principalmente nos decían que era bueno ser bueno sin mirar a quien, fue clavado a un árbol por parlotear demasiado según decían los clérigos de cierta ciudad donde aquel chico pasaba sus días. Como siempre, a alguien se le ocurrió que aquel chico era sobrehumano porque tanta bondad era inhumana, pero inhumana era una palabreja muy mala, y sobrehumano sonaba mejor, pero para poder llamarlo así habría que tener una muy buena excusa, y qué mejor que decir que tal chico era divino, pero al estar de moda ser monoteísta, tal chico sería ni más ni menos el dios total en carne y hueso, aunque al ser prácticamente imposible que dios bajara a un lugar tan poco merecedor de toda su gloria, habría que inventarse el muy ingenioso hecho de que el chico de carne y hueso y nacido de una mujer común y corriente era el hijo del padre quien era el dios total y que ambos eran el mismo. Aquel de la idea la gritó a los cuatro vientos, y cuando aquellos que lo escuchaban se miraban los unos a los otros confundidos, aquel les espetaba que era un misterio de la fe, a lo que todos sonreían y exclamaban, ah, suspirando de alivio. El caso es que por allá del siglo XXV, una nave de forma esferoidal descendió en medio de Central Park en la ciudad de New New New York llevando al primer representante del gobierno pangaláctico que visitaba la Tierra. Éste fue llevado al edificio de las Naciones Unidas, que para ese entonces sólo eran cinco más una, para compartir la historia, logros y avances de la humanidad con tan distinguido visitante. Al escuchar el representante que los terrícolas calculaban el tiempo con base en cuánto tardaba el planeta en girar alrededor de su único sol, éste estalló en un ataque de risa que le provocó la muerte. No hubo otra visita del gobierno pangaláctico hasta doscientos años después, cuando Vyllyl Donxnxx atacó la Tierra para saquearla, cuasi exterminando a los seres humanos, y privando a los restantes de todos los aguacates habidos y por haber. Así que, en cierta manera, alguien podría decir que aquel simple chico fue de manera indirecta causante de la mayor desgracia en la historia del hombre, lo cual sería tremendamente obtuso. Ah... Volviendo al tema de Radiohead, no me refiero al grupo terrícola de finales del siglo XX, sino al cantante malatense, condecorado con los más altos honores en cientos de sistemas solares, y que alguna vez acudió a una de las tantas barbacoas que di en mi patio trasero. Mi hija le hizo un dibujo, el cual Radiohead lleva en el interior de uno de sus baúles de viaje. Tengo que agregar que siendo un enorme cantante, tiene muy mala conversación.

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