19.11.13

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Esta es aquella historia que alguna vez escuché acerca de una pequeña niña que más que nada quería atrapar estrellas con su sombrero. Pequeña, oh pequeña, le decía su hermano, ¿por qué aquello de querer atrapar estrellas habiendo tantos problemas y cosas que hacer en casa? Hermano, ella contestaba, porque aquellas estrellas que miras a ratos son felicidad atrapada en el manto de la noche. Imagina cómo sería todo si las tuvieras a la mano. Pequeña, oh pequeña, él contestaba, dejarás de ser tan ilusa. Los días pasaban, y la pequeña no dejaba de pensar en cómo atraerlas a su sombrero. Tal vez, se decía, tal vez si las pienso con fuerza vengan a mí y las pueda atrapar en mi sombrero. La época de lluvias llegó al pueblo donde vivía la chicuela. Los cielos se tornaron más grises que de costumbre porque había huracán aquí y huracán allá. El negro del cielo tormentoso no dejaba los días. La gente se apretujaba por el frío y la lluvia, y casi no salían. El cumpleaños del hermano caía en tal temporada, así que estaban todos acostumbrados a una fiesta pasada por agua, menos el festejado. Siempre fue complicado para él, pero fue peor ese año porque ni un rayo de sol tocaba a la puerta. Es triste lo que está sucediendo, se dijo la niña, así que haré algo al respecto. Partió con su sombrero a lo denso del bosque a buscar aquellas bayas que su hermano tanto adoraba y así su madre pudiese hacerle un delicioso pastel. Anduvo sin suerte un rato ya que no encontraba los frutos, hasta que entre dos troncos viejos avistó el regalo. ¡He encontrado las bayas, con júbilo dijo, para el delicioso pastel! Recogió frutos rojos en una gran cantidad, sonrió enormemente y se puso a andar, mas cuando se dio cuenta perdida estaba ya. Busco sin resultado pista de sus pasos, y dio vueltas y vueltas hasta que no pudo más. Se sentó en el piso y echó a llorar. Escuchaba tantos ruidos que no reconocía, y el miedo crecía cuando a su oído llegaban. Si el cielo despejado estuviera, se dijo, si despejado el cielo estuviera no tendría que llorar porque las estrellas vendrían y conmigo estarían, y yo dormiría de felicidad. Esto se lo repitió tantas veces como pudo hasta que algo bajó del cielo, la cegase, y la durmiera de tajo. Al día siguiente, cuando la horrible resignación había tomado ya a la familia, y pensaban más en velorio que en fiesta porque la pequeña no aparecía, llegó ella con la canasta y sombrero en mano. Sus padres y hermanos estallaron en llanto, preguntándole todos dónde había estado. Por bayas fui al bosque, dijo, para tu cumpleaños hermano, mas me perdí en el bosque, y eso la noche ha durado. Supe se preocuparían pero por fin he llegado, con mucha fortuna y con mucho cuidado. Hermano, le dijo, las bayas he encontrado, pero un resultado mejor de esto he sacado porque cuando en el bosque he llorado algo hermoso ha pasado. Así mostró su sombrero y quinientas estrellas salieron a iluminar su aposento. Y así la fiesta tuvieron, celebrando al hermano, con esas quinientas estrellas y con aquella pequeña que nunca dejó de soñar.

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