29.11.17

Es muy real como para ser un sueño: su piel, sus ojos, su voz, el aroma de su cuello y sexo. También, es demasiado maravilloso como para ser real: su risa y su llanto, la tersura de su tacto, hasta dónde me eleva cuando hacemos el amor. Yo no sé. No sé qué es esto que me he encontrado andando por la vida, que he perdido en primavera, y recuperado en el otoño. Tal vez sea por lo que uno está vivo, por lo que uno así puede disfrutar de la dulzura de una cereza, de una caminata por la playa, o del sabor de la cerveza cualquier tarde de calor entre gente querida. Ignoro si debo de dilucidar por qué me ha sucedido esto a mí, o si simplemente disfrutarlo. Verán, yo siempre quise saber la razón de las cosas. Saber el porqué detrás del azul del cielo a medio día y del rojo al atardecer. Por qué un mamífero puede tener escamas y un reptil parir crías. Y si no lo encontraba tan fácilmente, buscar y leer y preguntar hasta que tiempo después, años tal vez, diera con la respuesta. No saben el gozo de por fin saber quién canta o toca algo que capturó mis oídos una mañana cualquiera, o de encontrar por qué tal palabra se pronuncia o deletrea de tal o cual forma. Aunque, nada parece compararse a la epifanía de sentirse como yo hoy día. Así, tumbado en una sala de conferencias vacía, mientras bebo café demasiado malo como para ahuyentar el sueño que tengo, pienso en la fortuna, mi fortuna, de haberte encontrado a la vuelta de mi casa, bebiendo un té de canela y manzana mientras veías tu teléfono y tratabas de deshacerte del tedio de vivir en una ciudad como ésta.

Es miércoles, son las cinco y cuarenta y cuatro de la mañana, soplo en mis manos tratando de quitarme el frío de ellas porque, demonios, no se puede escribir en un móvil con los guantes puestos, y pienso en lo mucho que me gustaría tirarme en la cama, a tu lado, mientras te leo algo de Pellicer o Sabines o Neruda, y al terminar, sentir tus labios contra los míos a la vez que el cielo se cierra y una leve llovizna baña el amanecer.

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