13.11.12

ante-meridiem

Henri de Tolouse-Lautrec dijo, I paint things as they are. Y así intentaré retratar lo convexamente incongruente del viaje al pasado de Edmund Pabst. Podría ahondar en la típica paradoja de haber embarazado a una pariente lejana, propiciando gradualmente su nacimiento. Sin embargo, ello no es tan interesante como la llana manera en que todo sucedió. Edmund se encontraba en el parque a dos cuadras de su casa cuando encontró a un borracho sentado en la banca más cercana al pequeño estanque, tan pequeño que solo un par de ánades con cinco de sus polluelos podían habitar allí. El borracho le miró fijamente desde que le vio; se levantó de su banca, sobre la cual había estado dormitando por algunas horas, y le siguió. Edmund comenzó a andar deprisa, mas se paró de pronto al escuchar al hombre llamándole por su nombre. "Sabes, Edmund, lo que te sucederá en un par de días no lo entenderás jamás; y no te sientas mal por ello, sabes que los humanos conocemos tanto de la real naturaleza del tiempo como una mosca de la composición química del azúcar. Tal vez solo ante el umbral de la muerte, cuando el punto de luz se haga más y más grande podrás entender que ocurrió. Y a pesar de no entenderlo, supongo debes de al menos disfrutarlo". El borracho sonrió al terminar su monólogo, y se largó andando hacia la panadería donde siempre le regalaban un bizcocho recién horneado. Edmund Pabst se preguntaba cómo era que alguien con quien nunca había hablado le conociera por su nombre. "Será acaso que me conoce por mi amistad con Luka", se dijo a sí mismo mientras reemprendía su paso al diner a contraesquina del parque. Como cualquier hombre a los veinticinco años de edad, él no le dió importancia alguna al suceso, y solo lo comentó a su amigo el doctor como mera anécdota mientras les servían café. De cualquier manera, no hay razón para pensar que habría podido entender algo si hubiese cavilado en ello. Dos días después, el trece de octubre de mil novecientos y pico, Edmund entró al parque a leer el periódico del día anterior - como era su costumbre. No notó los tonos de azul de las bancas, ni reparó en ver que los columpios y subeybajas no estaban, simplemente se sentó y comenzó a leer. Fué hasta que no sintió la punta de la lanza de la sombra de la estatua del guerrero en medio de la fuente rascándole la sién que supo que algo era distinto. Miró a su alrededor, bajando el periódico despacito, y observó a un niño que se le acercaba, el cual se sentó a su lado en cuanto llegó a la banca. "¿Me podría regalar una hoja de su libreta, señor?" Edmund le extendió la libreta que llevaba bajo el brazo cada vez que iba allí, y exclamó, "Toma las que necesites". "¿Qué escribe?" "Oh, ideas que me llenan la cabeza cada vez que veo a la gente pasar. Tengo el sueño de ser escritor, ¿sabes?" "Me gustan las historias, mi padre me lee algo todas las noches antes de dormir. ¿Tendrá algo que me pueda regalar?" Arrancó las cinco primeras hojas, y dijo, "Esta la he transcrito a máquina, así que te puedo regalar el original. Está a mano, espero tu padre entienda mi letra." "¿Podría poner su nombre y su firma? Así puedo pretender que me lo ha dado un autor famoso." El niño tomó las hojas, sonrió al ver el autógrafo, y corrió después de darle las gracias. Edmund se quedó en el solitario parque hasta pasadas las doce, cuando decidió era hora de un pequeño refrigerio. Al salir no cayó en ver como las bancas eran ahora del rojo que él muy bien conocía ya que llevaba tres años asistiendo a tal lugar. Camino al diner de siempre, y pidió un café negro y un sandwich de champiñones con gouda.

Años después, cuando Edmund Pabst contaba con treinta y nueve años, tres libros publicados, un guión filmado, y uno en tratamiento para serlo, visitaba el parque en el leyó tantas veces. Lucila, su novia de veinticinco años, le acompañaba. Después de haberse alejado por algunos minutos mientras él leía el periódico que compró esa mañana, ella se le acercó y le susurró, "Ese hombre de allá, el que tiene de la mano al niño con el globo azul , dice conocerte, y tener algo que le obsequiaste cuando era pequeño. No tiene pinta de menos de sesenta años. ¿Lo puedes creer?"

No hay comentarios: