3.8.13

Mi padre, mi rey

-Ok, escucha: el fantasma de mi padre me visitó ayer por la noche. Pensé en todo los infortunios que me han pasado de tres meses para acá, y el hecho de saber que mi padre no está entre ellos me llenó la boca de rabia. Estuve a punto de gritar, pero me detuvo que mis vecinos también gritarían cual pequeños de cinco meses que han perdido el sueño. Di vueltas en la cama una y otra y otra vez, pero no pude conciliar el sueño. Y cuando por fin me fui perdiendo poco a poco gracias al sonido de las hojas meciéndose en el viento, la alarma se activó.
-Ya veo...
-No es que me queje de que visite mi pensamiento, pero sabes que no es muy grato saberse perdido en una noche en la que se supone yo abrazaría la calma y podría soñar otra vez. Esperé con gran anhelo a que llegara el día de ayer: no tenía que trabajar, podía disfrutar de música y un libro y la bebida ocasional mientras veía el atardecer caer sobre la nada de un día como esos, de los que ya no tengo muchos. Pero volvió a ocurrir... Tengo que advertirte que lo que te cuento está lleno de peros, peros porque no ocurrió lo que debía y lo que quería, peros de que la limonada no estaba tan fría, peros de que esas canciones que sonaron en el estereo gracias a lo perverso del shuffle me hicieron gravitar consecuentalmente hacia la figura de aquel al que no pude decirle que lo quería hasta que fue ya demasiado tarde.
-Me dijiste que tuviste un mal sueño...
-Sí. En él yo estaba sentado en la sala de recepción de una oficina en la que hace mucho tiempo que no pensaba. Tenía cinco años de edad, y por la puerta de salida cruzaban hombres en batas azules y cascos rojos que se cuchicheaban cosas y reían entre dientes después de mirarme. Yo sabía que esperaba a alguien que conocía aunque no recordaba precisamente a quién. Mi padre salía en el mismo atuendo hacia la sala y me preguntaba qué hacía tan tarde ahí si eran pasadas las ocho y yo debía estar durmiendo. Le pedía que me llevara a casa porque al parecer a quien esperaba no vendría. Él tranquilamente me decía que no era su problema si yo solo me había metido en tal embrollo, y que lo único que podía hacer era regalarme un boleto del metro. ¿Sabes? Él siempre me dijo que si llegaba a perderme lo que debía buscar era la estación del metro más cercana y de ahí largarme a mi casa. Mi padre me daba el boleto, estoy hablando del sueño, y me decía que esperaba que no me pasase nada malo en la caminata de la estación al edificio donde vivíamos. Yo le decía que fuera comprensivo ya que tenía cinco años, mas él respondía que la edad era una excusa, y que si había llegado solo, me podría marchar solo. Yo comenzaba a llorar, a lo que mi padre respondió con una paleta y un abrazo de despedida. Espero verte otra vez, me decía. Y yo lloraba sin consuelo.
-Ya veo...
-De cualquier manera, fue un sueño nada más.Es un maldito pellizco en la pierna al lado de los espasmos que sentí ayer cuando la voz de mi padre diciéndome lo mucho que lo he decepcionado rebotaba por los rincones de mi alcoba, susurrándome que si estoy encerrado en este hospital es por mi culpa, y que si él me a veces me mira dormir es porque no tiene otra opción. De verdad que quiero recuperar el sueño, de verdad que quiero vivir otras imágenes, de verdad que anhelo demasiado tener un día de calma, pero todo se empecina en que yo no pueda ser alguien normal otra vez, se empecina en que no sueñe con campos de tulipanes morados y naranjas, y en que la gente que se sienta a mi lado no sonría sin burlarse de lo estúpido que me veo después de que me medican y  yo sonrío plácidamente. No va a ocurrir, ¿cierto? Tú no vienes a visitarme porque quieres sino porque debes, ¿cierto? Tú y tu imbécil sentido del deber... Y tu imbécil obsesión por atenderme mientras te escondes detrás de tu tabla en la que escribes lo jodido que estoy. Óyeme... ¡Óyeme, con un carajo! Eres un puto doctor que se esconde tras sus papeles y sus méritos y sus credenciales, y que busca demostrarle al mundo lo chingadamente bueno que puede ser porque es capaz de atender a su hijo sin derramar una piche lágrima... ¿Me escuchas, padre? Seré un demente, pero sé que estás ahí, detrás de esos lentes redondos y esos ojos tristes... Y que lo único que esperas es que me joda cada vez más para tenderme la mano, salvarme, redimirte, y dejarle ver a tus colegas lo increíble que eres. ¡No! ¡La jeringa no! ¡Desátame y verás como no puedes controlarme! ¡La puta jeringa no! ¡Déjenme con un carajo! ¡Escúchame! ¡No te vayas! Ven... Ven...

-Sabe, doctor Sullivan, aún no entiendo por qué sigue tratando de ayudarlo.
-Es lo último que puedo hacer por él y su familia. ¿Qué haría usted, Drake, si pudiese tratar de auxiliar a su propio nieto despúes de que este mató a su propio padre?
-Lo mismo. Eso creo...

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