5.10.12

Sci-fi

Aquel jovén leía a Asimov hasta altas horas de la noche, o hasta que aquel en la cama de al lado le gritaba que era una hora demasiado desagradable para estar leyendo, lo cual para el caso era lo mismo. No podía despegar los ojos de las palabras que creaban orden en el caos que es una hoja de papel en blanco. Rasgaba con sus pupilas líneas y líneas acerca de autómatas y maquinas e imperios que caen y la enciclopedia galáctica y la crítica y hipérbola del ser humano. Mientras el mundo bailaba, él se sentaba tranquilamente a leer, esparciendo sonrisas y frases de sobresalto por aquí y por allá. Y no exagero al decir que estuvo cerca de ser atropellado un par de veces sin caer en ello en lo absoluto. Amaba recorrer las pesadillas de aquel hombre de Petrovichi, mientras el sol corría por sobre la universidad donde estudiaba, creando autómatas por sí mismo, burdas copias del hombre, carentes de sensación y pensamiento, mas libres de la fragilidad de sus símiles. Se sentaba a saborear lo matemático de su pensar mientras el respirar del árbol bajo el que estaba lo llenaba de certeza del tan abigarrado orden del mundo. Después de una tanda de tantas o cuantas hojas, bajaba el libro y pensaba en que no llegaría nunca allá, a aquellos tiempos en que el reflejo del hombre no será el suyo, sino el de algo más, cuando la soledad será tan masificadamente perfecta que nadie reparará en ella, cuando el oxígeno será una molesta necesidad. Y así, alzaba el libro otra vez y se deslizaba a la colectiva paranoia de sentir un insecto subir por la espalda ignorando si sería venenoso. La luna nadó treinta veces por el estanque frente a su dormitorio antes de poder soñar con algo que no fuera el miedo a ser un androide en un desierto, con el óxido trepando nanómetro a nanómetro mientras él temía que lo único que encontraría en aquel oasis que vislumbraba desde hace ya un kilómetro fuese agua; despertaba lleno de sudor, limpiándolo frenéticamente con una cara de terror que su vecino de cama encontraba risible. Aquella noche soñó que era una hormiga verdadera en una colonia de hormigas mecánicas, y que si bien su voluntad estaba supeditada a la de la reina como la de las falsas, y muy probablemente acabaría muriendo antes que cualquiera de ellas, él podía saborear todo aquello que recogían en el parque en el que el hormiguero se encontraba. Jamas leyó a Asimov otra vez.

-a JCM

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