6.3.14

Matilo 4

Matilo, cual personaje de Traven y de los hermanos Grimm, ha conocido al diablo. La paleta sabor cereza que chupa lentamente no mengua el mal sabor de boca que le ha dejado la conversación, si así se le puede llamar, con la niña que se le acercó esta mañana en la alameda. El universo de verdad conspira contra mí, le escribió a ella en una última nota. La pequeñuela lo miro de forma seria y le contestó que algún día encontraría paz, pero que no sería hoy. Le regaló una flor de origami y se marchó dando pequeños brincos. ¿Paz? ¿Quién necesita paz cuando lo único que deseo es una explicación coherente de qué demonios me pasa?, pensaba. Su majestad infernal, como había pedido el diablo que le llamase entre carcajadas, nada más le dijo que había cosas que era mejor no conociese. Como lo que te pediré que hagas por mí, le dijo sonriendo maliciosamente. Veras, Matilo, en la casa de la esquina de la calle a la que vamos vive un hombre llamado Stuart, a quien te pido lleves el paquete que te voy a dar y que le instruyas que lo abra frente a ti sin mostrarte el contenido. Después regresarás, y sin preguntarme qué le he mandado me contarás cómo ha reaccionado. El hombre llamado Stuart al abrir el paquete no pudo más que suspirar, esgrimir una sonrisa de desencanto, y escribir un número de dieciseis dígitos con la frase "eres un puto ojete" debajo. El diablo, alguna vez le contó su abuela, es un ser retorcido que sólo busca descarrilar a la gente. Ni creas que le interesa poseyer tu alma, o que le sirvas allá abajo. Nada más quiere hacernos desatinar el muy cabrón, como esa vez que yo lo vi dándole mezcal a mi papá. Yo me quede dormida con él en su cama porque mi mamá se bía ido al otro pueblo a ver a su hermana, y yo quería abrazar a mi papá porque la estrañaba. Cuando eran como las doce, escuche una risa así como fea, como si un caballo se riyera y tosiera al mismo tiempo. Abrí los ojos poquito, y vi como una mano roja como carbones ardiendo le daba una jícara a mi papá, y él se la tomaba y le decía que le sirviera más, quesque sí se podia acabar la botella. Cuando por fin la mano dejó de pasarle la jícara, mi papá se secó la boca con la mano y preguntó que ahora qué, y la voz fea se rió y le dijo que iba tener la pior cruda de su vida, y mi papá nada más contestó, pinchi diablo ojete, y se durmió. Matilo no le creyó a su abuela. Vaya, había tenido ya un par de esos eventos desafortunados que poblarían su vida, pero que el diablo se le apareciese era otra cosa. Aunque, como jamás dejaría de corroborar, la realidad, o la versión de ésta que decidiera presentársele, siempre rebasa la percepción de uno. Vaya, ¿quién le habría dicho que el mandamás del inframundo se ponía al volante de un Volkswagen Sedán 1968? Majestad, ¿podría poner el radio? El traca-traca del motor me tiene aturdido, dijo Matilo. Hijo, si ardes en el infierno eso será lo único que escucharas, le contestó.

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